LOS GUERREROS JUDÍOS DEL REY DE REYES. Por José Hernández Zúñiga.

21.03.2015 11:38

                

                Tras la cautividad babilónica, el conquistador persa Ciro autorizó el retorno a Jerusalén de los judíos, que también alcanzaron Egipto por razones que fueron más allá de las políticas. El país del Nilo gozaba de notables atractivos comerciales y culturales, atrayendo a emprendedores de todo tipo del Mediterráneo Oriental.

                En Yeb, la isla nilótica que conocemos también como Elefantina, se estableció una comunidad judía antes de la conquista del persa Cambises en el 525 antes de Jesucristo. El lugar se emplazaba en un punto estratégico de la navegación por el gran río, marcando un cambio de régimen a considerar de cara a comerciar con los países africanos del Sur. En aquel límite del antiguo Egipto faraónico, donde imperaba el orden estatal, las canteras añadieron nuevos atractivos.

                Allí los judíos alzaron un templo en honor a Yaho o Yahveh. Gracias a una sumaria descripción conservada, en los papiros escritos en arameo, sabemos que su edificio disponía de columnas de piedra, cinco grandes puertas de piedra tallada con goznes de bronce y un techo de madera de cedro, vinculándose muy probablemente con la arquitectura arquitrabada de los egipcios, que obtenía de Fenicia materiales como la citada madera, que descendería hacia Yeb por aguas del Nilo.

                            

                Los judíos de Elefantina adoptaron los usos egipcios en relación a los perfumes, consumieron con gusto el vino popularizado por los fenicios y en el templo acumularon un valioso ajuar con copas de oro y plata de uso ceremonial.

                Los conquistadores persas respetaron el templo judío de Yeb y sus fieles se integraron en el sistema militar de la frontera del imperio. Quizá los judíos ya tuvieran experiencia militar en este lugar avanzado de Egipto, no exento precisamente de riesgos.

                A partir de aquel momento Yeb tuvo la consideración de fortaleza persa dependiente de otra, la de Syene, en la que residía la autoridad persa del frataraka.

                Los soldados judíos del imperio persa residieron allí con sus familias, siendo retribuidos por sus servicios con granos, legumbres y plata. A Elefantina quizá acudieron judíos de otros puntos, así como soldados persas, medos, babilonios, caspios y jorasmios. Las relaciones entre ellos no parecen haber sido problemáticas, pero al final surgió el conflicto con los egipcios.

                                        

                Los sacerdotes y los fieles egipcios se mostraron muy ofendidos por los sacrificios de carneros, muy reverenciados por ellos, en honor de Yahveh. Se quejaron a las autoridades persas de la zona, que ordenaron la destrucción del templo para congraciarse con los egipcios.

                La conmoción entre los judíos fue considerable, digna de la destrucción del templo de Jerusalén salvando las distancias. Invocaron la ira de Yahveh para que los perros desenterraran los cadáveres de los que la ordenaron, sepultados a un uso distinto del tradicional egipcio. Se vistieron de saco y se abstuvieron de sus mujeres en señal de duelo.

                Por todos los medios trataron de reconstruir el templo, obteniendo los permisos oportunos. Se dirigieron al sumo sacerdote de Jerusalén y a su círculo más conspicuo sin resultado. Los ruegos al gobernador de Judá y al de Samaria hacia el 406 antes de Jesucristo no surtieron un efecto más favorable. En el 399 antes de nuestra Era se interrumpen las referencias a Yeb, cuando aún no habrían alcanzado sus propósitos los fieles del templo de Yahveh.

                No sería la primera vez que los judíos se arriesgaran en tierras fronterizas, tomando las armas en nombre de un señor en teoría protector y padeciendo posteriormente agravios religiosos. Su impopularidad entre algunos hacía más popular a la autoridad cuando se mostraba contraria a ellos. Los servidores de Darío II quisieron congraciarse con los egipcios en unos momentos de dificultades para la estabilidad imperial. En el 404 antes de Jesucristo serían expulsados del país del Nilo los persas. Situaciones muy similares se dieron en la frontera ibérica entre musulmanes y cristianos de los siglos XI al XIII, incidiendo en los lugares comunes habituales de pueblo deicida y usurero.