LOS CÁNTABROS, GENTES EN CAMBIO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
“La rudeza y el salvajismo de estos pueblos no son debidos únicamente a sus costumbres guerreras, sino también a su alejamiento, puesto que los caminos marítimos y terrestres que conducen a estas tierras son largos y esta dificultad de comunicación les ha llevado a perder toda sociabilidad y humanidad. No obstante, en la actualidad el mal es menor gracias a la paz reinante y a la llegada de los romanos; en los lugares en los que no se dan estos dos elementos conservan un carácter feroz y brutal, sin contar con que esta disposición natural entre una parte muy abundante de ellos ha podido verse aumentada por la aspereza del país y el rigor del clima. Pero, repito, estas guerras están hoy acabadas en su totalidad; los mismos cántabros, los más aferrados de estos pueblos a sus hábitos de bandidaje, así como las tribus vecinas, han sido reducidos por César Augusto; en la actualidad, en vez de destruir, como hacían antes, las tierras de los aliados romanos, aportan sus armas al servicio de los propios romanos.”
De esta manera se expresaba Estrabón sobre el estado de los pueblos del Norte de la península Ibérica, muy alejados de las civilizadas riberas del Mediterráneo controladas por Roma. Con variantes, sus opiniones han sido muy aceptadas y seguidas hasta la actualidad, cuando el trabajo de la arqueología y de la epigrafía han desvelado una realidad mucho más compleja y cambiante.
Los pueblos que asociamos con los cántabros llegaron a extenderse desde el río Sella al Asón o incluso al Agüera de Oeste a Este. Por el interior alcanzaron el Norte de las actuales provincias de Burgos y Palencia, además del Noreste de la de León. Sus antecedentes remotos se remontan a la primera Edad del Hierro, entre el 850 y el 450 antes de Jesucristo.
Muchos de sus asentamientos del final de la Edad del Bronce prosiguieron estando ocupados en esta época. Con todo, la parte más significativa de la población del área se trasladó del litoral hacia las tierras altas de la cordillera Cantábrica. Establecidos sus castros o poblados en las alturas de sus valles fluviales, se comunicaron con las gentes más septentrionales de la cultura del Soto de Medinilla, cuya área principal se encontraba en la cuenca media del Duero. Su alejamiento era, pues, relativo.
Sobresalieron los castros de la vertiente Sur de la cordillera, ya dotados de defensas amuralladas, como los de Peña Albilla, Los Baraones y Monte Bernorio en el Norte de Palencia, y los de Las Loras burgalesas de Valtierra de Albacastro u Ordejón de Arriba. Se supone que se dedicarían preferiblemente a la ganadería, con traslados estacionales para aprovechar mejor los pastos.
Los castros de la segunda Edad del Hierro (del 450 antes de Jesucristo al cambio de Era) fueron en gran parte herederos de los de la primera, prolongando su existencia notablemente. Presentan muchas similitudes con los de los autrigones, astures y galaicos. Aunque no se han observado por ahora modelos de jerarquización territorial de sus núcleos de poblamiento como en otras áreas de la península Ibérica, se están descubriendo verdaderas aldeas y granjas.
Un castro como el de Monte Bernorio llegó a disponer de una extensión de veintiocho hectáreas, que no se alcanzarían en los de la franja del litoral. Con viviendas de planta rectangular con ángulos curvos, distintas de las circulares u ovaladas de la cara Norte de la cordillera (propias de la primera Edad del Hierro), los castros de la vertiente meridional llegaron a dejar espacios sin edificar. Quizá fuera para acoger a sus ganados en unas determinadas circunstancias o para albergar a las gentes vecinas en un momento de peligro. De hecho, se reforzaron sus murallas. En el castro de Las Rabas, del siglo II antes de Jesucristo, se alzó una muralla de piedra dotada de una elevación de madera recubierta de barro, a modo de empalizada.
Las hachas y podones encontrados en Monte Bernorio son elocuentes de la importancia otorgada por sus pobladores a la explotación de los recursos forestales cercanos. Los cultivos de los campos progresaron durante la segunda Edad del Hierro y las llanuras fluviales se aprovecharon en mayor medida. En tales condiciones, aumentó la población, observándose en Las Loras de Burgos el paso de siete a quince castros fortificados de la primera a la segunda Edad de Hierro. Los autores clásicos ya distinguieron entonces entre los cántabros vadinienses, orgenomescos, salaenos, plentauros, coniscos o avariginos.
Roma no conquistó a unos cántabros que yacían en hábitos ancestrales, sino a unos pueblos en transformación. El estudio de las inscripciones del Alto Imperio ha permitido conocer mejor la sociedad de los cántabros de aquella época. Como en las de los cántabros vadinienses, del noreste leonés fundamentalmente, no ha aparecido ninguna mención de gentes o gentilidades, pero sí un gran número de genitivos del plural, se ha interpretado que se tratarían de pequeños y medianos grupos fundamentalmente ganaderos. En cambio, entre los cántabros orgenomescos del litoral entre el Sella y el Nansa sí consta el término gens. Se estarían formando comunidades más amplias y numerosas, que laborarían la tierra de forma más intensa. Su consiguiente territorialización fue alentada por los romanos, que a su manera también contribuyeron a cambiar la vida de los cántabros.
Para saber más.
Sebastián Celestino Pérez (coordinador), La Protohistoria en la península Ibérica. Historia de España II. Historia Antigua, Madrid, 2017.
Juan Santos Yanguas, Los pueblos de la España Antigua, Madrid, 1989.