LOS MOZÁRABES GRANADINOS LLAMAN A ALFONSO EL BATALLADOR.

05.08.2018 10:49

                En el último tercio del siglo XI, Al-Ándalus era un hervidero. Sus gentes estaban quejosas de sus autoridades y de los ataques cristianos. Pagaban impuestos más allá de lo razonable, según distintas fuentes, y los alfaquíes lo censuraban amargamente. La conquista de Toledo en el 1085 por Alfonso VI ocasionó una enorme alarma, de la que salieron beneficiados los almorávides. Se presentaron como salvadores del Islam, con el apoyo de algunos andalusíes, pero varios emires andalusíes se posicionaron en su contra, recurriendo incluso a los mismos cristianos a veces.

                En el 1090 el emir Abd Allah de Granada fue depuesto por los almorávides, que tuvieron el reconocimiento de los alfaquíes. En mayo de 1099 instaron a la destrucción del templo cristiano que se alzaba frente a la puerta Elvira de la ciudad. Los cristianos mozárabes cultivaban el terrazgo de varias aldeas de la región bajo la supervisión de sus propias autoridades, que llevaban el registro de sus personas y propiedades con fines fiscales, ya que la tercera parte de lo que producían se destinaba al pago de las fuerzas árabes de origen sirio asentadas allí desde hacía siglos. En el siglo XI,  a despecho de las importantes variaciones en la organización militar andalusí, tal sistema se mantenía en líneas generales.

                El ataque a su templo, si seguimos a Ibn al Jatib, fue visto por los potentados mozárabes un atentado contra su comunidad, y enviaron cartas al monarca cristiano de Hispania con mayor prestigio militar, el conquistador de Zaragoza Alfonso I, que por entonces contemplaba con agrado la posibilidad de extenderse hacia tierras del Mediterráneo y era muy sensible a la empresa cruzada de Tierra Santa. Le hicieron ver, si seguimos a las fuentes islámicas, que podían poner a su disposición hasta 12.000 guerreros de buena disposición y condición física, mozos jóvenes sin contar niños ni ancianos. Además, podía convertirse en el señor de la feraz vega granadina, desde la que podía extender sus conquistas a placer.

                    

                La empresa era tentadora, pero arriesgada al tener que adentrarse muchísimo en territorio andalusí. De todos modos era factible. Las acometidas de Alfonso I habían demostrado la vulnerabilidad de las defensas almorávides, demasiado pendientes de las grandes movilizaciones de tropas desde las plazas de armas norteafricanas. Historiadores como Guichard han destacado que a diferencia de la Europa feudal el Islam occidental no creó estructuras defensivas locales parejas, pues incluso la idea de yihad se asumió más en términos comunitarios que individuales al modo de los países del Oriente Próximo atacados por los cruzados.

                No obstante, la empresa era arriesgada y el rey aragonés obligó a jurar a los que lo acompañaron que no desistirían de la misma. Salió de Zaragoza en septiembre de 1125, elevando sus fuerzas a 4.000 caballeros y otros hombres de armas el citado Ibn al Jatib.

                Cabalgarían formando una columna, para evitar las sorpresas, que se adentró por rutas ya conocidas por los aragoneses desde los días de Pedro I, hermano de Alfonso y aliado del Cid. Pasaron cerca de Valencia, y se dirigieron a Alcira. El 31 de octubre de 1125 se encontraban en Denia. En lugar de descender por la costa, por vías puestas en valor en el siglo XX especialmente, volvieron hacia el interior, con importantes poblaciones provistas de recursos. Pasaron el llamado desfiladero de Játiva y alcanzaron la ciudad de Murcia. En el Alicante del siglo XVII la tradición se complacía en relatar cómo Alfonso I había intentado en vano conquistarla. Fue tal su furia al no lograrlo que golpeó con saña su lanza contra la tierra, haciendo brotar el agua de una fuente de ricas propiedades.

                La hueste pasó por Vera, Almanzora, Purchena e intentó apoderarse de Baza, sin éxito. En diciembre de 1125 atacó desde distintos puntos la ciudad de Guadix, que también resistió a los aragoneses. Las tareas de asedio requerían de unos medios y un tiempo muy superiores a los de la expedición.

                A 7 de enero de 1126 Alfonso y los suyos se encontraban en las proximidades de Granada. Las lluvias y el frío eran intensos. Alertados, los almorávides dirigieron un importante contingente de tropas contra los aragoneses, que no se entendieron debidamente con los capitostes mozárabes en lo militar. Según ellos, el rey de Aragón se había movido con excesiva lentitud. El 23 de enero Alfonso levantó su real y marchó de momento. En su busca iban los almorávides.

                Parecía que la columna enfilaba el camino de retorno por la ruta de Aníbal. Llegó a Alcalá la Real y más tarde se dirigió Baena y Lucena. Allí cruzaron espadas almorávides y aragoneses. Los del Batallador cargaron contra aquéllos al modo de los caballeros cristianos de su época, en formación cerrada, y lograron una importante victoria contra los que los perseguían en las vísperas.

                Alfonso I quiso aprovechar la ocasión. Se adentró por el abrupto terreno de las Alpujarras y se maravilló que nadie acometiera a sus fuerzas desde las alturas al pasar por angostos lugares. Se complació en alcanzar el mar en Vélez (la actual Vélez-Málaga), donde degustó su pescado con no poco gusto simbólico.

                Enardecido volvió al ataque contra Granada y su vega. Esta vez tampoco consiguió su rendición. Emprendió entonces el camino de vuelta por Guadix, Murcia y Játiva. Los musulmanes no lo acometieron en la retirada, pero la enfermedad hizo finalmente presa en sus tropas. Algunos autores han sostenido que las acompañaban unos diez mil mozárabes decididos a no vivir bajo dominio musulmán.

                La cifra es discutible, pero lo cierto es que Alfonso asentó desde fines de 1126 contingentes de mozárabes en el valle del Ebro. El Batallador se preció de haberlos sacado con el auxilio divino del dominio sarraceno. Consciente de los bienes que dejaban atrás para seguirlo, les otorgó la exención de lezda, hueste y cabalgada como hombres libres. Podían ser juzgados según sus procedimientos. La historiografía reciente ha destacado cómo los mozárabes de aquel tiempo ya habían asimilado muchos elementos de la cultura islámica. Posteriormente, los mozárabes recibieron en Mallén fuero en junio de 1132, y en 1156 ayudarían a Alfonso VII de León y Castilla en la repoblación de Zorita de los Canes.

                Los mozárabes granadinos que no siguieron al Batallador padecieron la orden de deportación al Norte de África del otoño de 1126. Valiéndose de sus amistades locales, algunos potentados lograron trampearla. Sin embargo, los almohades ajustaron cuentas con la comunidad mozárabe definitivamente en 1162, haciéndola pasar a la Historia.

                Fuentes.

                LACARRA, J. M., Documentos para la reconquista y la repoblación del valle del Ebro, Zaragoza, 1981-85.

                SÁNCHEZ ALBORNOZ, C., La España musulmana, Buenos Aires, 1960.

                Víctor Manuel Galán Tendero.