LOS ESPAÑOLES EN FILIPINAS, DE CONQUISTADORES A ASEDIADOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

12.09.2019 17:27

                En 1580 Felipe II incorporó a su corona los vastos dominios de Portugal y su autoridad se extendió a lo largo del globo con gran preocupación de sus adversarios. Los asentamientos españoles en Filipinas, como Manila, y los portugueses en la moderna Indonesia pudieron sumar fuerzas para nuevas empresas en Asia. Los misioneros acariciaron la conversión de nuevas gentes desde Japón a China y los hombres de armas creyeron posible hacer nuevas conquistas con tiento.

                Tan optimistas perspectivas pronto se mostraron equivocadas. Asia no era América, donde los europeos no se las vieron con imperios tan consolidados como el de la India de los mongoles o el chino. Por mucho que los españoles de Filipinas pudieran reclamar la ayuda del virrey portugués de la India, no contaban con los soldados y los medios militares suficientes para acometer semejantes empresas. Los japoneses, gentes avezadas en el arte de la guerra, podían deponer sus luchas fratricidas y unirse bajo un gran dirigente, que los conduciría a la conquista de otras tierras donde olvidar antiguas rivalidades y lograr riquezas y honores. En 1592 los españoles no creyeron que sus preparativos bélicos se dirigieran contra la áspera Corea, sino contra las Filipinas, de gran valor comercial. Habían alzado tres ejércitos de cincuenta mil hombres cada uno y armaron bastantes naves, pero al final descargaron infructuosamente contra los coreanos.

                El peligro no solo procedía de un potente ataque directo, sino también de la infiltración enemiga, de similar modo de lo que se sospechaba de los moriscos en la Península, salvando las diferencias. Se sugirió que los mismos japoneses se pudieran hacer con el control del archipiélago filipino simulando ser peregrinos cristianos. Fuertes temores despertaron los comerciantes y artesanos de la comunidad china de Manila, ocasionando no pocos movimientos. La vecindad de los poderes islámicos de la región planeaba a los españoles problemas que recordaban los que tenían que afrontar en el Mediterráneo. Tales gobernantes y los llamados reyes gentiles de la Indonesia actual podían franquear la puerta a enemigos más poderosos todavía.

                La tierra de las especias atraía fuertemente a los europeos de varias naciones y reinos. En 1618 el veterano jesuita Juan de Ribera advertía que los hombres se movían por el interés principalmente y por los metales preciosos eran más que capaces de viajar a las sombras del infierno. Aquel paradisiaco infierno que prometía enormes beneficios era la Especiería. Los holandeses probaron fortuna, como amargamente comprobaron los portugueses y los españoles, llegando incluso al Japón.

                Consiguieron el oro prieto del clavo intercambiando canela, pimienta y otras drogas. La cotizada seda blanca de China la lograron muchas veces saqueando las naves que se dirigían a Manila. Se llegó a creer por parte de los españoles que el apoderarse de Filipinas era más fácil y lucrativo que emprender la conquista de Nueva España o del Potosí, hacerse con el dominio de las islas Salomón, poner un pie en la Florida o en el Brasil. Llegaron a esperar una gran batalla en la zona, de resultados sangrientos.

                Con cada vez más factorías en la región, los holandeses planteaban un desafío formidable, al que se sumaban los no menos inquietantes ingleses. Paces y treguas ajustadas en Europa no tenían mucha vigencia en aquella parte del mundo. Los españoles solicitaron más soldados y más galeones para conservar el occidente de Filipinas y oriente de la India, la república de Manila, convertir infinitas almas y servir a la majestad divina y humana. No consiguieron lo que solicitaban, pero por distintas circunstancias la posición española en Filipinas no sufrió el menoscabo de la portuguesa en Indonesia.

                Fuentes.

                Archivo General de Indias, Audiencia de Filipinas, 18B, R2, N7 y 20, R12, N80.