LOS CABALLOS HISPANOS EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

27.10.2017 10:29

 

                En la Antigüedad, los caballos de la península Ibérica adquirieron notoriedad y los jinetes de varios pueblos de Hispania también lograron celebridad de diestros. Bien conocida es la estima que tuvieron por sus corceles los lusitanos, que llegaron a atribuir su rapidez al ser engendrados por dioses del viento.

                Algunos caballos, como los asturcones, llegaron a ser comparados con los resistentes équidos de los partos, que tantos pesares dieron a los romanos. No en vano, hubo un comercio de caballos hispanos en los tiempos del imperio romano, que no podemos cuantificar como sería nuestro deseo.

                Lo cierto es que este comercio perduró durante siglos, según se desprende de la lectura de algunos pasajes de la obra del historiador de la Roma tardía Amiano Marcelino. Sabemos que el senador Quinto Aurelio Símaco (340-402) quiso celebrar la pretura de su hijo e hizo los preparativos oportunos para celebrarlo con un año de antelación. Los juegos, con carreras de caballos en el circo, eran indispensables en tales ocasiones, y el senador requirió corceles de amigos hispanos como Eufrasio, Salustio y Baso. Símaco mandó a Hispania a familiares y personas de confianza para llevar a cabo con éxito la transacción.

                Los caballos hispanos gozaban entonces de justa fama. Se les comparaba con los ejemplares de África, Tesalia y Capadocia. En vista de ello, el emperador Juliano, con ánimos de conciliación, envió caballos hispanos a Constancio para correr en las carreras de Constantinopla. Allí se promulgó el Codex Theodosianus, en el que se regularon las cuadras imperiales, en las que durante tanto tiempo tuvieron un destacado protagonismo los corceles hispanos, auténticos símbolos de rango y riqueza.