LA VISIÓN DE UN ESCRITOR ESPAÑOL SOBRE EL PARÍS DE LA BELLE ÉPOQUE, JULIO CAMBA. Por Víctor Hernández Ochando.

11.08.2016 10:50

INTRODUCCIÓN

Julio Camba (Villanueva de Arosa, 1885 - Madrid, 1962) fue uno de los grandes escritores españoles del siglo XX que desarrolló gran parte de su obra en el ámbito periodístico, muy valorada por su estilo y originalidad entre sus coetáneos. Ser de procedencia gallega y familia pobre avivarían su espíritu de viajero inquieto, aire rebelde y desencanto con la vida, que se manifestaron desde muy temprana edad y le empujaron a marchar a Buenos Aires. Al regresar a España en 1902 tras una etapa anarquista, el interés por la literatura hace que se establezca en Madrid con la intención de dedicarse al periodismo. Sus escritos tenían un carácter distinguido y, poco a poco, consiguió abrirse paso hasta trabajar en La Correspondencia de España, que le brindó la oportunidad de marchar a Constantinopla como corresponsal en 1908. Al regresar tras su primera salida comienza como redactor en El Mundo, aunque su vocación aventurera no cesa y es enviado a París como cronista en 1909. A partir de ese momento, sus breves escritos adquieren una gran personalidad, caracterizados por el humor y la capacidad a la hora de observar y criticar con inteligencia y soltura su entorno, alcanzando gran popularidad entre los lectores españoles. Londres, Ginebra, Berlín, Roma, entre otras ciudades serían objeto de estudio del periodista a lo largo de su vida.

La obra de Julio Camba es producto de sus constantes viajes por diferentes puntos del mundo. Entre sus obras aparece alguna novela como El matrimonio de Restrepo (1924), pero en su mayoría está compuesta por los artículos de periódico publicados en diferentes medios españoles y que recogió en antologías con títulos tan sugerentes entre las que figuran Alemania, impresiones de un español (1916), La rana viajera (1921), Aventuras de una peseta (1923) o La ciudad automática (1932).

Actualmente, con el estudio histórico de la figura de Camba, se están realizando nuevos volúmenes que recogen sus crónicas como Crónicas de viaje: impresiones de un corresponsal español. Con esta edición, Fórcola Ediciones ofrece al lector las mejores crónicas, bajo su criterio de elección, de las grandes ciudades europeas donde se instaló Camba durante su época de corresponsal. Además, añade los artículos que el escritor realiza en Madrid durante sus descansos entre corresponsalías para mostrar al “Camba sedentario” (pág.37). A partir de los años 40, el escritor ya no realiza más salidas al extranjero y lleva una vida más modesta viajando solamente a Lisboa y Madrid. El incansable viajero que fue Camba abandonó este mundo por otros desde el Hotel Palace el 28 de febrero de 1962.

CAMBA: UN FLÁNEUR DE PASEO POR LA MODERNISTA PARÍS

Pese a que Camba no demostraba mucho apego al oficio de corresponsal, es la crónica la que le permitió adquirir un gran renombre en el periodismo. El sentido de la crónica radica en la interpretación de unos hechos bajo el punto de vista del escritor, con la que en su caso pudo evitar la rigidez y objetividad propias del reportaje o noticia e introducir un vocabulario más rico, lleno de figuras literarias y anécdotas que producían un estilo más ameno y agradable con el que ganarse el corazón del lector. Sus crónicas son una manera de interpretar la ciudad muy similar a la visión del flâneur, especialmente, en una de sus principales características: la exaltación del yo. Para el flâneur la ciudad es su escenario y callejea libremente por ésta y la vive como un espectáculo que debe sorprenderle y darle inspiración. Esta figura literaria aparece en el siglo XIX cuando se abrió una nueva etapa en las ciudades. Sería la ciudad vivida por uno mismo y la extensión de su personalidad.

