LAS FALLAS DESDE LA ANTROPOLOGÍA CULTURAL.

19.03.2015 00:02

                

                Un año más llega el día de San José puntual a su cita en el calendario, cuando la ciudad de Valencia y otras localidades de su Comunidad se preparan a quemar a partir de las doce de la noche sus monumentos falleros, arte perecedero en estado puro.

                Las fallas son un motivo de disfrute y de orgullo para vecinos y forasteros, pero también para el estudio sosegado aunque su vertiginoso ritmo pueda resultar antitético a simple vista. Hace años Antonio Ariño Villarroya nos regaló un clásico de la antropología cultural que en un día como hoy tenemos el gusto de comentar y de recomendar, La ciudad ritual. La fiesta de las fallas, que publicó Anthropos en 1992.

                En aquellos años la movida ya empezaba a ser Historia y la animación de las llamadas fiestas populares desde muchos ayuntamientos democráticos merecía un balance crítico. Las fallas habían sido salpicadas por la polémica política desde el tardofranquismo, arrastrando tal circunstancia en los azarosos momentos de la Transición, ya que la fiesta no sólo servía para pasarlo en grande en unas jornadas de esparcimiento.

                La gran aportación de Ariño consiste quizá en su tratamiento sereno del tema, alejándose tanto de exaltaciones pintorescas propias de los Juegos Florales como de la avinagrada denigración del que la considera un burdo montaje de pan y circo.

                Como buen investigador parte de los testimonios documentales que nos ofrece la propia fiesta y otros fondos locales, interpretándolos de forma analítica. Los grupos rectores de la ciudad de Valencia buscaron desde bien avanzado el siglo XVIII una fiesta urbana que diera idea del esplendor de su localidad, resaltando su posición preponderante en su seno. Buscar algo equivalente al Corpus no resultó nada sencillo ni en Valencia ni en otras muchas ciudades.

                A mediados del siglo XIX las celebraciones con motivo de la festividad de San José, patrón de los carpinteros, en las que se acumulaban enseres viejos para ser quemados, sirvieron a tal propósito. Poco a poco estas festividades ganaron en esplendor y en la primera mitad del siglo XX se terminó de completar su organización a todos los niveles, erigiéndose en un símbolo del regionalismo valenciano.

                Ariño se detiene en la consideración del empleo del valenciano en las fallas, así como en el análisis de las opiniones, mensajes y discursos consignados en la crítica o los carteles explicativos del sentido de cada falla repartidos a lo largo del monumento en un auténtico itinerario. En muchas ocasiones vemos que ser fallero no es algo precisamente frívolo, sino una forma de ser crítico ante situaciones insoportables, manteniéndose fiel a sí mismo y no abandonando los corteses dominios del simpático humor. Disfruten del día de San José, aunque no sean padres, de las fallas y de este precioso libro.

                Víctor Manuel Galán Tendero.

                Imagen de www.lovevalencia.com