LARACHE, UN PRESIDIO EN LA FRONTERA DEL IMPERIO ESPAÑOL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

07.05.2020 10:10

                Larache, Al-Araish en árabe, es una antigua ciudad a orillas del Atlántico y en la ribera izquierda del río Lucus. Aunque su acceso marino, con todo, no resultó nada sencillo por la reciedumbre de las mareas y la poca profundidad del lecho fluvial, atrajo a navegantes y comerciantes durante siglos. León el Africano se fijó en su ciudadela y en su guarnición de 200 ballesteros, 100 arcabuceros y 300 jinetes ligeros, cuando los portugueses ya pretendieron su dominio. En 1573 su fuerza ascendió a 500 jinetes y 1.000 escopeteros, según Luis del Mármol. Las praderas y lagunas con anguilas de las cercanías de la ciudad tuvieron fama, así como sus bosques con leones.

                La expansión atlántica acrecentó su importancia, cuando los galeones de la Carrera de Indias cruzaban el océano con valiosísimos cargamentos. Piratas y corsarios de toda procedencia intensificaron sus acciones. En un Marruecos convulso, agitado por la expansión europea y otomana, la posesión de Larache fue ambicionada vivamente por los portugueses, que finalmente fracasaron en su empeño. Temeroso que los turcos o los ingleses la hicieran suya, Felipe II quiso lograr su dominio tras su entronización en Portugal. En 1581 proyectó su conquista, que debería haber comandado el duque de Medina Sidonia con fuerzas de otros aristócratas y ciudades de Andalucía. En 1583 propuso al sultán Ahmad al-Mansur permutar la plaza de Mazagán por la de Larache, plan que no se cumplió por alejarse el peligro del Argel otomano sobre Marruecos. Al menos en 1589 la diplomacia del monarca español evitó la entrega de Larache a Inglaterra.

                El deseo de controlar la ciudad no feneció con Felipe II y el gobierno de Felipe III también se interesó vivamente por la misma. Al mando del marqués de Santa Cruz, partió desde Cádiz una expedición con 8.000 soldados que alcanzó Larache en septiembre de 1608. Llegaron a desembarcar 200 hombres en avanzadilla, pero el estado de la mar obligó al repliegue de la fuerza.

                La ansiada posesión llegaría más tarde, en noviembre de 1610, por vía de cesión del sultán Muhammad al-Sayj, enfrentado con su hermano. Al ser asesinado, nunca se le pagó a aquél el dinero estipulado. El marqués de san Germán, con las nueve galeras del conde de Elda y al frente de 3.000 soldados, se hizo cargo de la entrega. La alegría en la corte española sería enorme y el Papa Gregorio XV concedió a Felipe III el derecho de presentación de los capellanes y vicarios de la ciudad.

                Desde Larache los españoles no emprendieron ningún movimiento expansivo hacia el interior y la fortificación de la plaza les preocupó vivamente. Los costes de mantenimiento eran elevadísimos (80.000 ducados anuales) y los recortes de la administración real en las Guardas de Castilla no liberaron los ansiados fondos. El ingeniero Juan de Médicis, de ilustre familia florentina, expuso las insuficiencias de Larache, pues debería de custodiarse cerca de un kilómetro de trinchera, los dos castillos exteriores (el de arriba o de Santa María de Europa y el de San Antonio) y las murallas. Se hicieron distintos proyectos, como el del afamado Bautista Antonelli. Obras como las murallas perimetrales de enlace de los dos castillos externos se costearon con los bienes de los moriscos expulsados de España.