Con la llegada de la segunda fase de la industrialización, algunas ciudades europeas potenciaron una serie de reformas interiores que abren la trama urbana con grandes avenidas y bulevares, que además de sanear los centros, mejoraban las comunicaciones con las nuevas zonas. París fue el modelo a seguir en las reformas urbanísticas, concretamente, la reforma de Haussmann de 1853. El bulevar fue la principal construcción y se realizaron tanto en el centro, tras la demolición de edificios para abrir las calles, como en los nuevos barrios de periferia. De este modo, se lograría a la larga una mejora en las infraestructuras, los equipamientos, transporte y del nivel socio-económico de la población parisiense. París era para muchos europeos la capital del continente, con sus osadías y tentaciones. Los españoles, con ganas de abrir los Pirineos, contemplaron París como el centro de una civilización moderna que les apartaba de su pasado más ancestral y saturado de prohibiciones. La capital francesa se convertía en piedra de toque entre conservadores que la censuraban y progresistas que la ensalzaban.

Los artículos de Camba resultan agradables al lector por su variedad de temas, por el análisis minucioso y su sentido del humor que conjugan para realizar una fina e irónica crítica social y por una lectura, que como recomendaba él mismo, se debía de hacer “como se lee a un amigo” y su vez “ni completamente en serio ni completamente en broma” (pág.23-24). En este trabajo se prestará mayor atención a la ciudad de París, pues la opinión que emite Camba de ésta, pese a terminar conquistándole al igual que muchos escritores de la época, es diferente debido a dos motivos: no es un escritor romántico y realiza un análisis profundo que supera la sólida imagen superficial que tiene París en otros observadores.

París se establece en el siglo XX como una de las grandes ciudades europeas del momento. Su imagen exterior, caracterizada por la belleza, el bienestar y el optimismo, despiertan en el resto del mundo un poder de persuasión insuperable que la convierten en el modelo a seguir. París es la cuna de las nuevas corrientes artísticas, donde se cultiva el intelectualismo y existe la libertad de expresión, pero destaca en especial, la imagen de ciudad que representa el hedonismo. La torre Eiffel emerge entonces como el icono de la modernidad parisina. Sin embargo, muchos protestan contra esa visión pues no es más que un espejismo que establece una falsa apariencia a base de ideas imprecisas y diversas, pero con facilidad de difusión.

Una amplia lista de intelectuales españoles pone su atención en París, centro europeo al que se debe migrar pues allí es donde podrán encontrar toda la cultura carente en su lugar de origen que les garantiza el progreso como individuos modernos. Estos escritores nutren sus ideas con las novelas francesas del momento. Es por ello, que París genera una excitación ante los modernistas que parecen establecer como norma un viaje de comprobación a la capital gala.

Entonces, para adquirir una personalidad literaria algunos escritores hacían libros, otros venían a París. El estar en París podía no tener ningún valor para París, pero lo tenía muy grande para España. […] En aquella época se reconocía que el estar en París tiene cierto mérito, y un hombre que había estado en París ya no era nunca un hombre insignificante. (pág.123)

El prestigio de ser parisino sin ser de París ejemplifica esta mentalidad pueblerina de la España tradicional sobre la que ironiza el periodista. Así pues, encontramos escritores en los que despierta una intensa atracción como González-Blanco que dice sobre París que “ha sido nuestra verdadera alma mater, la Oxford o la Salamanca de los autodidactos”; Eduardo Zamacois que expresa la vida alegre en Paris, incapaz de generar aburrimiento o monotonía o Azorín, que la define como “el centro espiritual del planeta”. [1] Sin embargo, hay escritores que no llegan a conectar con la magia parisiense como el más severo Unamuno. París está llena de defectos y todo le aborrece. Resulta curioso que, uno de los pocos lugares que escapa de su crítica, es la Plaza de los Vosgos, pues le recuerda a las plazas mayores españolas como la Madrid o Salamanca, dentro de su línea de “españolizar” Europa. Varios autores, como posteriormente comprobaremos en Camba, ejercen constantemente una comparación entre Madrid y París, buscando alguna esencia similar a la española en París o contrastando con la precaria situación de la ciudad.

EN LA ATMÓSFERA DE PARÍS

Julio Camba fue, como muchos de sus coetáneos, uno de los que se impregnó del ambiente parisiense. Como se ha comentado, el corresponsal representa al ideal de flâneur que sabe transmitir en sus crónicas. A diferencia de los románticos y modernistas, el análisis de Camba se caracteriza por la capacidad de extraer ideas y opiniones de cosas corrientes y hechos cotidianos que resultan a ojos a de cualquier transeúnte urbano aparentemente insustanciales, casi un precedente del siempre agudo Julio Cortázar.

