LA VOLUNTAD CONCEJIL EN UNA CASTILLA EN CRISIS, REQUENA (1295-1304). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

14.09.2025 10:58

              

               Desde finales del reinado de Alfonso X a los comienzos del de Alfonso XI, entre los siglos XIII y XIV, la Corona de Castilla sufrió toda una época de turbulencias políticas. La autoridad del monarca fue puesta en jaque por los magnates de la familia real y por otros ricos-hombres en distintos territorios de la extendida Castilla. La alta clerecía tomó parte en aquellas disputas según sus intereses, al igual que las gentes de los concejos municipales. Mientras tanto, los enemigos de Castilla estuvieron dispuestos a provechar su oportunidad. El imperio benimerín quiso convertirse en el señor del estrecho de Gibraltar y de paso subordinar a un emirato de Granada nada dúctil, muy capaz por sí mismo de plantar cara a sus rivales hispano-cristianos. A Portugal no le pasó desapercibido el desorden, atendiendo a lo que acontecía en el reino de León y en Galicia. En la órbita de la monarquía francesa, Navarra pudo respirar tranquila por sus fronteras ibéricas. Desde la Corona de Aragón se albergó la esperanza de ampliar sus dominios hispánicos hacia tierras de Soria, Cuenca y Murcia, a la par que se alentaba una nueva separación entre castellanos y leoneses.

               Sin embargo, Castilla no acabó despedazada y bajo Alfonso XI supo hacer valer sus fuerzas y convertirse en la potencia hegemónica de la Península. Más allá de la personalidad de monarcas, regentes u opositores, tal resultado se debió a la determinación de los vecindarios de muchos concejos. Sus huestes municipales ya habían sido de gran ayuda en las grandes conquistas de Al-Ándalus, y sus gentes estaban acometiendo una notable obra de colonización. Su apoyo a una monarquía fuerte no fue gratuito, aunque no tomaran por entonces parte en uniones del estilo de las de Aragón, pues exigieron mercedes y privilegios. Sus minorías dirigentes de caballeros nobles y villanos, sus prohombres, aprovecharon la oportunidad para fortalecerse dentro de su comunidad. Acostumbrados ya a recibir órdenes y leyes en su idioma romance, igualmente el de una rica y creativa literatura, su toma de partido político consolidó la naturaleza proto-nacional castellana frente a otros. Tal fue el caso de la por entonces castellana Requena, que se resistió a la Corona de Aragón. Lejos de ser un enclave remoto de una frontera en exceso alargada, Requena y otros concejos de su área adoptaron un papel activo en la crisis que conmovió Castilla, condicionando militarmente el conflicto con Aragón y evitando su extensión hacia el Oeste más allá de 1295.

               Un 25 de abril de 1295 falleció Sancho IV de Castilla, dejando a su jovencísimo hijo Fernando un panorama endiablado. A las pretensiones de los infantes de la Cerda, se unieron las ambiciones de los hermanos del difunto, los infantes don Juan y don Enrique. Otros magnates se sumaron con gusto al río revuelto. A finales de julio se abrieron unas turbulentas Cortes en Valladolid, en las que se prometió a los concejos la devolución de bienes indebidamente apropiados por los reyes, entre otras cosas.

               La situación lejos de enderezarse empeoró, cuando en 1296 el infante don Juan llegó a proclamarse rey de León en complicidad con don Alfonso de la Cerda, que pretendía el trono castellano. En la primavera de aquel año, Jaime II irrumpió al frente de sus tropas en el reino de Murcia, que pretendía para su corona. Alicante fue la primera plaza que cayó en sus manos, con la complicidad de sus prohombres.

               El ataque aragonés podía perjudicar los dominios del infante don Juan Manuel en aquel reino, y sus representantes se movieron con rapidez para esquivar lo peor. El 27 de julio lograron de Jaime II una tregua hasta que su señor cumpliera los veinte años. Sin embargo, las espadas seguían en alto. El ayo de don Juan Manuel, Gómez Ferrando (que probablemente inspirara el Petronio del Conde Lucanor), marchó con una compañía de caballería hasta Requena, donde Sancho Meder había conducido otra de caballeros, ballesteros y peones.

               Ubicada en la frontera de Castilla con el reino de Valencia, Requena se convertía en una plaza de armas de singular importancia estratégica, pues desde la misma podía partir una fuerza capaz de alcanzar con relativa rapidez la ciudad de Valencia. La situación fue tan preocupante que el lugarteniente del alcaide de Buñol, entonces una localidad de población mudéjar, alertó en agosto a su rey Jaime II. De hecho, un ataque castellano por aquel sector podía comprometer la campaña de los aragoneses en tierras murcianas.

