MÁLAGA, LA NUMANCIA DEL SULTANATO DE GRANADA.

03.05.2018 15:50

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                A mediados del siglo XV el principal puerto del sultanato de Granada era Málaga, la ciudad que le había arrebatado la primacía mercantil a Almería. A diferencia de otras urbes andalusíes, Málaga acrecentó su importancia desde la disolución del Califato de Córdoba, llegando a ser corte de los Hammudíes, aunque quedara incardinara finalmente en lo político a Granada.

                Emplazada en la ribera del Guadalhorce, Málaga era coronada por la alcazaba del cerro (reforzada desde principios del XIV). Enlazaba con el castillo de Gibralfaro por una coracha, que formaba un verdadero camino fortificado. Desde la alcazaba descendía una muralla que ceñía la medina, con torres cuadradas y a veces semicirculares de refuerzo. Carecía de un muelle de piedra para el atraque de las naves, pero su playa o arenal servía de activo puerto, ubicado entre las torreadas atarazanas y la alhóndiga o castillo de los genoveses, dotado de seis almacenes y otras seis torres con un espolón de arena en el centro de la línea costera.

                Los dos arrabales de Málaga y su entorno periurbano tuvieron fama de opulencia. Los activos genoveses se interesaron por su producción de azúcar. Verdadero corazón económico del sultanato, su conquista se consideraba con razón esencial para abatir el poder nazarí.

                A comienzos de 1487, el aliado de los castellanos Muhammad XII (el Boabdil el Chico de nuestras crónicas) retornó a ejercer como sultán en el Albaicín de Granada, en contra de su tío el Zagal, y los comerciantes de Málaga se declararon a su favor, con la intención de evitar la conquista cristiana.

                El esfuerzo cristiano se centró desde abril de aquel año contra Vélez-Málaga, pero no se pensaba detener en este punto. Se le había prometido el título de sultán y el dominio de la ciudad de Granada a Muhammad XII, que después resignaría a favor de don Fernando y doña Isabel a cambio de garantías para los musulmanes del país y de un extenso señorío. Cuando se conocieron los términos de aquel acuerdo, los malagueños optaron por la clara resistencia y se pusieron bajo el mando de Ahmad al Tagri (el Hamet Zeli de las crónicas cristianas), el jefe dela temible guarnición norteafricana del castillo de Gibralfaro, los combativos gomeres.

                Tomada Vélez-Málaga, el rey se dirigió a Bezmiliana, desde donde ofreció una capitulación generosa a las gentes de Málaga, que emprendieron una defensa que fue comparada con la de Numancia por Andrés Bernáldez. 

                Los musulmanes trataron de evitar la aproximación de las batallas o divisiones cristianas, y se entabló una dura lucha en el promontorio cercano a Gibralfaro, en el que descollaron las fuerzas gallegas. Lograron establecer al final sus posiciones allí, cercanas al mar, donde se dispusieron 2.500 caballeros, 14.000 infantes y artillería. Los distintos comandantes se ocuparon de los diferentes sectores de ataque. Naos, galeras y carabelas se encargaron de cercar la muralla del mar. En las operaciones, sobresalió el mando del marqués de Cádiz.

                Los musulmanes también disponían de lombardas, que abrieron fuego contra el rey. Don Fernando ordenó en consecuencia desembarcar la artillería gruesa.

                Desde el arrabal donde se guardaba el ganado, salían los musulmanes a combatir a los cristianos, que concentraron sus ataques contra la torre de la esquina de sus defensas. La tomaron con escalas tras porfiadas luchas. Entonces los musulmanes dispararon contra la torre. Volvió a lucharse con dureza y gracias a Hurtado de Mendoza la torre quedó en manos cristianas.

                La pestilencia azotó a los lugares cercanos, y la carencia se dejó sentir en el real cristiano. Algunos llegaron a informaron a los musulmanes de la voluntad de abandonar de los atacantes, pero el rey don Fernando se mantuvo firme. Hizo ver a la reina la necesidad de su presencia para disipar toda duda. Los norteafricanos impusieron su ley a la ciudad de manera más estricta, por encima de los mercaderes, ante las nuevas llegadas.