Tras el buen recibimiento de sus crónicas de Constantinopla, Camba es enviado en octubre de 1909 a París, donde residirá hasta diciembre del año siguiente, momento en el que el agotamiento de ideas empieza a ser notable y es enviado a Londres. Posteriormente, tras incorporarse al recién fundado periódico La Tribuna, Camba vuelve a ser enviado a la capital gala en enero de 1912. Sin embargo, esta estancia dura solamente hasta mayo del mismo año, pues los artículos de Camba resultan molestos para la población española asentada en Francia, que ejercen una dura crítica que obliga al periodista abandonar la ciudad y poner rumbo a Berlín. Los artículos realizados sobre París se pueden clasificar en función de sus dos estancias en la capital. Así pues, en su primera estancia, las crónicas se caracterizan por ser una presentación de París al lector español. Camba trata sobre el carácter del pueblo francés, la forma de vida ostentosa y placentera de los parisienses, la impresión que le causa la ciudad en lo urbanístico o la crítica hacia la imagen exterior que se tiene de París en España. Por otro lado, los artículos de la segunda estancia se caracterizan por ser comparativos. Camba comparará desfavorablemente comidas, lechos e incluso la forma de regar de londinenses y madrileños con los admirados parisinos.

LAS PERSONAS DE LA CIUDAD DE LAS LUCES

Camba llega a París en el momento en el que se ha producido la Semana Trágica de Barcelona, que le ha costado el poder a Antonio Maura, antipático a los liberales y progresistas españoles. Camba se interesa por la herencia en París de la Revolución Francesa, el gran mito político de la progresía europea. Sin la Revolución, los franceses no serían lo mismo y los parisienses mucho menos. El espíritu de la Revolución entre los parisinos se expresa con la denuncia de toda censura de prensa, que tanto angustiaba a los periodistas españoles. Camba se siente partícipe de este espíritu liberal que supera las fronteras franco-españolas. A este pueblo culto y civilizado que es el francés lo define como “pueblo de corazón” (pág.115).

Los latidos de este corazón se encuentran en el Barrio Latino de París, siempre hospitalario y cálido con el forastero, casi una Babel de la humanidad bohemia. Ahora bien, Camba no se deja engañar por las apariencias. Es pues, el lugar que acoge a todos aquellos que iban a París en busca de su desarrollo intelectual. Sin embargo, su mejor momento ya pasó y cuando es visitado por Camba “no es más que una imitación. El Barrio Latino es todo literatura. En tiempos de Murger la bohemia era auténtica” (pág.139). Con ello, critica el esnobismo del que intenta seguir viviendo en el Barrio Latino a base de engañar a los bohemios extranjeros, que quedan fascinados por una mentira organizada para estafarles.

Camba señala que “para comprender bien a París hay que beberse una botella de champagne. […] Francia es como el champagne: alegre, ruidosa, brillante, petulante y artificial.”. (págs.143-144) Pese a lo externamente agradable que parece ese carácter, Camba lo reprocha pues no tiene nada de francés. Sin embargo, es el conjunto de esas cosas y la forma de hacer la vida la que da sentido a París. El periodista aplica el bisturí sin rubor y distinguió lo accesorio de lo real, muy en la línea del ibérico refrán al pan, pan y al vino, vino.

Francia también es una falsificación. No tiene carácter. No tiene más que el nombre. La mayor parte de la música francesa no es francesa, ni la mayoría de los parisienses son parisienses. […] ¿Qué es lo que hay en París? Realmente no hay nada extraordinario. Uno vive con la creencia de que París tiene cosas que no tiene Madrid, hasta que llega un madrileño y le dice a uno que le enseñe tales cosas. No hay tales cosas. No hay nada. Es el alma de París, y el sentido que esta gente le ha dado aquí a la vida, lo que le encanta a uno. (pág.144-145)

