LOS ANTIGUOS REINOS DE IRLANDA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

23.07.2025 11:02

              

               A comienzos de la Era Cristiana Irlanda formaba parte del mundo de los celtas. Se ha estimado que sus gentes se repartían por aquellos días entre treinta mil puntos fuertes, descollando los llamados castros de Tara, Emain Macha y Dun Ailine. Se ha considerado que en verdad eran centros ceremoniales, en los que distintas comunidades practicaban sus rituales.

               A diferencia de la cercana Britania, Irlanda no fue conquistada por los romanos. La moneda no se generalizó en la isla hasta bien avanzada la Edad Media, residiendo la riqueza en el ganado. Precisamente el sét o la vaquilla era la unidad de cambio de aquellas gentes, que dividían el año en dos grandes mitades por razones ganaderas.

                Las tradicionales Leyes Brehon, que se pusieron por escrito entre los siglos VI y VII, le concedieron una gran importancia al grupo familiar, el derbfine. Una familia podía obligar a otra a reconocer su culpa a través de su ayuno o troscad, capaz de trasladar su padecimiento a la parte contraria según sus creencias. Sin embargo, se ha descartado la posesión comunal de los terrazgos. Entre los celtas de Irlanda se distinguieron las categorías de los druidas y los guerreros aristocráticos de las subordinadas de los campesinos. Entre los unos y los otros pugnaron los herreros y los curanderos para ser debidamente reconocidos como una categoría media.

                Esta sociedad, de corte más aristocrático que monárquico, practicaba el apresamiento de ganado y aprobaba el cortar las cabezas a sus enemigos, al modo celta. Se han contabilizado, antes de la llegada de los vikingos a finales del siglo VIII, unos ciento cincuenta pequeños reinos en toda Irlanda. En origen, serían agrupaciones gentilicias con un antepasado en común (túath). Cada uno de los túatha tuvo una extensión de doscientos cincuenta kilómetros cuadrados a lo sumo y albergó a unos miles de personas. Era gobernado por el cabeza del linaje más antiguo, el rí túathe. Responsable directo de la fertilidad de las tierras y de los ganados por medio de los sacrificios a los dioses, podía ser sacrificado de fracasar en su cometido. Las familias le debían obediencia, acudir al combate cuando lo ordenara y el pago de tributos en especie, particularmente en ganado.

                En la tradición irlandesa encontramos la figura de la reina Medb (la que embriaga), esposa del rey de Connacht. De carácter libidinoso y guerrero, rodeada de amantes como el héroe Fergus Mac Roich, ordenó la muerte de su marido al enterarse que él mismo también las tenía. Fue, pues, la voz cantante de la pareja, capaz de conducir a las tropas al combate. Se le ha vinculado con la fertilidad de la tierra y con la soberanía sagrada al seleccionar a los que merecían ser reyes.

                En esta Irlanda, que quizá llegó a estar poblada por medio millón de habitantes, emergieron reinos más poderosos, capaces de subordinar a otros conformando una verdadera jerarquía. Al rey supremo de un conjunto de pequeños reinos, el ruirí, se le debía la hospitalidad, tributo y servicio de armas, al igual que al supremo rí Érenn, un verdadero gran rey de Irlanda. En este inestable y heterogéneo mapa político, en el que el dominio se ejercía en muchos casos de forma indirecta, crecieron desde el siglo V grandes reinos como los de los Uí Néill en el Norte y en el Centro, y en el Sur el de los Eoghanachta.

               Los perdedores de las contiendas entre reinos nutrieron la colonización desde el Ulster al cercano Oeste de Escocia, a Argyll, donde establecieron el reino de la Dalriada, desde el que partieron los evangelizadores cristianos de Northumbria en el siglo VII.

                Desde el mundo romano llegó el cristianismo desde el siglo V, destacando la figura de San Patricio. Aunque la nueva fe fue arrinconando a las antiguas creencias religiosas, no desapareció ni la poligamia ni el uso de maldecir a los enemigos. La fuerza del sistema familiar se hizo patente en la organización de las comunidades monásticas irlandeses, en las que rigió el sistema de herederos o coarbs, por el que el abad era un familiar del fundador.

               Sobre esta Irlanda en transformación, ejercieron su poder los Uí Néill. Pusieron bajo su férula los monasterios de Clonard y Clonmacnoise, alentaron la redacción de la vida del venerado San Patricio, favorecieron la puesta por escrito de las hasta entonces orales Leyes Brehon e impusieron tributos como los asignados a los monasterios. No obstante, en vísperas de las incursiones vikingas, Irlanda era todavía un caleidoscopio político.

               Para saber más.

                Sean Duffy, A Concise History of Ireland, Dublín, 2005.