LOS CAZADORES DE LA EUROPA ATLÁNTICA ANTE EL NEOLÍTICO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

03.12.2015 06:48

                El neolítico ha sido considerado con toda razón una verdadera revolución, que transformó la vida de los seres humanos en una medida comparable a la de la industrialización posterior. El dominio sobre las cosechas y la domesticación de varias especies animales redondearían la posición de los humanos como reyes de la creación. Sin embargo, una serie de historiadores han mantenido más recientemente que la vida de los cazadores y recolectores del paleolítico superior distó de ser mísera, ya que las comunidades que elaboraron sofisticadas creaciones artísticas disfrutaron de una importante cantidad de tiempo libre más allá de la temporada de caza. Vivirían en un paraíso, según tal interpretación.

                Solo los cazadores acuciados por la carencia de recursos emprenderían una nueva singladura, más por necesidad que por inventiva. En cambio, los cazadores que mantuvieron su forma de vida en los tiempos postglaciales o epipaleolíticos no la tendrían. Los recolectores y cazadores que introducían novedades que podían haberlos conducido a un nuevo horizonte productivo son conocidos como mesolíticos.

                

                Del Sur de Escandinavia a la desembocadura del Tajo, comprendidas las islas Británicas, la agricultura y la ganadería tardaron más en llegar que a las tierras europeas de la vertiente mediterránea. Allí perduraron los grupos de cazadores y recolectores del epipaleolítco.

                En Dinamarca y en el Norte de Alemania las comunidades epipaleolíticas tuvieron constancia de las novedades de los grupos de agricultores y ganaderos desde el 4500 antes de Jesucristo, pero no adoptaron las nuevas formas productivas hasta el 3900 antes de Jesucristo.

                Las sociedades cazadoras de aquellos parajes disponían de una importante gama de recursos, que no les hacía imperativo adoptar las novedades mediterráneas al medio septentrional. Su relativo bienestar se traduciría en una nutrida población, que muy posiblemente dificultaría todo proceso de colonización o sustitución de comunidades.

                Los marisqueros mesolíticos de la desembocadura del Tajo tampoco verían la necesidad por aquellas mismas fechas de tomar la labranza de los pueblos del interior. Una dicotomía similar encontramos entre la cornisa cantábrica, con importantes vestigios de concheros, y el valle del Ebro, lo que ha inducido a pensar en una cierta especialización regional en la Europa coetánea.

                En el lejano Norte continental, de Escandinavia a Rusia, los cazadores acreditaron su enorme capacidad para adaptarse con brillantez a un medio especialmente gélido, como demuestra el cementerio ruso de Oleoneostrovski mogilnik, en Carelia. Alrededor de este notable complejo funerario se agruparon una serie de clanes de cazadores y pescadores, jerarquizados por edad y sexo, que tuvieron tratos con otras áreas del Norte de Rusia y de Finlandia. La mitad de sus sepulturas son de individuos de unos treinta años, cuyo estilo de vida ha sido comparado antropológicamente con el de los cazadores de Siberia.

                A  veces la caza y la recolección resultaron ser una alternativa más viable que la de la agricultura. En los países bálticos y en Laponia el neolítico fructificó muy tardíamente. En algunas zonas de Suecia se retornó a aquéllas entre el 4000 y el 3000 antes de Jesucristo. El cazador prosiguió oteando el horizonte de muchas comarcas boreales.