LEÓN, RIVAL Y HERMANA DE CASTILLA.

27.01.2018 10:42

                

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                La Historia de Castilla está indisociablemente unida a la de León, con el que mantuvo una relación tan estrecha como a veces conflictiva. La épica castellana contraponía a los primeros condes con los reyes leoneses, y algunos historiadores han apuntado diferencias sociales entre ambos territorios, más allá de los idiomas hablados por sus gentes. En la Castilla del siglo X florecería una caballería que no tendría el mismo arraigo en los territorios centrales leoneses, donde los magnates y los monasterios tendrían mayor peso. Lo cierto es tanto León como Castilla abrazaron territorios muy distintos, y entre Fernando I y su biznieto Alfonso VII permanecieron unidos bajo el mismo titular, con el intervalo de Sancho II el Fuerte de Castilla (1065-72). Tal monarquía adoptó el ideal de la Recuperación de la Hispania visigoda, de la que se consideraba heredera, la llamada Reconquista, y los nobles castellanos y leoneses combatieron en las campañas contra los musulmanes por igual. La vida de la frontera era la misma para los dos grandes componentes de aquélla.

                Sin embargo, Castilla y León se separaron a la muerte de Alfonso VII, que aprobó tal división antes de fallecer en el 1157, algo que no parece relacionarse a primera vista con su idea de imperio hispánico, en el que un monarca con título de emperador se encontraba al frente de un grupo de reyes vasallos, cristianos y musulmanes. Ni Sancho III de Castilla ni Fernando II de León recibieron tal distinción, lo que parece indicar que la división obedecería a razones más profundas que la de la voluntad regia, y quizá respondiera a los intereses de los grupos aristocráticos favorables a cada hijo de Alfonso VII. Ahora bien, semejante separación no entrañó la anulación de pretender la unión, pues el tratado de Sahagún (1158) preveía que en caso de morir antes uno de los dos hermanos, Sancho o Fernando, el otro le sucedería al frente de su reino. Entonces sus fieles podrían regir a su gusto todo el territorio de la antigua monarquía.

                Cuando su jovencísimo sobrino Alfonso VIII fue entronizado en Castilla a la muerte de Sancho III, Fernando II (que se tituló como rey de las Españas) se sintió defraudado y se lanzó sobre los territorios del reino vecino. Su hijo y sucesor Alfonso IX (1188-1230) también tuvo duros enfrentamientos con la Castilla de Alfonso VIII. Ambos reinos se disputaron áreas como la Tierra de Campos. Alfonso IX accedió a participar en la campaña que terminaría en la batalla de Alarcos (1195), donde Alfonso VIII decidió librar combate solo contra los almohades. Como este rey castellano no le restituyó varias fortalezas, Alfonso IX se encontraría ausente en la batalla de las Navas de Tolosa (1212). Fernando II y Alfonso IX actuaron, pues, en defensa de sus posiciones, al igual que Alfonso VIII de Castilla, lo que a veces condujo a León a pactar con los almohades en el complejo juego del tablero político hispánico de la segunda mitad del siglo XII.

                En esta época, el reino de León era una monarquía territorialmente compleja, formada por Galicia, las Asturias ovetenses, el núcleo de León, el área de los concejos de la frontera con el Islam y las zonas en litigio con Castilla. Con Portugal sostuvo unas relaciones tan estrechas como a veces conflictivas, en particular sobre la expansión hacia Badajoz, donde se libró una enconada batalla en 1169. Más allá de los combates contra los almohades, León tuvo que hacer frente a los problemas sociales de la Cristiandad coetánea, en la que los habitantes de las ciudades en expansión reclamaban de las autoridades señoriales mayor protagonismo y consideración. En Lugo, al que le fueron concedidos fueros por Fernando II en el 1177, las disputas entre su obispo y sus vecinos fueron muy vivas. La repoblación regia de Ciudad Rodrigo enemistó a la realeza con el concejo de Salamanca.

                Tales problemas, unidos a los conflictos con los reinos vecinos, no condujeron a León al caos. Al contrario, realizó un enorme esfuerzo de organización, en algunos casos pionero dentro de Europa. La sede de Santiago de Compostela, uno de los grandes centros de peregrinación de la Cristiandad, fue cuidada en lo institucional y artístico. La Ruta Jacobea era un dispensador de beneficios de todo género. Fernando II concedió en 1168 al maestro Mateo, el director de las obras de la catedral compostelana, dos marcos semanales de pensión. La devoción a Santiago Apóstol inspiró también a los caballeros o fratres defensores de Cáceres, encabezados por don Pedro Fernández de Fuentencalada, origen de la orden militar santiaguista, plenamente reconocida por la bula del Papa Alejandro III de 1175. Los dispendios de tiempos de Fernando II determinaron a su hijo Alfonso IX a convocar en 1188, recién entronizado, las primeras Cortes de la Europa feudal, en las que participaron representantes de las ciudades para tratar asuntos económicos y legales. Otro timbre de gloria fue el establecimiento en el 1218 del Estudio General de Salamanca, punto de arranque de la emblemática Universidad.