El amante de los placeres mundanos que fue Julio Camba apreció mucho París desde este punto vista, pero no a Londres. El ambiente londinense no es de su agrado y en su segunda estancia en la capital gala, Camba contrasta la actitud de la población de ambas ciudades. A los ingleses los define como gente seria, metódica, práctica, disciplinada y muy similares a las figuras de cera. A sus ojos son seres maquinales. Camba es un bon vivant y por ello Londres no cumple con sus necesidades. En lo gastronómico, Londres le parece aburrido. No tienen interés en lo que comen, solo lo hacen porque es una función vital. En cambio, la cocina de París es “el arte francés por excelencia” (pág.135) que todavía goza de tal prestigio. El cultivo de la ociosidad existe en Londres, pero resulta aparentemente aburrido: “Los ingleses se emborrachan con whisky, que es una bebida muy seria. No gritan. No se mueven. Nadie los creería borrachos y están borrachos perdidos” (pág.143). Camba prefiere la juerga y alegría de París que uno encuentra con estar en la propia ciudad, del mismo modo que encuentra la tristeza al estar en Londres.

Por tanto, la forma de ser de los franceses se puede resumir con la descripción que realiza Camba sobre Europa en una de las crónicas de Berlín, donde compara al continente con una casa de vecindad.

Los franceses ocupan el principal. Es gente alegre, simpática, comunicativa. Se pasan el día comiendo y bailando. […] Tienen mucho dinero, pero no lo gastan al tuntún. Nunca pierden la cabeza, por locos que parezcan. Algunas veces los vecinos protestan contra la libertad de costumbres que reina en casa de los franceses. Sin embargo, todos ellos van de cuando en cuando a hacerles una visita, porque en casa de los franceses se pasa bien el rato. La comida es excelente. Las muchachas son encantadoras. (pág.273)

LA MULTISENSORIAL CIUDAD QUE NOS ROBÓ EL CORAZÓN

En lo urbanístico, la ciudad de París experimenta un acelerado proceso de crecimiento. Camba define la ciudad como un sándwich, pues “tiene una ciudad arriba y otra abajo” (pág.118). A través de la adecuación de la ciudad para las nuevas modernidades como el Metro o del afán de la población por vivir en París, observa la evidente expansión y unión de la ciudad mediante una configuración para crecer en altura.

Dicen que es muy grande, pero yo creo que la dimensión más importante de París no es precisamente la longitud, sino la profundidad. París es una ciudad que debería medirse como los cereales: por metros cúbicos y no por metros cuadrados. […] Luego dicen que están ensanchado París. […] No se puede negar – dice mucha gente – que París es grande. Pues no es grande. Es hondo. (pág.120)

Este fino observador supo captar la esencia de la capital francesa de edificios de varias plantas en los que convivieron artesanos y gentes acaudaladas antes de la Revolución. El espíritu de aquel tiempo parece resistirse a morir pese a todas las asechanzas manchesterianas que arroja la modernidad industrial. A lo largo del siglo XIX se hizo una reforma que tuvo en cuenta objetivos higiénicos – las zonas del centro poseían unas condiciones insalubres- y de orden público – necesidad de controlar a las masas durante las manifestaciones- y fue imitado a menor escala por otras muchas ciudades europeas. Sin embargo, en todo esto no se tenía en cuenta a los antiguos barrios ocupados por población obrera. Dentro de esta plaza de la fiesta mayor europea se parece olvidar a los marginados y en esta visión sesgada, Camba recuerda que también existe barrios marginales donde la alegría no es compartida, ya que sus condiciones higiénicas y sociales dejaban muchos que desear.

En el análisis de la ciudad, Camba describe a los lectores el entorno urbano, diseñado en su gran mayoría con mecanismos derivados de lo óptico, a través del olor y de lo acústico. Alejada a más de 200 km de la costa, París huele como si fuera un puerto de mar. Mientras, el ruido de la ciudad le resulta agradable y se diferencia con el de cualquier otra ciudad porque es como una sinfonía de sonidos armoniosos que generan una atmósfera que influye en toda persona parisiense, pese a que uno no participe activamente en la vida social. Camba defiende su idea señalando que, si el campo y el silencio consiguen cambiar la actitud de uno, ¿por qué no podría hacerlo el rumor de París? Pero esto va más allá cuando explica el alma de la ciudad. Camba sabe que el encanto de París no es como el de unas décadas antes. Es una vieja gloria que, sin embargo, aún genera una atmosfera que influye en sus visitantes. Camba dice esto sobre un grupo de amigos españoles que viajaron antes a la ciudad y que viven recordando el pasado:

