LOS MULOS MARIANOS. Por José Hernández Zúñiga.

17.07.2015 00:13

                Las conquistas habían transformado profundamente la Roma republicana a finales del siglo II antes de Jesucristo. Sus ejércitos ya se componían de tropas profesionales, todos sus soldados empleaban un armamento común de espada y pilum, se organizaban en cohortes permanentes y sus legiones se numeraban.

                En estos cambios militares tuvo un destacado protagonismo Cayo Mario, que ostentó seis veces el consulado en una época convulsa de luchas políticos. Venció al rey númida Yugurta y derrotó a los invasores germanos, los teutones, que atacaron Italia en el 102-101 antes de Jesucristo.

                                

                Bajo su mando los legionarios tenían que transportar su propio equipo a través de largas marchas, dando origen a la expresión de los mulos marianos. Cargaba cada uno con sus herramientas, almohadas, capa, utensilios de cocina y varias raciones diarias. Cada legionario disponía en la batalla de dos pila, de enorme utilidad según refiere Plutarco:

                “Hasta aquel tiempo, al parecer, la parte del asta que se dejaba dentro de la cabeza de hierro se sujetaba con dos clavos de hierro; pero, dejando uno como estaba, Mario eliminó el otro y puso en su lugar una espiga de madera que podía romperse con facilidad. Su diseño hacía que el pilum, después de chocar en el escudo del enemigo, no se quedara enhiesto en él, sino que la estaca de madera se rompía, dejando así que el asta se doblara sobre la cabeza de hierro y arrastrara por el suelo, quedando sujeto por el giro en el punto del arma.”

                                    

                Al inutilizar los escudos enemigos de esta manera, los legionarios podían acometerlos con sus armas cortas. En el hombro izquierdo llevaban en una vaina colgada el gladius o espada corta. En caso de emergencia disponía de un puñalito en la cadera derecha.

                Los escudos legionarios de madera se elaboraban con tablones en cruz reforzados con hierro. Los tachones de hierro se empleaban también parar herir a los contrarios. El exterior del escudo se recubría de cuero.

                                

                Imprescindible era su casco de bronce con carrilleras flexibles. Algunos oficiales llevaban cascos etrusco-corintios con crestas de crin de caballo, entre otros modelos. Las corazas de malla se reforzaban con cuero para proteger el cuello. Las sandalias también se elaboraban con cuero y disponían de clavos en sus suelas, resultando de vital importancia en el avance de las tropas romanas.

                Así se configuró el arquetipo del legionario romano, cada vez más vinculado por lazos de patronazgo a sus generales, embarcados en las luchas políticas que arrumbaron la República y alumbraron el Imperio.