LAS NAVES TEMPLARIAS. Por Esteban Martínez Escrig.

27.04.2015 06:49

               La orden del Temple ha merecido toda clase de aproximaciones, desde las más fantasiosas a las más serias fundamentadas en el estudio de los documentos. Los templarios no descubrieron en secreto América, donde acumularon un fabuloso tesoro, pero sí dispusieron de una importante flota.

                                                        

                Tras la conquista de Jerusalén a los musulmanes en el 1099 afluyeron a Tierra Santa muchos peregrinos y las órdenes militares encargadas de su protección comenzaron a armar naves para conducirlos. Los peregrinos requirieron embarcaciones grandes para transportar sus efectos personales y naves de protección para no ser sorprendidos por los piratas. Los templarios, como sus rivales hospitalarios, reclutaron importantes tripulaciones y exigieron privilegios fiscales como todos los navegantes del siglo XII.

                En 1234 los templarios alcanzaron un acuerdo con los celosos armadores de Marsella y limitaron el número de naves que podían fletar desde su puerto con destino a Tierra Santa. En San Juan de Acre contaron con valiosas atarazanas y sus naves salvaguardaron el litoral de los estados cruzados.

                La carraca y la bombarda descollaron entre las embarcaciones de transporte. Contaron con unos treinta metros de eslora y ocho de ancho. Su antena medía unos treinta metros, su mástil de proa otros treinta y el de popa veintinueve. Estas naves fueron capaces de albergar en condiciones precarias a unas trescientas personas durante la azarosa travesía.

                Las tafureas o las catalanas tarides transportaron caballos. Dispusieron de una puerta con bisagra que sirvió para atracar en el muelle y descargar los animales.

                Por supuesto la reina de las naves templarias de guerra fueron las galeras como en otras armadas mediterráneas. Con sus cuarenta metros de eslora y seis de ancho, las filas de remeros las impulsaban en sus movimientos de ataque como si de saetas se tratara. Unos cien hombres componían su variopinta tripulación de guerreros, marineros y galeotes.

                Para coordinar las acciones entre las naves de guerra y dar aviso de cualquier novedad se emplearon los marineros jabeques. Las gamelas o camellas eran pequeñas naves capaces de proteger los puertos o de emprender operaciones navales de combate a una escala más precisa: los verdaderos escuderos de las caballerosas galeras de la orden del Temple, también luchadora en los mares.