LOS SANGLEYES DE FILIPINAS SE APRESTAN A LA REVUELTA (1603).
“Había en esta sazón en Manila y en sus comarcas cantidad de chinos, de ellos cristianos, bautizados en las poblaciones de Baibal y Minondoc, de la otra banda del río frontero de la ciudad, y los más infieles, ocupados y entretenidos en estas mismas poblaciones y en las tiendas del parián de la ciudad con mercaderías y todos oficios, y el mayor número de ellos pescadores, canteros, carboneros, acarreadores, albañiles y jornaleros. De los mercaderes siempre se tuvo seguridad por ser mejor gente y muy interesados por la razón de sus haciendas. De los otros no tanta, aunque fuesen cristianos, porque siendo gente pobre y codiciosa a cualquier ruindad se inclinarían, pero siempre se entendió que con mucha dificultad harían mudanza sin que viniese armada de China con pujanza en que pudiesen estribar.
“La plática iba cada día más creciendo y con ella la sospecha, porque aun algunos de los mismos chinos, infieles y cristianos, por mostrarse amigos de los españoles y limpios de toda culpa, daban avisos de que había de haber levantamiento con brevedad, y de otras cosas a propósito. Que aunque al gobernador parecieron siempre ficciones y encarecimientos de esta nación y no les daba crédito, tampoco se descuidaba tanto que no se prevenía y velaba con disimulo para lo que podía suceder, procurando tener la ciudad guardada y la soldadesca armada, y acariciados los chinos más principales y mercaderes, asegurándoles sus personas y haciendas, previniendo los naturales de la Pampanga y otras provincias de la comarca para que proveyesen de arroz y bastimentos a la ciudad, y viniesen a socorrerla con sus personas y armas cuando fuese necesario. Lo mismo hizo con algunos japoneses que había en la ciudad, como de todo esto se trataba con alguna publicidad, pues no podía ser en secreto habiendo de ser con tantos.
“Unos y otros se vinieron a persuadir que la ocasión era cierta, y aun muchos ya la deseaban por ver revuelta la feria y tener en que meter las manos. Se comenzó desde aquí, así en la ciudad como en la comarca donde los sangleyes andaban derramados, a apretarlos de obra y de palabra, quitándoles los naturales, y japoneses y soldados del campo lo que tenían, y haciéndoles otros malos tratos, llamándolos de perros traidores y que y sabían que se querían alzar, y que primero los habían de matar a todos, que sería con mucha brevedad, y que se hacía por el gobernador prevención para ellos, que sólo esto les fue bastante motivo por hallarse necesitados de hacer lo que no pensaban.
“Algunos más ladinos y codiciosos tomaron la mano en levantar el ánimo de los demás y hacerse cabezas diciéndoles que su perdición era cierta, según la determinación en que veían a los españoles, si no se anticipaban, pues eran tantos en número, y daban sobre la ciudad y la tomaban, que no les ería dificultoso, y matar a los españoles y tomarles sus haciendas, y señorearse de la tierra con la ayuda y socorro que luego les vendría de China, cuando allá se supiese el buen principio que al negocio se hubiese dado. Y que para hacerlo con tiempo, convenía, en algún sitio secreto y fuerte no lejos de la ciudad, hacer una fortificación y alojamiento donde se recogiese y juntase la gente, y se fuesen previniendo armas y bastimentos para la guerra, que por lo menos serviría de asegurar allí sus personas del daño que de los españoles esperaban.”
Antonio de Morga, Sucesos de las islas Filipinas. Edición de Francisco Perujo, México, D. F., 2007, capítulo VII, pp. 187-189.
Selección y adaptación al castellano actual de Víctor Manuel Galán Tendero.