LOS MARCIANOS QUE INVADIERON LOS EE. UU. DE LA GUERRA FRÍA.
En el evocador 1898 H. G. Wells publicó una novela en la que los orgullosos británicos de las postrimerías de la Era Victoriana sufrían una invasión asoladora y se enfrentaban a la completa aniquilación como si de seres primitivos se tratara. Los conquistadores no eran una potencia continental que había vencido con éxito el dorado aislamiento insular. No se trataba de una Armada efectivamente invencible ni de un Napoleón que había logrado trasladar sus brigadas y cuerpos de ejército por el aire a través de enormes globos aerostáticos, sino de criaturas de otro planeta dotadas de medios de destrucción superiores, de los marcianos. La guerra de los mundos comenzaba su andadura, que le llevaría a cruzar el Atlántico calando en la cultura popular de los Estados Unidos, otra isla-continental con tendencias aislacionistas que recibiría el fuerte susto de la emisión radiofónica de 1938.
El orgullo precede a la caída. Todos aquellos que se sienten poderosos hoy pueden ser abatidos mañana. La guerra de los mundos ejemplifica muy bien la idea griega de Némesis, que castiga con virulencia a los orgullosos que se han creído los amos de todo. Los propios marcianos, a punto de cantar una formidable victoria, son aniquilados por obra y gracia de las bacterias terrestres, modestas representantes de la excelsa creación divina. Todo un toque de atención para los imperialistas.
A principios del siglo XXI La guerra de los mundos ha vuelto a ser objeto de atención cinematográfica e historiográfica a cargo de nombres como el de Niall Ferguson. El siglo XX asistiría a verdaderas guerras de aniquilación, de genocidios, dignos de la bárbara invasión marciana relatada por Wells. En 1953 Byron Haskin dirigió una versión que alcanzaría justa fama en el cine de ciencia ficción, con la maestría del cine de serie B e impregnada de la mentalidad de comienzos de la Guerra Fría. Su análisis resulta muy recomendable a los historiadores que quieran profundizar en la forma de pensar oficial de los Estados Unidos coetáneos.
En 1953 no se denuncia ni por asomo el imperialismo de los triunfantes Estados Unidos como el del Reino Unido de 1898: no es tiempo de cuestionamientos, sino de afrontar los problemas. El conflicto entre los mundos se plantea en la cinta sin el exclusivismo norteamericano de Independence Day (1996) y la lucha se desarrolla en varios frentes a lo largo del planeta, en la India, Bolivia, Finlandia, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, etc., siguiendo pautas de la II Guerra Mundial, de la que se aprovechan grabaciones documentales para darle verismo a la historia.
El planteamiento de 1953 es que una guerra mundial no sólo se gana con la sabiduría científica. La fe en Dios resulta esencial. Es la voluntad divina la que derrota a los marcianos que en siete días parecen aniquilar su creación.
No en vano el conflicto comienza en una bucólica comunidad del agro californiano, allí donde los pioneros del Far West echaron raíces, lejos de cualquier trascendencia estratégica, industrial o militar. Su importancia se mide en términos morales, pues constituyen la fibra ética de una nación respetuosa de la ley y guiada por una paternal autoridad religiosa, que confía en predicar la palabra de Dios a unos marcianos asesinos, representantes del mal que quieren acabar con todo bien. Son criaturas feas y mezquinas que rehúyen la luz solar. Sus rayos destructivos son devastadores.
El ejército no puede proteger esta reserva espiritual y los supervivientes retroceden a Los Ángeles, desde donde se proyecta un contraataque atómico, que fracasa. El arma definitiva de nada sirve y la Humanidad parece perdida. La Babilonia angelina se desmorona entre las huidas y los saqueos, que nada respetan. El mal ha destruido al bien en apariencia, refugiándose unos cuantos en las iglesias a la espera de la destrucción completa. Un atormentado protagonista peregrina por una ciudad desolada en busca de su amada, a la que encuentra en uno de los templos atacados por los marcianos.
Cuando todo parece perdido ante ellos, los supervivientes se percatan que están cayendo sus aparatos, que están pereciendo afectados por las bacterias de nuestro mundo. Los pilares neogóticos se yerguen orgullosos en un nuevo día de radiante luz, casi de resurrección, en el que tocan con júbilo las campanas. El mundo rojo de Marte no ha podido con el terrestre.
Significativamente la Rusia soviética no se menciona en ningún momento de la película, como tampoco Alemania o Japón. Se capta el clima de angustia de la población civil que sufrió la II Guerra Mundial, sin revanchismos fáciles y contraproducentes en un tiempo en que Washington ya se ha empeñado en la reconstrucción de sus anteriores enemigos, para dar verosimilitud a la amenaza comunista en términos de cruzada, expresión muy querida por Eisenhower en una conocida obra suya acerca de su experiencia en la pasada guerra. Los marcianos del cine tenían la gran ventaja de clamar contra un enemigo sin señalarlo abiertamente, defendiendo los valores más estimados de la América rural. ¿Ciencia ficción o ciencia política?
Víctor Manuel Galán Tendero.