LAS CONTRADICCIONES DEL PORTUGAL DECIMONÓNICO, MOTOR DE LA NACIONALIDAD. Por Gabriel Peris Fernández.

19.10.2016 11:45

                

                En 1808 el reino de Portugal fue invadido por las fuerzas de Napoleón y sus aliados y fue auxiliado por los británicos, que tampoco dejaron de ocupar temporalmente territorios portugueses. Mientras en el pequeño reino ibérico se libraba una guerra más amplia, de carácter mundial, los portugueses conservaban un dilatado imperio en el Atlántico con el epicentro en Brasil, a donde huyó la corte real escapando de la invasión. Desde allí reclamó territorios de la América española, como la Banda Oriental a punto de convertirse en Uruguay.

                Paradojas del Portugal de la época, ocupado e imperial al mismo tiempo. Señor de grandes riquezas ultramarinas y subordinado económicamente al Reino Unido. Conoció también la transacción política y la discordia civil. Entre 1822 y 1825 el Brasil se le desgajó, en forma de imperio, bajo la misma dinastía, la de los Braganza. Nada hubo comparable a las guerras de la Emancipación de Hispanoamérica. Sin embargo, en la metrópoli los partidarios del absolutismo y del liberalismo chocaron con dureza hasta 1834, año en que se abatió a don Miguel, partidario del primero en contra de María II.

                En la Europa del nacionalismo en auge, que presenciará el grito de libertad de la Primavera de los Pueblos tras la lucha de los griegos y que contemplará la formación de la Italia y Alemania unidas, los portugueses no renunciaron a su nacionalidad. No se dejaron sumergir en un todo ibérico, pese a sugerencias tan seductoras como las de Sinibaldo de Mas, aunque la suerte de sus luchas políticas quedó encadenada a la de nuestra primera guerra carlista.

                El Portugal liberal y burgués emergido de tanto enfrentamiento fue un país de campesinos sometidos a condiciones a veces muy duras, que estallaron en forma de ruidoso descontento en 1846. De 3.500.000 portugueses solo 500.000 vivían en ciudades. En 1847 fuerzas extranjeras actuaron a favor del orden establecido en el reino, en un ambiente que anunciaba el del revolucionario 48, y en 1851 el mariscal Saldanha impuso un régimen liberal conservador según el espíritu de la Carta de 1826.

                Más allá de la mera represión, se impulsó en Portugal una política de consolidación del régimen de monarquía parlamentaria con la clásica alternancia de dos partidos políticos favorables al sistema, algo que en España se conseguiría bajo la Restauración. Se prosiguió la obra de fomento y renovación económica principiada en 1821, cuando se fundó el Banco de Portugal y se aplicó por vez primera el vapor a la navegación, tan vital en un país con tan gran tradición marinera. En 1852 se creó el Ministerio de Obras Públicas, Comercio e Industria y la línea férrea Lisboa-Carregado se inauguró en 1856.

                Además de la animación de la agricultura, la industria y el comercio, en el ambiente de la Regeneración, se quiso fortalecer el imperio africano desde los puntales de Angola y Mozambique. A fines del siglo XIX los portugueses alcanzaron los 5.000.000 de habitantes y podían presumir de sus clases ilustradas, pero en la Europa del Imperialismo volvieron a sufrir las contradicciones más frustrantes, las de un imperio sometido a los dictados de otro, el británico, capaz de frenar su expansión, las de una sociedad capitalista en la que desde 1872 las asociaciones socialistas comenzaron a tener fuerza. En 1895 se fundó el Partido Socialista Portugués. En el clima de inquietud cultural del cambio del siglo XIX al XX se fraguó el republicanismo que derribaría en 1910 a una de las monarquías más antiguas de Europa, cuya importancia sería recordada más tarde por grandes historiadores.