LOS ESLAVOS VISTOS POR SUS ENEMIGOS BIZANTINOS.
“Los eslavos y los antes viven de la misma manera y tienen las mismas costumbres. Tanto unos como otros son independientes y se niegan absolutamente a dejarse esclavizar o gobernar, sobre todo en su propio país. Son poblaciones populosas e intrépidas, que soportan con facilidad el calor, el frío, la lluvia, la desnudez y las privaciones.
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“Viven en tierras boscosas, casi impenetrables, entre ríos, lagos y pantanos, y, para salir de los lugares en los que habitan, han habilitado vías en todas las direcciones, en razón de los peligros que podían amenazarlos. Entierran sus bienes más preciados en lugares secretos y no mantienen a la vista más de lo que es necesario. Viven como bandoleros y les gusta atacar a sus enemigos en parajes escarpados que incluyen desfiladeros y tupidos bosques. Practican con eficacia las emboscadas y los ataques rápidos y por sorpresa, e inventan métodos específicos para el día y para la noche. Su experiencia, cuando se trata de atravesar cursos de agua, excede a la de todo el mundo, y saben permanecer mucho tiempo en el agua. Con mucha frecuencia, cuando están en su tierra y al ser tomados por sorpresa se sienten en peligro, se sumergen bajo el agua, y ahí sostienen en su boca largas cañas, guardadas en previsión de esta situación, con el otro extremo emergiendo de la superficie del agua. Acostados de espaldas en el fondo del agua, respiran con ayuda de estas cañas y permanecen así horas sin que se pueda sospechar su presencia.
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“Debido a su falta de gobierno y a la carencia de armonía entre ellos, ignoran lo que es el orden de batalla. Tampoco están preparados para librar combate en formaciones cerradas o para desplegarse en un terreno descubierto y sin accidentes. Si reúnen el suficiente valor llegado el momento del ataque, se lanzan a corta distancia emitiendo gritos. Si en tal momento sus adversarios, al escuchar los gritos, empiezan a retroceder, ellos atacan con violencia; de lo contrario, dan marcha atrás, sin preocuparse de medir la fuerza del enemigo en un contacto más estrecho. Entonces, corren a refugiarse en los bosques, donde se encuentran en gran ventaja debido a su destreza para combatir en esos lugares angostos. Frecuentemente también, cuando transportan el botín, lo abandonan fingiendo pánico para refugiarse en los bosques. Y cuando sus perseguidores se dispersan tras haber saqueado el botín, regresan sin alterarse y les infligen grandes pérdidas. Para atraer a sus adversarios, están dispuestos a entregarse a este tipo de estrategias y a emplear otros muchos métodos.
“Son absolutamente desleales y no tienen ningún respeto por los tratados, a los que condescienden más por miedo que por los obsequios. Cuando se expresan diferentes opiniones entre ellos, o bien es imposible hacerles concluir algún acuerdo, o bien, si algunos condescienden, los demás se pondrán inmediatamente a hacer lo contrario de lo que se haya acordado. Siempre están en conflicto unos contra otros, y nadie quiere dar el brazo a torcer y doblegarse ante el otro.
“En el combate, son vulnerables a las ráfagas de flechas, a los ataques subsidiarios procedentes de diferentes direcciones, a las intervenciones cuerpo a cuerpo contra la infantería, sobre todo si ésta está ligeramente armada, y a las intervenciones en campo abierto y sin obstáculos. Nuestro ejército tendrá que estar integrado por caballería e infantería, sobre todo ligeramente armada, o bien por lanzadores de venablos, y habrá de transportar una gran cantidad de proyectiles, no sólo flechas, sino también otras armas arrojadizas. Habrá que disponer de los materiales necesarios para franquear los cursos de agua, de ser posible con materiales llamados flotantes. Esto permitirá atravesar sin esfuerzo los abundantes cursos de agua que no son vadeables. Se han de construir puentes a la manera de los escitas, es decir, algunos hombres se encargarán de montar la estructura, mientras que otros instalarán las planchas. También se necesitarán pellejos de buey o de cabra para construir balsas que permitan a los soldados atravesar los cursos de agua y atacar al enemigo por sorpresa durante el verano.
“No obstante, es preferible atacar en invierno, en la época en la que los árboles desfoliados no les proporcionen muchos medios para disimularse, las huellas de los fugitivos sean visibles en la nieve, los rigores del clima vuelvan más precarias sus instalaciones y se haga más fácil franquear los cursos de agua sobre el hielo.”
Strategikon, atribuido al emperador bizantino Mauricio (582-602). Citado por Gérard Chaliand en Guerras y civilizaciones. Del Imperio asirio a la era contemporánea, Barcelona, 2007, pp. 89-90.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.