LOS ORÍGENES DEL ADVIENTO. Por Antoni Llopis Clemente.

17.12.2014 23:06

 

                Vivimos el tiempo del adviento, el de la preparación espiritual ante la inminente llegada del Salvador. Lejos de ser una novedad del cristianismo, se tomó del mundo imperial romano.

                El adventus era la llegada del emperador a una de las ciudades de su imperio, la del Beato el que viene y la del Beato el que llega. Un acontecimiento de gran relevancia en la vida social y política, rodeado de un acusado carácter simbólico.

                Muchos la esperaban con grandes dosis de ilusión dada la munificencia de la que hacían gala los emperadores, como grandes potentados, en aquellas ocasiones tan señaladas. Los dones materiales y legales acreditaban convenientemente su alta posición.

                En tales momentos el emperador salía de su aislamiento calculado, descorriendo los cortinajes cortesanos que lo ocultaban del resto de los mortales. Se descubría como un dios triunfante ante sus alegres fieles, especialmente durante el período del dominado del Bajo Imperio.

                Con cantos de júbilo lo recibían a la entrada de la ciudad toda clase de personas, fuera cual fuera su condición social o su edad. Entonces se agitaban las palmas de olivo, de laurel o de encina, un ritual que también observamos en la entrada de Jesucristo en Jerusalén según los Evangelios canónicos. Hacía su entrada el victorioso dispensador de la seguridad.

                                                            

                A veces se erigía un arco triunfal en la vía de entrada, cuidadosamente estudiada con todo pormenor. En los arcos se inscribía con frecuencia la palabra felix.

                                                        

                También los dioses de la ciudad en cuestión asistían a la entrada, siendo trasladadas en andas sus estatuas con el reverencial acompañamiento de antorchas. El incienso y todo género de aceites de olor perfumaban el ambiente, prefigurando algunos de los elementos litúrgicos del cristianismo.

                Calculadamente los templos se abrían para oficiar los sacrificios debidos, sacralizándose el momento. A modo de curiosidad diremos que cuando en el 362 el emperador Juliano, llamado el Apóstata por su preferencia por el paganismo helénico, hizo su entrada en la notable Antioquía lo hizo precedido de una estrella que lo guío por el camino… El culto de raíz persa a los Reyes Magos se empapó también de este elemento.

                El cristianismo se apoyó firmemente sobre el legado precedente como no podía ser de otro modo, pues su mensaje no se difundió en el vacío sino en una tierra de personas con muchas tradiciones a cuestas. También sirvió de puente cultural, franqueando el tránsito al moderno Occidente de no poca de la riqueza del mundo antiguo.