                El castillo de Gibralfaro volvió a ser combatido con tal dureza que a los cristianos se les llegó a agotar la pólvora. Para excusar los inconvenientes del terreno cercano al mar, los sitiadores tendieron una gran cerca contra Málaga. Al real afluían las vituallas aportadas por las naves, que tuvieron que protegerse contra los ataques de los corsarios. Algunos musulmanes se hicieron pasar por cristianos para conocer mejor la situación de sus adversarios.

                Málaga intentó ser socorrida por las fuerzas del Zagal, pero Muhammad XII lo previno. La embajada del sultán de Tremecén también fue favorable a los reyes, que recibieron refuerzos procedentes de la Corona de Aragón. Se planteó ahora la posibilidad de atacar directamente la medina, acometiéndola con minas.

                La situación de los defensores era a la sazón muy apurada, y en aquel momento sucedió uno de los lances más destacados del asedio. Uno de los caballeros norteafricanos, simulándose cristiano, quiso asesinar a los reyes, pero confundió a doña Isabel con la marquesa de Moya, pudiendo escapar con vida del atentado. Al caballero se le descuartizó y sus restos fueron lanzados al interior de Málaga.

                Los combates se centraron entonces en el dominio del puente de acceso a la medina, protegido a cada cabo por sendas torres. Los norteafricanos y los malagueños más belicosos salieron a luchar a campo abierto, pero fueron derrotados. Una de aquellas torres fue tomada por los cristianos, cuando el ascendiente de los más firmes partidarios de la resistencia menguaba. Ahmad al Tagri se acogió a la alcazaba, mientras se iniciaron conversaciones de rendición por parte de los más moderados, algunos de linaje de comerciantes.

                Tras tres largos meses de asedio, los reyes entraron en Málaga el 18 de agosto de 1487. El triunfo tuvo una gran resonancia en todos los reinos hispanos, y en la mercantil Mallorca se saludó como un gran logro de don Fernando de Aragón. Tras el asedio, la ciudad yacía agotada. Salvo contadas familias, los supervivientes padecieron el cautiverio por la ira de los reyes, molestos por la costosa duración del asedio. De 11.000 a 15.000 personas fueron vendidas, obteniendo la corona de tan deleznable tráfico 56.000.000 de maravedíes. Se llegó a regalar al Papa un presente de cautivos de Málaga.

                A la mercantil Málaga se le aplicaría el fuero de Sevilla. A 10 de octubre de 1487 se repartieron sus casas y heredades entre sus nuevos vecinos. Dos años más tarde, se concedería a su municipio el ingreso de la elaboración del jabón y de la preparación de las anchoas y las sardinas.

                Las relaciones comerciales con el Norte de África prosiguieron, y en 1490 tuvo bula del Papa al respecto, exceptuándose las cosas vedadas. Las conquistas de plazas norteafricanas a partir de 1505 determinaron que el comercio malagueño se sustanciara con puntos como Orán. Algunos autores han sostenido que el endurecimiento de la situación en el Mediterráneo entre cristianos y musulmanes en el siglo XVI la perjudicó al respecto, acentuando su condición fronteriza. De todos modos, se anudó una intensa relación con Antequera y Córdoba, que posibilitó la exportación de trigo y lana cordobesa y jiennense a cambio de especias, metales, colorantes, paños bastos ingleses, armas blancas y papel. Con independencia del cambio de sus habitantes, volvieron a tener un gran peso en su vida económica los negociantes genoveses, que desde el siglo XII supieron jugar magistralmente con los cambios políticos acaecidos en la península Ibérica.

                Víctor Manuel Galán Tendero.

                Bibliografía fundamental.

                Andrés Bernáldez, Historia de los Reyes Católico D. Fernando y Doña Isabel. Edición de Bibliófilos Andaluces, Sevilla, 1870.

                Fernando del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos. Edición de Juan de la Mata Carriazo, Granada, 2008, dos volúmenes.

                Miguel Ángel Ladero, Granada, Historia de un país islámico (1232-1571), Madrid, 1989.