                La ofensiva almohade cercenó buena parte de los dominios leoneses en la actual Extremadura, aunque igualmente el señorío de Trujillo de don Fernando Rodríguez de Castro, poco complaciente con la autoridad de Alfonso IX. El hundimiento del imperio almohade dio alas a la expansión leonesa, que en 1229 retomó Cáceres y en 1230 Mérida y Badajoz.          

                El 24 de septiembre de 1230 falleció Alfonso IX en la villa nueva de Sarria, en Galicia. Dadas las anulaciones matrimoniales papales que había tenido que encajar, su sucesión se presentaba complicada. De su primera esposa, Teresa de Portugal, tuvo a doña Sancha y doña Dulce, y de doña Berenguela, su segunda mujer e hija de Alfonso VIII, a don Fernando, que por la muerte de su joven tío don Enrique se convertiría en el tercer rey castellano de este nombre. A las hijas de doña Teresa no las recibieron bien en Astorga y en León, según la Crónica latina de los reyes de Castilla, pero sí en Zamora por los buenos oficios de Ruiz Fernández el Feo.

                Antes de entrar en Toledo, Fernando III de Castilla conoció la nueva, y decidió reclamar el trono leonés. Se puso en camino hacia Ávila, donde prosiguió hasta Medina del Campo, donde recibió a los enviados de Toro. Vadeó el Duero y pasó por Villalar y Cebrián de Mazote antes de llegar a Toro el 19 de octubre de 1230, donde recibió el homenaje de sus gentes. En Villalpando se reunió tres días después con su activa madre doña Berenguela. Tras pasar por Mayorga y Mansilla con reconocimiento, entró en León, cuyo obispo y cuyas gentes se declararon por él, aunque las torres de la ciudad no le fueron cedidas por el merino mayor García Rodríguez Carlota. De hecho, los obispos de Oviedo, Astorga, León, Lugo, Salamanca, Mondoñedo, Ciudad Rodrigo y Coria se pusieron a su favor. Una parte importante del reino leonés se posicionaba a favor de la opción castellana, quizá porque prefiriera un rey guerrero que no interfiriera su expansión al modo de Portugal.

                De todos modos, doña Sancha y doña Dulce contaban con partidarios, por lo que la reina madre doña Berenguela se movió con rapidez. Se reunió en Valencia de don Juan con Teresa de Portugal. Alcanzaron un acuerdo y se firmó en Benavente el convenio que evitó una guerra. Fernando III se convertiría en rey de León a cambio de dotar a las infantas con 30.000 maravedíes anuales situados en distintos lugares de sus dominios. Así pues, pudo entrar en el reducto de Zamora y a continuación visitar la Extremadura leonesa.

                Al año siguiente, por Navidad, pudo ir a Galicia, donde según la citada Crónica puso orden. También visitó Asturias. Más tarde fue a León y Carrión. El reino leonés se le mostraba fiel, y en compañía de distintos magnates marchó a Burgos, donde abordó diversas cuestiones.

                León no había perdido su singularidad, bien presente en la titulación de los monarcas de la que se convertiría en la Corona de Castilla, y la expansión hacia Al-Ándalus brindó una buena oportunidad para que colaboraran las fuerzas de castellanos y leoneses. A 6 de enero de 1233 Fernando III inició el asedio de Úbeda. Los nobles leoneses lo secundaron, así como las huestes concejiles de Toro, Zamora, Salamanca y Ledesma. Cumplidos los tres meses, sin embargo, consideraron que su deber con el monarca se había cumplido, y la Crónica sostiene que la perseverancia de los castellanos fue la que ganó Úbeda en julio. Aquel mismo año, Trujillo fue conquistada por el maestre de Calatrava y por el obispo y gentes de Plasencia. Tales acontecimientos demuestran que León no fue incorporado simplemente a otro reino, sino que unió su potencia a Castilla. El vínculo sería irreversible, a despecho de ciertas particularidades: en las Cortes de 1293 leoneses y castellanos se reunieron por separado, y los primeros reclamaron que en los pleitos con el rey se sentenciara según el Fuero Juzgo, su referencia legal desde el siglo X. Castilla y León, con todo, se erigiría en la potencia hegemónica de la península Ibérica, dejando atrás la llamada España de los cinco reinos.

                Víctor Manuel Galán Tendero.