Estos hombres son los rezagados de París, que no se han ido en ocasión oportuna para saborear el éxito del regreso […] Ellos no han venido para estar sino para haber estado en París. ¡Haber estado en París! He aquí una cosa que debe de ser bastante agradable. (pág.124)

EL AÑORADO MADRID EN PARÍS

En varias de las crónicas de París, además de alabar la buena vida en la ciudad, Camba parece buscar la presencia española en algunas de las acciones cotidianas. Al lector español siempre le resultará curioso ver las diferencias de carácter, pero esto le permite a Camba realizar una crítica social a su país, en especial a Madrid, pues pese a ser la principal ciudad española, se encuentra en una situación precaria que la dota de poco interés urbano. Por aquel entonces, flotaba en España una atmósfera de desencanto en muchos intelectuales tras el Desastre del 98. Los regeneracionistas intentarán enderezar a un país con graves problemas de todo tipo. En esa España hambrienta los tabúes sociales y culturales hacen de la necesidad virtud, por mucho que los seguidores de Joaquín Costa crean que pueden alterarlos con sus leves iniciativas.

París es conocida como la “ciudad de los placeres” (pág.120), pero Camba se encarga de negarlo y explica que Madrid es la verdadera ciudad de los placeres. Esto se debe a que, en París, un visitante no se priva de nada y gasta su dinero en el entretenimiento y el vicio, aunque luego no tenga de lo más básico. Sin embargo, en Madrid ocurre la situación contraria: la persona más pobre puede acceder fácilmente al teatro o el cine, pero las cosas cotidianas resultan muy caras. A Madrid le falta pan y le sobra circo, una visión muy digna de escritores como Rubén Darío.

Partiendo de los arquetipos que ya criticó Larra en su momento, Camba hace una fina observación sobre el carácter que adquieren los españoles en París y Londres y aborda un tema muy actual, el de las características nacionales de la inmigración; es decir, como un grupo recuerda su procedencia y exterioriza su personalidad ante una sociedad preconcebida sobre ellos. Desde este punto de vista, salta por encima de lo más banal de la polémica entre europeístas y españolistas, al centrarse en las personas y no en los grandes conceptos.

Que no me hablen a mí de europeización…El español se europeíza en España y se españoliza en el extranjero. Su españolismo es distinto según se desarrolle en Londres o en París: pero no su europeísmo. (pág.137)

No solo del carácter, Camba hace también una crítica social a los españoles tan vagos en algunos aspectos. El periodista insiste en el viejo lugar común de la vagancia de los españoles, proverbial entre muchos europeos y para combatirla no recomienda escuela y despensa, sino una incómoda cama inglesa, capaz de levantar a la espalda más acomodaticia y gustosa de abandonar el lecho al mediodía. Como bien sentencia Camba: “si nos dedicáramos a dormir en ellas, España podría salvarse” (pág.134). Además, carga el bueno del periodista contra el hambre de España, tan omnipresente en la sociedad, que deja al comensal un gusto más imperecedero que cualquier refinamiento de la comida francesa. La escuálida España de su tiempo se miraba triste en el exuberante espejo de la dulce Francia. La descarnada península se encaraba con la verde Francia, y otra vez más los Pirineos volvían a separar dos formas de vida y de comer. Camba casi parece anticipar al perspicaz Marvin Harris, que supo definir a las sociedades antropológicamente a través de lo que comían. No en vano, nuestro autor volvería a recrear las cosas de la mesa en otras de sus obras, La Casa de Lúculo (1929). Desde este punto de vista, el gusto físico por la comida se hace más que evidente en su literatura, un rasgo muy típico de la literatura castellana desde la novela picaresca.

