LAS RAÍCES DE LA RESISTENCIA ASTUR AL PODER MUSULMÁN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Tras su victoria en la batalla de Guadalete (711), las fuerzas musulmanas consiguieron en poco tiempo imponerse en la mayor parte de Hispania. Según la Crónica de Alfonso III, establecieron su dominio en Gijón, pero en el 718 comenzó una rebelión en Asturias, que culminó en el 722 con la batalla de Covadonga. Posteriormente se presentarían tales acontecimientos como el primer intento de restablecer la caída monarquía visigoda en Hispania, la Reconquista. Sin embargo, a día de hoy se considera que fue un movimiento más particularista y limitado políticamente.
Los astures habían sido conquistados en el cambio de Era por los romanos en duras campañas. Su organización política fue desmantelada, según se desprende del abandono de poblados como el de la Campa Torres. La presencia de fuerzas romanas, la participación de los astures en las legiones y la difusión de la escritura alentaron la romanización, por mucho que el territorio no atrajera a colonos itálicos como otras tierras hispanas, algo que favoreció la pervivencia de elementos prerromanos en amplias áreas rurales.
Roma se mostró más que capaz de explotar las minas de hierro y oro de los valles centro-occidentales y de establecer enclaves comerciales como Gijón, rodeada de numerosas villas. Sin embargo, el siglo III trajo importantes cambios. La decadencia de la minería potenció la práctica de la agricultura y de la ganadería. Gijón se fortificó y las villas fueron cediendo su protagonismo núcleos fortificados y religiosos, algunos muy próximos a antiguos castros, en manos de una verdadera aristocracia astur-romana.
Sus relaciones con los visigodos resultaron ser tempestuosas, dando pie a importantes campañas militares. Sin embargo, el territorio astur de El Bierzo acogió en el siglo VII a San Fructuoso y a sus monjes, interpretándose la falta de noticias de otras comarcas como una muestra de la autonomía de los potentados astur-romanos.
Las conquistas musulmanas violentarían este panorama, acogiéndose a territorio astur un número indeterminado de refugiados. Mientras las fuentes árabes consideraron a Pelayo natural de Asturias en Galicia, que tras escapar de Córdoba agrupó a los fugitivos, la Crónica de Alfonso III lo convirtió en espatario de los reyes Witiza y Rodrigo, bien capaz de rechazar la oferta de rendición ofrecida por el obispo de Toledo Oppas. Lo cierto es que fuera quien fuera Pelayo, la insurrección contra el poder musulmán no se hubiera iniciado sin el apoyo de los poderes astures (nada inclinados a convertirse en tributarios), con una capacidad muy similar a la de los bretones del País de Gales.
Para saber más.
Carmen Fernández Ochoa y Ángel Morillo Cerdán, La tierra de los astures. Nuevas perspectivas sobre la implantación romana en la antigua “Asturia”, Gijón, 1999.

