LOS YIHADISTAS DE LA GLOBALIZACIÓN. Por Antonio Parra García.

22.08.2014 20:35

 

                Nos vamos acercando al infausto 11-S y la presidencia del desbordado Obama no tiene más remedio que actuar con mayor vigor en el Oriente Próximo para frenar la ascendente carrera del Califato a horcajadas de Siria e Irak. Sus principales asesores reconocen ante las cámaras la gravedad de la situación, conscientes que la bestial ejecución de James Foley ha conmocionado a la opinión pública y a sus aurigas periodísticos. Es hora de actuar venciendo resistencias emanadas de los malos recuerdos de otras intervenciones militares.

                Los soldados que quizá tomen el relevo de los drones de sofisticada factura se enfrentarán a un problema con más de tres décadas de Historia, el de los modernos yihadistas. Aprovechando la rabia de los grupos afganos opuestos a la invasión soviética, fueron provistos y adiestrados por Estados Unidos desde su aliada Pakistán, atrayendo a individuos tan inquietos a la lucha como Bin Laden. Durante años Afganistán fue el terrible campo de entrenamiento de musulmanes militantes de países como Argelia, donde alentaron la guerra civil.

                A la caída de la Unión Soviética los fundamentos de Al-Qaeda ya estaban depositados y prestos a agredir al otro gran imperio en pie. El miserable terrorismo busca por encima de todo la propaganda del hecho consumado, el de la humillación de un rival que a priori se antoja invencible, y Bin Laden consiguió enrolar en su causa a muchos descontentos de una manera o de otra. Las solidaridades familiares y grupales ayudaron a financiar y a nutrir con armas y combatientes las distintas filiales de Al-Qaeda.

                El mensaje de la guerra santa alcanzó los suburbios de las ciudades europeas, y una gran cantidad de jóvenes desorientados empezaron a darle sentido a sus vidas luchando contra una sociedad que culpabilizaban de todos sus males. Consideraban a sus instituciones débiles e ineficaces, propias de gentes decadentes entregadas al vicio y a la cobardía. En muchos países de la UE, como el nuestro, el sistema educativo no ha acrisolado ciudadanos más cultos y respetuosos con la sociedad de acogida, sino jóvenes airados cuyo horizonte se ha adentrado cada vez más en los vericuetos de Internet. Aquí vivían una realidad virtual muy real, contactando con otros países y otras personas más allá de su degradado barrio.

                En la Era de la Globalización la Red ha fortalecido el particularismo de todo tipo, pues curiosamente no buscamos muchas veces a los diferentes a nosotros, sino a los afines que acentúan nuestras manías más inconfesables y persistentes. La estética contemporánea que revisten ciertas creaciones digitales carga su contenido violento y sexual como si de un video juego se tratara, banalizando el horror de la violencia ante los jóvenes. Los nuevos yihadistas beben del mismo pozo que los grupos de extrema derecha fascista de agresivo racismo.

                Nuestra crisis no es sólo financiera, sino también moral, la de unas sociedades que trasladan muchas de sus responsabilidades a otros, culpándolos de todo lo malo que sucede. En nuestra ciega puerilidad hemos dado la espalda a la Esfinge que le cantó las cuarenta al enloquecido Edipo. El radicalismo del Califato autoproclamado responde en esencia a esta clase de huida hacia delante, o más exactamente hacia el vacío.

                Los grupos radicales surgidos en esta hora histórica saben aprovechar las circunstancias mejor que los circunspectos que creen que algo remoto siempre será imposible. La Primavera Árabe eclosionó de forma infernal en Siria, ganando la componenda a la actuación más lúcida. Rusia con la cooperación diplomática china bloqueó la acción occidental para salvar un régimen tradicionalmente protegido, y la guerra civil se enquistó en el país. Los yihadistas de última generación sentaron sus reales, desafiando a la propia Al-Qaeda y a otros regímenes musulmanes. La situación también los ha favorecido en el desgarrado territorio irakí.

                Ni Rusia ni Estados Unidos han actuado bien. Evidentemente Obama ha antepuesto su paz doméstica para desmarcarse de toda comparación con Bush junior, pero Putin ha jugado al imperio más allá de Crimea. Los intereses geoestratégicos favorables a su permanencia en el viejo trono de los zares han primado sobre la seguridad en el Oriente Próximo, quizá sin pensar que el radicalismo islámico algún día no muy lejano podría volver a amenazar de gravedad su territorio. La derrota de los chechenos no garantiza el futuro.

                Pero por encima de todo, y más allá de campañas de contención militar, se tendría que reflexionar muy seriamente sobre la educación que le damos a nuestros jóvenes, pues formar implica un esfuerzo de mejora ética, que a la larga nos evitaría orillar las tentaciones hacia el abismo de las grandes crisis, los temibles avisos de la Historia.