CONCLUSIONES

El encanto del París de la Belle Époque es categórico. Desde aquel entonces, París ha continuado siendo un foco de atracción turística, pero no deja de ser más que un producto residual de aquella época. Tras la I Guerra Mundial, se establece la imagen que tenemos actualmente de París: una ciudad cautivadora, donde se cultiva el buen amor – dando la sensación de que es un sentimiento que solamente se experimenta en las zonas capitalistas y lujuriosas-, y en donde se está a la vanguardia en temas artísticos, especialmente en la cocina y la moda. Esto se forjaría con la literatura de escritores americanos que viajan a vivir los années folles y lo reflejan en sus libros como Fiesta de Hemingway o Suave es la noche de F. Scott Fitzgerald, cuyos protagonistas huyen de sus tormentosas vidas a base de champán, fiesta y música.

Las crónicas de Camba resultan de utilidad para el lector que quiere indagar en la forma de vida de esa época. La crónica, al ser una interpretación del autor, está contagiada de subjetividad pues analiza parte de las cosas de su entorno a través de la perspectiva de las sensaciones, lo cual no deja de ser informativo. Por tanto, las crónicas muestran una realidad a medias que pueden complementar un análisis más completo, como el que se puede ofrecer en un estudio histórico de los espacios urbanos que visita.  

El punto de vista de Camba sobre las ciudades invita al estudiante de geografía a pensar sobre lo que ha estudiado o ha visto en alguna salida y ponerlo en comparación con las crónicas del periodista, y así, comprobar los cambios ocurridos en las ciudades y en la sociedad durante el siglo XX. El geógrafo debe de vivir el presente y tener interés constante en conocer las dinámicas de cambio del territorio. Por ello, no puede olvidar el pasado ya que le dota de una perspectiva con la que entender con mayor profundidad los problemas de la sociedad actual y satisfacer con más acierto las futuras necesidades sociales.

Esta antología reúne con mucho criterio y de manera adecuada y bien estructurada, un cierto número de crónicas que nos permiten hacer el mismo viaje que realizó el escritor en esa época, además de adentrarnos en su persona. Hay que destacar una característica de Camba: es un buen observador. El escritor no es un paseante más de la ciudad, de los que van con el piloto automático y no atienden a nada más que a sus necesidades. Camba se para a observar los pequeños detalles que dibujan el carácter de un pueblo que en las grandes ciudades se diluyen con mucha facilidad y sabe valorar esos detalles de las cosas que en el fondo resultan esenciales para avanzar como persona.

De lectura amena, las crónicas de Camba son de interés para cualquier lector con afición a viajar o entender las actitudes de otras culturas. Un siglo después, algunas de estas actitudes que Camba observa en cada población que visitó siguen manteniéndose. Sin embargo, como ya se predecía en la época, las diferencias entre sociedades se encontraban amenazadas por los avances técnicos y la futura globalización:

Yo ya sé que estas cosas no se pueden evitar. Cada día las diferencias esenciales entre los pueblos irán siendo menores, por razón de estas causas: Primera: La rapidez de comunicaciones. Segunda: El intercambio comercial. Tercera: La identidad de la cocina. Cuarta: El intercambio de placeres. (pág.180)


[1] Citas extraídas de Fischer (2000) (págs. 170-175)

El resto de citas hacen referencia a: Julio Camba, Crónicas de viaje: impresiones de un corresponsal español, Madrid, Fórcola, 2014.

BIBLIOGRAFÍA

FISCHER, Denise (2000). “La imagen de París en los escritores españoles de comienzos del siglo XX”, en VII Coloquio APFUE (Asociación de Profesores de Francés de la Universidad Española), vol. 1, págs. 165-178.

ROMERA, Fernando. (2009). El espacio urbano en la escritura autobiográfica: el ejemplo de Ávila. Tesis doctoral. UNED, [Consulta: 03 de abril 2016]

SUEZA ESPEJO, María José (2011). “París, ciudad cosmopolita en la Belle Époque la contribución de Enrique Gómez Carrillo a la difusión de la imagen cosmopolita de la capital gala” en SANZ, Mercedes y VERDEGAL, Manuel (coords.) Construcción de identidades y cultura del debate en los estudios en lengua francesa, págs. 766-780.

TORRECILLA, Elia. (2013). Paseando espacios: del flâneur urbano al ciberflâneur. Trabajo Final de Máster. Valencia: Universitat Politècnica de València, [Consulta: 3 de abril 2016]

 

Realizado por Víctor Hernández Ochando