LOS ALBORES DE VENECIA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

15.11.2019 10:22

                Venecia se convirtió en una de las ciudades más poderosas de Europa en la Edad Media y en uno de sus Estados más originales. Su flota y su comercio alcanzaron fama proverbial, capaces de imponer su criterio a los reyes y señores más poderosos. Sin embargo, sus orígenes fueron modestos y en el siglo X se forjó la leyenda de su nacimiento de resultas de la furia devastadora de Atila, que empujó a muchos a buscar su refugio.

                Lo cierto es que sus islas ya estaban habitadas por los romanos. Se situaba en una ruta que tuvo importancia en el Bajo Imperio e incluso después, bajo el gobierno ostrogodo, según refirió Casiodoro. Desde Istria se abastecía de vino, aceite y trigo a Rávena, ciudad que surgió edificada sobre pilotes. Cuando el viento soplaba con violencia, los barcos podían realizar su singladura por canales litorales, tirados por caballos o por los mismos tripulantes.

                En la embrionaria Venecia se consumía bastante pescado y la explotación de la sal dispensaba un recurso de gran valor. Las poblaciones anfibias parecían llevar el orden terrestre al caos marítimo, según la mentalidad clásica. Sus puertos eran profundos, tenían buenos canales y condiciones óptimas de defensa. Sin embargo, no estaban a salvo de las inundaciones, como la de octubre del 589, que azotó la planicie litoral del río Adigio. En tal año de Noé, las aguas llegaron hasta Verona. La inundación castigó con dureza las islas venecianas nuevamente hacia el 823.

                Al peligro de las aguas los venecianos tuvieron que sumar otros, que curtieron su carácter. La Historia italiana a la caída del Imperio fue convulsa. Los romanos de Oriente, los bizantinos, tuvieron el dominio sobre el área véneta. Los lombardos quebrantaron la hegemonía bizantina en Italia y los venecianos tuvieron que hacer frente a importantes dificultades, coincidiendo con la embestida musulmana contra el imperio. En el 697 la autoridad eclesiástica y las fuerzas vivas de la población nombraron dux a Paulo, iniciando una línea llamada a durar siglos. El gobierno ducal, según la herencia de la Baja Romanidad, distó de ser sencillo, pues los venecianos llegaron a preferir por un tiempo ser regidos por un magister militum que por un dux. Las relaciones con Constantinopla tampoco fueron fáciles, especialmente durante el tiempo iconoclasta, defendiéndose en la cada vez más autónoma Venecia la causa de las imágenes religiosas.

                Los conquistadores francos también alcanzaron Venecia, que se les entregó en el 804 en medio de fuertes pugnas internas. En el 810 volvió a pasar a la obediencia bizantina por obra de sus partidarios allí. Sin embargo, bizantinos y carolingios se unieron contra la coalición de Venecia, Istria y Dalmacia, que fue vencida. Los venecianos pasaron a la órbita carolingia. Cuando en el 899 los húngaros atacaran con furia la Italia postcarolingia, el dux Pietro Tribuno se hizo fuerte en el nuevo núcleo de Rialto, al que dotó de muralla y de una cadena protectora de la entrada del canal. La nueva ciudad se fortalecía y en las décadas siguientes sus naves fueron ganando fuerza. De Alejandría llegarían las reliquias de San Marcos, que sustituiría en el patronazgo a San Teodoro. Pronto Venecia se erigió en sede episcopal y su prestigio no dejó de aumentar en los siguientes tiempos, centinela de Occidente atenta al Oriente.

                Fuentes.

                Giovanni Diacono, Historia Veneticorum, Roma, 1890.