LOS TEMPLARIOS, DE POSIBLES REYES DE ARAGÓN A GRANDES SEÑORES.

16.08.2018 22:15

                Empeñada en la guerra con los musulmanes de Al-Ándalus y en estrechas relaciones con la Europa de más allá de los Pirineos, la monarquía aragonesa fue muy sensible al espíritu de cruzada, especialmente Alfonso I el Batallador. Las fuentes musulmanas lo presentan, después de la disolución de su matrimonio con Urraca de León y Castilla, como un guerrero que observaba la castidad al modo de los caballeros de las emergentes órdenes militares. Sin duda, fue un claro ejemplo de monarca cruzado.

                En su testamento de septiembre de 1134, ratificado en Sariñena, lo volvió a acreditar con creces. Ha sido juzgado por varios historiadores de extraño e irrealizable, pues don Alfonso dejó por herederos y sucesores de sus reinos al Sepulcro del Señor de Jerusalén, al Hospital de los Pobres y al Templo del Señor al carecer de hijos. Los tres institutos los regirían, aunque no se aclarara el cómo. Deberían preservar las leyes y costumbres de sus variopintas gentes, y restituir lo indebidamente tomado a la Iglesia y a particulares. A los mismos se entregarían los bienes debidos a Alfonso para que dispusieran a su discreción. El Batallador remataba sus últimas voluntades entregando su caballo y armas al Temple, con cuyos caballeros se identificó. Su intención era poner Aragón al servicio de una empresa a la que había consagrado su vida.

                Como es sabido, su testamento no se respetó, pues los nobles navarros y aragoneses optaron por otras soluciones. El hermano de Alfonso, Ramiro II, concertó el matrimonio de su hija Petronila con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, que como príncipe de Aragón tuvo que alcanzar un acuerdo con la Santa Sede y las órdenes militares. Con el Temple alcanzó la concordia de Gerona en 1143, por la que a cambio de su renuncia a las cláusulas del testamento les cedía castillos como el de Monzón, los diezmos debidos al conde y la quinta parte de los territorios a conquistar a los musulmanes, un verdadero acicate para sus campañas.

                Al igual que en otros puntos de la Europa cristiana, los templarios ganaron fuerza y reconocimiento público. En julio de 1177, el obispo de Zaragoza don Pedro en compañía de los canónigos de San Salvador les cedió el establecimiento de una iglesia en el lugar de La Zaida, presentado como necesitado de sanación tras ser asolado por los sarracenos dentro de la mentalidad cruzada presente en la Reconquista hispánica. El maestre Arnaldo de Torre Roja representó en tal ocasión a los caballeros de la milicia del Templo, que gozarían de las décimas y las primicias.  Por derecho de visita episcopal deberían entregar al año un cahíz de trigo, otro de centeno y una metreta de vino por Todos los Santos. Del diezmo de los fieles, el obispo dispondría de la cuarta parte.

                Los templarios actuaron en varios puntos como repobladores. No pocos matrimonios, en ciudades como Huesca, se les entregaron personalmente junto con sus bienes en calidad de donados, recibiendo una limosna por Todos los Santos para su avituallamiento y vestido anual. Los templarios no llegaron a ser reyes de Aragón, pero se comportaron como verdaderos señores aragoneses.

                Fuentes.

                BOFARULL, P., Colección de Documentos Inéditos del Archivo de la Corona de Aragón, Tomo IV, Barcelona, 1849, pp. 9-12.

                LEDESMA, M. L., Cartas de población del reino de Aragón en los siglos medievales, Zaragoza, 1991, documento 110.

                Víctor Manuel Galán Tendero.