                El empeño fue complicado. Entre 1644 y 1649, el voluntarioso gobernador y justicia mayor Diego Moreda realizó obras con sus propios medios por valor de 376.000 ducados, según la veeduría de cuentas. Ordenó fortificar la falsa braga del castillo de San Antonio con una contrapuerta. Cubrió su reducto y le habilitó troneras para pelear en la muralla de San Francisco, reforzada con foso y tres estribos por su flaqueza previa. Desde este castillo al de Santa María de Europa mandó disponer una banqueta y cinco plataformas en los traveseros de la muralla. Estableció un reducto con dos piezas de bronce para barrer la campaña con sus disparos. Se pusieron en defensa dos cortinas de la muralla. En los traveseros de la puerta del Muelle estableció un fuerte con cuatro piezas. De aquí hasta el río, mejoró el escarpe que partía con un terraplén. Habilitó una calzada en la muralla de la Marina, con la mejora de su defensa y avenida de aguas. Se fortificaron las principales puertas ante un asedio. Del muelle al río se excavó un foso de 53 metros de largo y más de 8 de hondo. Del castillo de Santa María a la muralla se abrió otro foso de 51 metros de largo y casi 7 metros de hondo, empleando pólvora y barrenos en la voladura de la roca viva.

                Los problemas de guarnición no resultaron menores. En 1611 el maestre de campo Gaspar de Valdés solicitó elevar su fuerza de 800 hombres, distribuidos en cuatro compañías, a 2.000 con veteranos de las plazas fuertes o presidios de Orán y Melilla, buenos conocedores de las condiciones del Norte de África. En años venideros la situación distó de mejorar. En 1655 guardaban la plaza 374 soldados, muchos presidiarios o procedentes de levas de vagabundos. En 1666 la guarnición se reducía a 250 soldados útiles y a 300 en 1677, cuando se necesitaban 1.200 al menos. Las dificultades militares de la España imperial de la época se acusaron especialmente en plazas como la de Larache.  

                Abastecerla tampoco resultó sencillo a causa de las tensas relaciones con su entorno territorial. El gobernador Moreda Llegó a empeñar sus ropas a mercaderes musulmanes y judíos para conseguir los víveres necesarios. Como sucedió con otras plazas españolas del Norte de África, como Mehdia o La Mamora, se recurrió al suministro peninsular habitualmente. Aunque Sevilla fue el punto de abastecimiento más importante, en 1623 le llegaron desde Cataluña y Valencia 1.000 fanegas de garbanzos y 500 quintales de arroz. El asentista don Fernando Nonvela, en 1637, suministró trigo y cebada desde Cataluña. El aprovisionamiento era laborioso. Su administración directa por agentes reales, según lo deseado por el Consejo de Guerra, fue cara e ineficaz y desde 1622 se tuvo que recurrir a la iniciativa privada de los asentistas para evitar lo peor. La llegada de escuadras como la de Antonio de la Cueva en 1619 alivió temporalmente la situación del presidio, que se agravó a medida que avanzó el siglo XVII.

                Obligados a servir por circunstancias desafortunadas, imposición o condena, los soldados de infantería de Larache tuvieron que soportar durísimas condiciones de vida, con escasas raciones (reducidas en el mejor de los casos a carne de vaca, bizcocho o pan de cebada), problemas de vestido y alojamiento. En 1622 los caballos llegaron a comerse las galletas de unos soldados muertos de hambre. Enfermaron con frecuencia y en más de una ocasión se temió que una epidemia sembrara Larache de bajas. No pocos hombres desertaron. Para evitar escándalos, los franciscanos tuvieron a bien dotar prostitutas con una asignación diaria desde 1614.

                Con todo, sirvieron como oficiales en Larache buenos militares. Capitán de infantería en 1616, Juan de Mazateve se había distinguido previamente como soldado y alférez en la Armada del Océano y guarda de Indias y en la plaza de Cádiz. Fue considerado tan combativo como honrado. El capitán Diego Ablitas Moreda era un veterano del ejército de Extremadura, la Armada del Océano y la Flota de Nueva España a la altura de 1674. El ya citado gobernador Moreda atesoraba un nutrido historial de servicios desde 1619 en Orán, la Armada del Océano, Flandes, Cataluña, Italia y el gobierno de Sanlúcar de Barrameda. Maestre de campo como el gobernador Juan Barbosa en 1677, los Consejos de Guerra e Indias informaron sobre su hoja de servicios. Muchos de ellos habían intervenido en la protección de la Carrera de Indias, conocían perfectamente la importancia de la conservación de Larache para su seguridad y sabían manejarse en espacios reducidos con soldados al borde de su resistencia.

