LOS TOROS CONQUISTADORES DE AMÉRICA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

03.09.2014 15:46

 

                Acostumbrados a un estilo de vida muy determinado, los españoles trasladaron al Nuevo Mundo plantas y animales del Viejo. Los toros y las vacas formaban parte de su economía y de su cultura desde hacía muchos siglos, y en 1493 Cristóbal Colón llevó los primeros ejemplares procedentes de las Canarias, recientemente ganadas, a la Española.

                Estos bovinos disponen de sistemas naturales termorreguladores que les permiten soportar con éxito el calor y la sequedad, y son muy capaces de convertir las celulosas como la hierba en elementos tan preciados por el hombre como la carne o el cuero.

                Sus rebaños acompañaron a los conquistadores desde la América del Norte a la del Sur, expansionándose más allá de las fronteras políticas y militares españoles. A finales del siglo XVI su presencia se hizo notar en Nuevo México y en la Pampa.

                Tras el fracaso de los primeros intentos de establecimiento, Buenos Aires fue finalmente erigida en 1580, contribuyendo sobremanera la riqueza pecuaria rioplatense. Junto a los españoles también alentaron los portugueses desde el litoral brasileño el aumento exponencial del número de toros y vacas, muy cotizados en las misiones de los jesuitas.

                En 1619 el gobernador bonaerense estimó en unas 80.000 la cantidad de reses bovinas, de gran valor para el comercio de esta posición excéntrica en el imperio español del momento. En el siglo XVIII Félix de Azara estimó en cuarenta y ocho millones el número de cabezas de la Pampa, que tanto contribuyeron a variar la vida de los pueblos amerindios de la zona austral. Este mismo fenómeno también se produjo entre la Alta California y Texas, donde los colonizadores angloamericanos entraron en contacto en 1820 con unos animales más fieros que los bovinos de la costa atlántica procedentes de las islas Británicas. Si el XVIII fue la centuria del bisonte en las Grandes Praderas, también lo fue el del toro en sus márgenes geográficos meridionales.

                Los toros de origen ibérico acrecentaron su bravura y su independencia en tierras americanas al tener que enfrentarse a voraces alimañas y a cazadores astutos. Su velocidad, estructura membruda y sus largas y afiladas cornamentas los convirtieron en adversarios más que temibles. En la Pampa las vacas eran tan indómitas que para ser ordeñadas tenían que ser atadas. Tan singulares animales singularizaron la vida de unos tipos humanos tan arquetípicos como el gaucho y el vaquero.