MESOPOTAMIA, EL SENTIDO DE UNA CIVILIZACIÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

29.10.2021 15:58

               

                Mesopotamia era el nombre griego que abrazaba a varios países de la Antigüedad, un verdadero mundo surcado por los ríos Éufrates y Tigris, cuya fiereza fue domada por la entereza de sus gentes. Concebida por sus pensadores como un disco de barro que flotaba en medio de las aguas, fue un verdadero ombligo del mundo, en el que tantas cosas surgieron.

                Sus primeros centros ceremoniales del tercer milenio antes de Jesucristo emanaron de la colaboración de las personas de distintas aldeas, cuyo número se acrecentó gracias a la roturación del arado y a la canalización de las aguas. En cierta medida, la torre de Babel (inspirada en un zigurat) es una verdadera reflexión sobre los límites de la cooperación humana, expuesta a la furibunda intervención divina.

                Las divinidades mesopotámicas no resultaron benévolas. Celosas de su preeminencia y poderes, crearon a los humanos para servirles y también les depararon un temible diluvio, inspirador del de Noé. A su modo, la disidencia griega vino preparada por la mesopotámica, descontenta en cierta medida con la condición de unos dioses mundanos, que no deparaban la inmortalidad, por la que preguntó Gilgamesh. La muerte del gigante Humbaba, custodio del bosque de los cedros, avanza elementos de Polifemo.

                Si dioses y reyes guerreros compartieron formas de actuar y aventuras, la leyenda se apoderó de Sargón (convertido en un primer Moisés), y las leyes le fueron dispensadas a Hammurabi por la divinidad.

                El sentido de la justicia de su famoso código tiene mucho de trueque en términos descarnados, el de una cosa por otra a modo de compensación. Eran las normas de gentes que compatibilizaban la guerra con el comercio, de las que emergerían los temibles asirios.

                Los nómadas formaron parte del mundo de Mesopotamia, y le imprimieron su dinamismo y energías. El entrechocar de pueblos y poderes favoreció la invención militar, con los dinámicos carros de guerra de dos ruedas desde mediados del segundo milenio antes de Jesucristo.

                La guerra aseguró prestigio y botín, del que también satisfizo el gusto por el lujo, el que impulsó el comercio de los fenicios en barcos hechos con madera de cedros venerados.  Los lujos llegaron a la corte de Salomón, donde el monoteísmo se abría paso, singularizando el pueblo de Israel, después sometido a otros imperios, como el persa. Cuando los griegos se enfrenten con los pueblos sometidos a los Aqueménidas, se las verán con gentes con las que tenían mucho más en común de lo que puede pensarse a primera vista.