LOS DÍSCOLOS VOLUNTARIOS REALISTAS.

03.02.2019 12:41

                Las movilizaciones populares ganaron protagonismo en Europa desde 1789. Los revolucionarios franceses también se tuvieron que enfrentar contra aquéllas más allá de Bretaña. En España, la guerra de la Independencia las acrecentó notablemente, y en los enfrentamientos entre liberales y absolutistas estuvieron presentes. Aunque acusaron a los liberales de animar un movimiento de masas armado similar al de la Francia jacobina, los absolutistas también formaron partidas.

                Aquellas fuerzas no lograron abatir por sí mismas el régimen liberal en 1823, aunque condicionaron a las tropas de los Cien Mil Hijos de San Luis. Se ha sostenido que los franceses se llegaron a enfrentar a una verdadera rebelión absolutista, capaz de desbaratar los acuerdos de rendición más moderados. En este ambiente, antes del pleno restablecimiento de Fernando VII como rey absoluto, sus seguidores crearon el 10 de junio de 1823 los cuerpos de Voluntarios Realistas.

                Los voluntarios no dejaron de tener en cuenta la experiencia de la milicia liberal de los liberales, un verdadero ejército ciudadano capaz de garantizar los derechos políticos y el orden público, así como de auxiliar a las tropas regulares en caso de invasión extranjera. Llegaron a inmiscuirse aquéllos en el gobierno de varios municipios y administraron justicia según su criterio, por lo que en 1824 se les indicó que se abstuvieran de tales menesteres. Las nuevas autoridades absolutistas no deseaban ser condicionadas por tales fuerzas armadas.

                En unos años en los que la seguridad en los caminos y en las áreas rurales dejaba mucho que desear, se les encomendó la persecución de los malhechores. Posteriormente, tal cometido se encomendaría a la Guardia Civil. Tales unidades también se quisieron implantar en la isla de Cuba, en medio del estallido de la Emancipación hispanoamericana. De ser detenidos, lo serían en su acuartelamiento y no en las prisiones convencionales.

                En el Reglamento de 1824 se dispuso la formación de batallones compuestos de compañías y escuadras bajo la supervisión gubernamental. En las ciudades se formaron comisiones de voluntarios compuestas por el cura párroco más antiguo, el síndico procurador, el comandante de aquéllos y la máxima autoridad militar en plaza. Su misión era avituallarlos y equiparlos.

                Tales tareas resultaron a la sazón muy difíciles, dado el estado de abatimiento de la economía española. Los municipios, con unas haciendas más que comprometidas, intentaron poner en práctica para tal fin distintos arbitrios, como imposiciones sobre la carne, el vino y el jabón o con festejos taurinos, que debían ser aprobados por los intendentes. Lo cierto es que los voluntarios llegaron a chocar con los administradores de rentas más de una vez por la falta de fondos.

                En sus filas ingresaron como oficiales individuos de la administración del Antiguo Régimen, como notarios o encargados de correos, aunque también gentes de dudosa reputación. Algunos de sus críticos sostuvieron que chocolateros, cereros y vendedores de bulas chapados a la antigua se pusieron al frente de campesinos. Desde 1827 las juntas calificadoras de los batallones excluyeron a los alborotadores, por mucho que se mermaran sus efectivos. Las intentonas ultra-absolutistas de Bessières y de los Agraviados entre 1825 y 1827 añadieron leña al fuego, al participar varias de sus unidades.

                En ciudades como Reus, ofrecieron los voluntarios verdaderos espectáculos musicales, pero con el paso del tiempo tuvieron que arrostrar una hostilidad creciente. Parcialmente disueltos y desarmados en 1827, se suprimió su Inspección General a fines de 1832 en favor de los capitanes generales. En tierras riojanas recibieron insultos en 1833, el año en el que se les privó de armas definitivamente. El pretendiente al trono don Carlos no pudo contar con sus fuerzas en muchos lugares de España.

                Fuentes.

                ARCHIVO DE LA REAL CHANCILLERÍA DE VALLADOLID. Salas de lo Criminal, Cajas 297, 342 y 1824.

                Víctor Manuel Galán Tendero.