LOS DESGARROS DEL TRIENIO LIBERAL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

04.05.2025 10:30

              

               Los liberales españoles descubrieron con claridad sus divisiones durante el intenso trienio de 1820 a 1823. Es un clásico, y un lugar común, de nuestra historiografía el apuntar a los doceañistas moderados, por una parte, y a los más radicales por otra. Aunque se han aducido razones generacionales, no hemos de descartar otras de esta gran división de la familia liberal española.

               Una vez que Fernando VII se resignó a reinar conforme a la constitución de 1812, se formó un gobierno de doceañistas que habían arrostrado la persecución y la detención, el de los llamados presidiarios. Dentro de esta tendencia, el grupo de los anilleros destacó por su conservadurismo político y social. Con la mirada puesta en la aristocrática Gran Bretaña y en la restaurada Francia, propugnaron el sufragio censitario y una segunda cámara, la alta capaz de frenar las iniciativas de la más popular baja. De aplicarse, la constitución de Cádiz hubiera quedado desvirtuada en aspectos muy importantes. Con el tiempo, las tendencias de los anilleros triunfaron con la constitución de 1837.

               La inquietud de esta aristocracia liberal se hizo patente al pretenderse la prohibición en octubre de 1820 de las sociedades patrióticas, auténticos semilleros de un liberalismo más aperturista, al igual que la milicia nacional. Por minoritario que pudiera ser el liberalismo en la España coetánea, estaba calando en sectores medios e incluso inferiores de la sociedad, especialmente en las ciudades. La España liberal, según los más conservadores, podía seguir los radicales pasos de la Revolución francesa. Además, inspiraba las protestas políticas de tierras italianas y de otros países, con el temor de las potencias de la Restauración.

               La guerra contra el imperio napoleónico había sido una durísima prueba para la economía española, y en particular para su naciente industria, que tuvo que encararse con las destrucciones bélicas y la entrada de manufacturas de contrabando. A este respecto, los británicos también acariciaron la idea de la subordinación de España. A pesar de los pesares, núcleos como el de Alcoy lograron sobrevivir a la tormenta. Sus trabajadores industriales se amotinaron en marzo de 1821, pero desataron su furia contra las máquinas que a su entender les privaban del anhelado empleo. Siguieron la misma senda que los luditas de Gran Bretaña, anunciando el descontento de la naciente clase obrera, que más tarde se canalizaría por otras vías.

               El golpe absolutista del 7 de julio de 1822 resultó un fracaso, y el incipiente Estado liberal parecía capaz de frenar el éxito final de las partidas absolutistas, como más tarde de derrotar al carlismo. Sin embargo, las divisiones del liberalismo resultaron fatales, facilitando la ofensiva de los Cien Mil Hijos de San Luis. No sería la primera vez en la Historia de España que los partidarios del cambio terminaran sucumbiendo divididos ante un ataque reaccionario apoyado desde el exterior.

               Para saber más.

               Alberto Gil Novales, El Trienio Liberal. Estudio previo de Ramón Arnabat, Zaragoza, 2020.