               Sin embargo, las gentes de la Corona de Castilla estaban muy de lejos de obedecer a un mando común supremo, por mucho que acataran en diversa medida al frágil Fernando IV. La guerra enturbiaba los negocios de más de uno y exigía cargas muy onerosas. Así lo consideraron los prohombres de Moya, Cañete y Requena, que se acogieron a una tregua territorial junto a los vasallos de don Juan Manuel. Ni a ellos ni a las gentes del reino de Valencia les vino mal, precisamente, y el 7 de abril de 1297 se esforzó en prolongarla don Jaime de Jérica, en buenas relaciones con el círculo de don Juan Manuel.

               No todo fue miel y azúcar, pues tanto en un lado como en otro de la frontera las gentes de los concejos acostumbraban a obrar según su voluntad. Fuerzas de Teruel arrebataron a vecinos de Moya unos doce caballos y tres pollinos. Semejante acción podía iniciar una cadena de represalias de consecuencias indeseables para la gran estrategia de Jaime II. Ni corto ni perezoso, ordenó a su procurador en el distante reino de Murcia, el infante don Pedro, que impartiera justicia a 19 de agosto, pues no confiaba en que su procurador en el cercano reino de Valencia, don Jazpert de Castellnou, la aplicara.

               Estas treguas territorialmente acotadas animaron las ambiciones políticas de magnates como don Diego López de Haro, que había arrebatado el señorío de Vizcaya a su rival doña María Díaz de Haro. Al iniciarse diciembre de 1297 acarició la idea de conseguir una tregua más amplia entre ambas Coronas, aunque fuera de dos a tres meses, que quizá condujera a un tratado como el que Castilla suscribió con Portugal en septiembre en Alcañices. En la ciudad de Valencia se celebraría una reunión de alto nivel desde Navidad al comienzo del nuevo año, asistiendo en tan armoniosas fechas don Alfonso de la Cerda (el pretendido rey de Castilla reconocido por el de Aragón), el inquieto infante don Enrique y el mismo don Diego. Estos dos últimos gozarían de seguridad para pasar por Requena, abasteciéndolos convenientemente Jaime II.

               Lo cierto es que todo quedó en agua de borrajas. El de Haro terminó riñendo con Fernando IV, y Castilla y Aragón prolongaron su enfrentamiento hasta la sentencia arbitral de Torrellas del 8 de agosto de 1304, por la que se dividía entre ambos rivales el reino de Murcia. Décadas más tarde, castellanos y aragoneses volverían a la carga por ampliar sus dominios y conseguir la hegemonía hispánica. En el ínterin, las gentes del fronterizo concejo de Requena supieron jugar bien sus cartas.

               Sus prohombres rentabilizaron la alarma causada a finales de 1300 con la caída en manos aragonesas de la fortaleza de Lorca, de singular valor en la frontera con la Granada nazarí. Coincidiendo con la movilización por la regente doña María de Molina de unos cuatro mil caballeros, los requenenses hostilizaron a los almogávares aragoneses con una fuerza de 1.300 hombres, entre peones y jinetes. Su objetivo excedía mucho la toma de ganado del rival, pues el 20 de junio de 1301 sus treinta y tres caballeros consiguieron de Fernando IV la suma de 3.250 maravedíes más en moneda nueva. El diezmo del puerto seco de Requena aportaría 2.000; las sacas de cosas vedadas, 1.000; y los pechos de judíos y moros, además de los derechos de almudín, peso y tahurería, los restantes 250. Así se configuró plenamente el influyente grupo de los caballeros de la nómina de Requena, que los reyes quisieron tener a su favor para evitar que tan estratégica plaza reconsiderara sus fidelidades.

               Antes que las aguas se sosegaran plenamente entre los reyes castellano y aragonés, más de un mercader requenense reemprendió sus negocios al otro lado de la frontera. Jaime Pérez consiguió del astuto Jaime II el 4 de julio de 1303 un salvoconducto para transitar y comerciar libremente por vía terrestre, fluvial o marítima sin pagar lezdas ni peajes durante dos meses. No debe de olvidarse que Requena conformaba por entonces junto con Moya, Huete, Cuenca y Toledo un área fuertemente orientada mercantilmente hacia Valencia. Restañar heridas, ya hechas las paces, resultó más que recomendable. Requenenses y valencianos decidieron enmendarse los daños inferidos en tiempos de tregua, a veces más teóricos que efectivos, y Jaime II encargó el 13 de diciembre de 1304 al vecino de Valencia Ramón de Poblet a que actuara de su parte de componedor. Más allá de todo, se había demostrado que en una época de crisis política y militar como la padecida entre 1295 y 1304 la voluntad concejil de las gentes de Requena se había mantenido con firmeza.

               Fuentes.

               ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

               Real Cancillería.

               Registro 104 (51r), 108 (159r), 109 (257r), 110 (80r), 134 (129r y 167v), 201 (11v-12r) y 252 (183r).