LOS CORREOSOS EJÉRCITOS TURCOS. Por Verónica López Subirats.

19.06.2018 15:28

               

                La victoria en San Gotardo en 1664 no disuadió al general Montecuccoli para dejar de elogiar las cualidades militares de los turcos. No era poco lo que hicieron tras su derrota. Se retiraron conservando el orden por la orilla derecha del Raab hasta Gran. Por allí cruzaron el Danubio para lanzar una ofensiva contra Moravia. Montecuccoli tuvo el acierto de acercarse a tiempo a sus posiciones, y los turcos permanecieron vigilantes en la frontera húngara, donde conservaron la conquistada plaza de Neuhausel.

                El imperio turco supo concertar treguas a tiempo con sus enemigos cristianos, con los que en teoría no podía firmar una paz duradera, y atacarlos por separado en muchas ocasiones. Húngaros y transilvanos lo auxiliaron eficazmente en sus guerras contra los austriacos. La alianza con la Francia de Luis XIV también le permitió atenazar a los austriacos.

                A estas virtudes políticas se añadieron las militares. Los turcos eran bien capaces de desplegar en el campo de batalla fuerzas muy numerosas, que algunos observadores llegaron a cuantificar en 100.000 hombres. Aunque su infantería combatía en masa generalmente, no fiaba su superioridad en su número solamente, sino también en su excelente espíritu combativo. Los jenízaros atacaron con particular ímpetu a las formaciones enemigas, incluso contra su caballería, y fueron celebrados por no pocos como los mejores soldados de infantería de su tiempo. En caso de perder en el fragor de la lucha sus monturas, sus jinetes sabían combatir con la fiereza de un infante.

                Contaban los ejércitos turcos con gran número de piezas de artillería, hasta tal punto que cuando los cristianos los vencían se hacían con un importante botín artillero. Su capacidad logística se veía muy potenciada en el centro de Europa por la citada cooperación de transilvanos y húngaros, buenos forrajeadores y rastreadores excelentes.

                Tuvieron el acierto los turcos de combinar tácticas de tradición asiática como la de la retirada calculada con otras más modernas. Fingían falsos ataques para desordenar las filas de sus contrarios europeos y a continuación lanzar a sus jinetes ligeros a través de las brechas abiertas.

                A lo largo de los siglos XVI y XVII, los austriacos y sus aliados aprendieron a defenderse de sus acometidas. Hicieron de la necesidad virtud, y con el paso del tiempo fueron capaces de oponerles fuerzas más numerosas, mucho más allá de sus 30.000 soldados. Combinaron en sus formaciones la caballería con la infantería para evitar las acometidas turcas cuando se disponían a aprovisionarse. Su infantería se enseñó a mantenerse a pie firme, en ordenadas formaciones cerradas de disposición rectangular, capaces de disparar contra los jinetes. Se enseñaron a no caer en las añagazas turcas y a emplear con juicio su caballería. Conscientes de sus limitaciones logísticas, avanzaron más lentamente que sus adversarios, pero con los recursos a mano en sus carros para poder entablar batalla sin mayores complicaciones. Los correosos ejércitos tucos fueron grandes instructores de los modernos ejércitos occidentales.