LOS CARLISTAS Y EL ULTRAMAR ESPAÑOL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

20.09.2016 10:43

                

                En 1833 don Carlos aspiró a ser el rey de una monarquía que todavía se extendía hacia América y Asia. Su causa solo tuvo verdadero éxito en algunos territorios de la Península, pero no por ello dejó de ser un enorme desafío para un Estado enfrentado a innumerables problemas.

                En 1834 sus seguidores no alcanzaron a dominar algún punto de Ultramar, a diferencia de lo que sucedería en julio de 1936. Las autoridades militares, tan importantes en aquellas tierras, secundaron generalmente a la reina regente María Cristina. Preocupaba la seguridad de Cuba. A la amenaza de otras potencias se añadió el temor a una insurrección de esclavos atizada por los abolicionistas británicos, interesados en quebrantar a los competidores del Reino Unido en lo comercial según los diplomáticos españoles. El reconocimiento de las nuevas repúblicas hispanoamericanas coartaría varios intentos de subversión y de piratería.

                Don Carlos, el hermano de Fernando VII, nunca expresó ideas audaces precisamente y se mostró partidario de preservar la antigua estructura de la Monarquía borbónica. Se mantuvo alejado del debate que mantuvieron los liberales, el de integrar a los dominios ultramarinos a la estructura constitucional española en pie de igualdad, como hizo la Pepa en 1812, o de concederles leyes especiales, como se impuso a partir de 1837, que no se promulgaron.

                En 1836 un temeroso capitán general de Cuba se mostró reacio al traslado de prisioneros carlistas, como los treinta y cinco que zarparon desde Cartagena en el bergantín Amable. Temía que inquietaran la opinión de la isla. Sin embargo, sí que se condujeron desde Santander veintisiete oficiales, como Antonio Urbiztondo o José Cisneros, a Puerto Rico a cargo de su intendencia.

                La llegada al poder en el curso de la guerra de los liberales radicales o progresistas, favorables a la desamortización, asustó a los partidarios más conservadores de María Cristina y de su hija Isabel. El arzobispo de Santiago de Cuba Cirilo Alameda huyó a Jamaica cuando se le quiso trasladar a la Península acusado de conspiración. En 1837 se temió una proclama de don Carlos en Cuba, a prevenir por el capitán general. Entre 1836 y 1838 se acusó a los carlistas de alentar la emancipación de Cuba y Puerto Rico a través de espías británicos, al igual que en Cataluña de propiciar el separatismo para desprestigiarlos según Pere Anguera.

                La inquietud fue apreciable y el ministro de Estado comunicó el 4 de septiembre de 1839 al de Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar los informes del embajador español en París sobre la marcha de agentes carlistas hacia La Habana. En aquel año el capitán general incluso vio inconvenientes en establecer un periódico que defendiera el orden y la unión. También se tomó buena nota de la pretensión del secretario de Estado estadounidense de hacerse con Cuba y del rumor de ofrecérsela a don Carlos como reino en compensación por las grandes potencias europeas. No obstante, la presidencia de Martin Van Buren (1837-41) no se condujo con hostilidad hacia España, más atenta a los problemas económico-sociales de la Unión y a evitar con Gran Bretaña un serio conflicto en la frontera canadiense.

                Tras el Convenio de Vergara, los carlistas depusieron las armas en el Norte peninsular con condiciones, pero no todos se rindieron. Cabrera prosiguió por un tiempo más combatiendo. En abril de 1841 el mismo Rafael Maroto denunció que algunos carlistas estaban organizando desde las Indias holandesas una expedición para ocupar Filipinas.

                Tras la guerra Cuba tuvo que aceptar en 1843 al intendente carlista Benito Elers, llegado desde Cádiz. La segunda guerra carlista o dels matiners, particularmente importante en territorio catalán, significó la llegada de nuevos prisioneros, como los catorce trasladados a Puerto Rico a cuenta de las cajas de su intendencia en 1849.

                A veces los carlistas no se dejaron aprisionar en las Antillas españolas y las contemplaron como una oportunidad para escapar. En 1850 algunos soldados del regimiento de infantería de Barcelona del ejército de Cuba fueron carlistas que lograron pasar a Puerto Rico. Se tuvieron que extremar las precauciones del reclutamiento de soldados a Ultramar, pues los carlistas demostraron ser tenaces luchadores, según demostraron en la guerra de secesión norteamericana.