LAS ALCAIDÍAS DE LAS FORTALEZAS Y EL DOMINIO DE CASTILLA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

08.10.2019 15:07

                El feudalismo, en su sentido más clásico e institucional si se quiere, se ha asociado estrechamente con los castillos, las soberbias y orgullosas fortificaciones que a su modo expresaban los afanes de dominio de muchos señores territoriales de Europa. Hubo un tiempo que se pensó que se alzaron por la inseguridad causada por los pueblos que atacaron e invadieron la Cristiandad occidental en la Alta Edad Media, aunque a día de hoy contemplamos las cosas de manera más compleja, más matizada. Los castillos se establecieron para ejercer un dominio más eficaz en lo fiscal y militar en distintos distritos. Los monarcas medievales fueron en origen, además de pretendientes a heredar la grandeza de Roma, señores de castillos que fueron tejiendo con fortuna desigual redes de control hasta abarcar todo un reino en la medida de sus posibilidades.

                Los castillos evolucionaron arquitectónicamente al discurrir los siglos, desde Hispania a Tierra Santa, con una gran variedad de modelos, hasta albergar las primeras piezas de artillería y disponerse para aguantar un cañoneo enemigo. En la Castilla del siglo XV, se enclavaron fortalezas así, como la de La Mota de Medina del Campo, cuya tenencia bien valía esfuerzos y fondos.

                Doña Isabel y don Fernando, antes de ser conocidos como los Reyes Católicos, mantuvieron una porfiada lucha por el poder en una Castilla agitada durante demasiadas décadas por los enfrentamientos internos. Los grandes magnates pugnaban por hacerse con el dominio de sobresalientes castillos, con distintos pretextos. Desde sus torres, los nobles más modestos también pretendieron hacer su voluntad y famosa fue la campaña de los monarcas en el reino de Galicia, donde ordenaron derribar muchas posiciones fortificadas.

                Conscientes, muy al modo de Maquiavelo, que la hegemonía o dominio se alcanzaba con una volátil mezcla de miedo y afecto, se trataron de granjear el apoyo de la nobleza. A sus rivales los neutralizaron e hicieron entrar en su círculo de fidelidad, a sus aliados y amigos los premiaron con distintas mercedes. Uno de sus agraciados fue el comendador mayor de León Gutierre de Cárdenas, que recibió distintas concesiones, como la alcaidía de La Mota de Medina del Campo el 5 de febrero de 1500. No se trataba, en esencia, de un otorgamiento en franco alodio, sino sujeto a la Costumbre de España, que exigía al alcaide mantener la fortaleza y su guarnición a cambio de una retribución sobre las rentas reales, valoradas en este caso en 183.000 maravedíes. En caso de faltar a sus obligaciones, el alcaide podía ser destituido.

                Don Gutierre, no obstante, recibió por su cercanía con los reyes la potestad de entregarlo a su hijo Diego de Cárdenas, primer duque de Maqueda, que se convertiría en adelantado mayor de Granada. Felipe I, conocido en nuestra Historia con el sobrenombre del Hermoso, trató de ganárselo ofreciéndole el 29 de agosto de 1506 la alcaidía de Chinchilla, plaza de singular importancia estratégica. El suegro y rival de don Felipe, el astuto Fernando el Católico, le mantuvo la tenencia de forma cautelosa y el 3 de abril de 1508 le concedió la alcaidía de la ahora alicantina fortaleza de Sax.

                Pasada la guerra de las Comunidades, que tanto turbaron las tierras castellanas, Carlos V mantuvo tan política disposición, por mucho que las fortalezas citadas fueran perdiendo la importancia militar de las pasadas décadas. El 6 de agosto de 1524 confirmó la alcaidía de Chinchilla al marqués de Elche Bernardino de Cárdenas por la renuncia de don Diego. Felipe II y los demás reyes de la casa de Austria mantuvieron el mismo proceder, conscientes que la fortaleza de su poder residía en algo que iba más allá de lo simplemente físico.

                Fuentes.

                Archivo Histórico de la Nobleza.

                Baena, C. 175, D. 110.