                El presidio de Larache vivió inmerso en un ambiente propio de la frontera, territorio en contacto con el enemigo que tenía unas normas específicas. Se acogieron hasta treinta familias moriscas después de su expulsión de los territorios ibéricos. Floreció, como en otros puntos del África del Norte, el comercio de esclavos, al calor de las cabalgadas militares, en las que descollaron hombres como Pedro de Vera o Francisco Carrillo. El cautiverio estuvo a la orden del día y para redimir a los cristianos que cayeron en el mismo destinó fondos de su patrimonio Rafael Cornejo, cuya memoria administró el agustino Valentín del Castillo.

                La presión marroquí sobre Larache fue en aumento a lo largo del siglo XVII, cuando las fuerzas españolas se debatían cada vez más extenuadas en muchos otros frentes. Encajó la plaza ataques en 1634 y en 1642. El potentado local Sidi Abdallah Ghailan, del grupo de los Beni Gorfet, lanzó en 1666 una fuerza de 40.000 personas, que incluía a los familiares de los combatientes. Con la ayuda prestada desde la Península por el duque de Medinaceli, el maestre de campo Juan de Bracamonte los rechazó con éxito.

                Mucho mejor preparado estuvo el ataque del sultán Muley Ismail, empeñado en tomar las plazas en manos europeas. Ordenó al caid de Tetuán que lo emprendiera. Con el asesoramiento de la Francia de Luis XIV (aliada igualmente del imperio otomano que atacó Viena en 1683) se formalizó un asedio en toda regla. A mediados de agosto de 1689, Larache estuvo circunvalada  por diez líneas de trincheras enlazadas a través de ramales.

                El gobernador Fernando Villerías pidió ayuda y el capitán general de Andalucía, el conde de Aguilar, destacó al general Nicolás Gregorio con el tercio viejo de Nápoles, parte del tercio viejo de la costa de Granada y otras fuerzas. Se consiguió evacuar a Cádiz a gran parte de las mujeres y niños, pero la situación del presidio se hizo insostenible. Para evitar lo peor, se avino a negociar la rendición el 11 de noviembre de 1689. Pocos meses después, el cabildo de Orihuela deploraba ante el rey la pérdida de Larache junto a La Mamora y Tánger (esta última en manos inglesas desde 1661 a 1684).

                Los defensores supervivientes deberían de haber sido evacuados en barcos, según lo pactado. Sin embargo, muchos soldados terminaron en el cautiverio, triste final para las personas que fueron a parar a aquel atribulado confín del imperio español.

                Fuentes documentales.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Consejo de Aragón, Legajos 0272 (066), 0281 (060) y 0834 (043).

                ARCHIVO GENERAL DE INDIAS

                Indiferente, 125 (108) y 161 (564).

              Bibliografía.

                Cabanelas, D., “El problema de Larache en tiempos de Felipe II”, Miscelánea de estudios árabes y hebraicos. Sección Árabe-Islam, 9, 1960, pp. 19-53.

                García Figueras, T., Larache, datos para su historia en el siglo XVII, Madrid, 1973.

                López Enamorado, Mª. D., Larache a través de los textos. Un viaje por la literatura y la historia, Sevilla, 2004.

                Thompson, I. A. A., Guerra y decadencia. Gobierno y administración en la España de los Austrias, 1560-1620, Barcelona, 1981.

                Torrecillas, A., Dos civilizaciones en conflicto. España en el África musulmana. Historia de una guerra de 400 años (1497-1927), Valladolid, 2006.