MINORÍAS RECTORAS LOCALES Y DESPOBLACIÓN EN ESPAÑA.

21.12.2018 15:46

                La España de la Época Moderna puede ser definida de varias maneras, como una monarquía compuesta crecientemente centralizada, por ejemplo. Sin embargo, los municipios también tuvieron un gran peso dentro de la misma, en el seno de cada uno de sus reinos. A veces se ha caracterizado Castilla como una pléyade de concejos de relevancia variable. Semejante circunstancia, herencia de una larga Historia que se remonta más allá de los romanos, ha fructificado en los 8.125 municipios de la España actual, de los que 4.995 cuentan con menos de mil habitantes. Las causas de su despoblación son más complejas de lo que parecen a primera vista. El traslado de los poderosos locales a otras ciudades, su absentismo, debe de ser considerado. El establecimiento de la corte en Madrid no dejó de afectar a Toledo. El historiador decimonónico Enrique Herrero y Moral atribuyó el declive de su Requena natal por la marcha de algunos notables locales a Valencia. Cuando los poderosos marchaban, se llevaban consigo sus capitales y sus contactos sociales, mermando las oportunidades de negocio.

                ¿Resultaban atractivas las localidades de origen a muchos de los hijos de sus poderosos? En la Baja Edad Media, sus beneficios eclesiásticos los atrajeron, además del ejercicio de los  oficios municipales, por los que disputaron acremente en banderías. Amos de las palancas del poder local, podían disfrutar de los recursos de sus términos a discreción.

                La difusión de los saberes jurídicos, el desarrollo de la burocracia real y la posibilidad de hacer carrera en la corte tentaron a muchos fuera de su círculo municipal. Los lazos de patronazgo sirvieron a más de uno a escalar los peldaños de la promoción social, con el acicate de las exigencias del imperio de administradores y comandantes. Los matrimonios también ayudaron al respecto, favoreciendo la movilidad, que con la Era del Liberalismo no aminoró. Los grandes propietarios y abogados acudieron a Madrid a ganar un negociado o un escaño. Las primeras Cortes de la II República han sido contempladas como la reunión de los representantes de las ambiciosas minorías rectoras territoriales españolas tras la atonía de la dictadura de Primo de Rivera.

                Las seducciones de la vida urbana hicieron tales pasos más apetecibles, presentando el mundo rural como carente de alicientes, especialmente para los más jóvenes. En la España del siglo XVIII, en pleno reinado de Carlos III, se planteó la cuestión. En Los eruditos a la violeta, de 1772, José Cadalso fulminó a los que huían de una vida sencilla por boca de un padre que aconsejaba a su hijo el camino de instrucción y el tipo de comportamiento a seguir.

                Cadalso, de un modo muy querido por él, inserta supuestamente la carta de otra persona, llegada de manera accidental a manos del profesor de los que solo quieren figurar en la buena sociedad de los salones. En la misma, se recomienda al mozo destinatario a conocer primero España antes de emprender un viaje por otros países. Debe de observar y anotar minuciosamente todos los detalles de sus provincias, como los de su población. Se trata de adquirir un saber práctico, digno de la Geografía Humana, tan caro a los ilustrados que participaron del desarrollo de la Economía Política. Tal conocimiento debería de ir acompañado de la lectura concienzuda de la Historia de España. Con semejante preparación humanística se podía afrontar el apreciado viaje formativo por el resto de Europa.

                En Francia debería de apreciar el joven su población, cultura y amenidad. La preocupación por el bienestar de una población boyante es clara en este caso. Si en Lyon se observaría su ordenación económica, en París debería de tomar buena nota de su organización, sus tribunales y su vida académica. El viaje no presentaba un carácter precisamente festivo o frívolo.

                El paso a Inglaterra desde Francia daba pie a una visita a los Países Bajos en tono patriótico, el de recordar las glorias militares de los españoles en unas tierras habitadas por gentes consideradas hermanas. El viaje debería servir, pues, tanto para adquirir conocimientos como para aquilatar el patriotismo en alza.

                El estudio del gobierno, la marina y el comercio de Inglaterra, desde la atalaya de Londres, se consideraba prioritaria. Las instituciones deberían coadyuvar al fomento de la economía, sería la conclusión lógica de tal programa de estudios. Italia y el Norte de Europa también podían ser convenientemente visitadas, aunque no se daban pautas como las anteriores. Los saberes artísticos no ocupaban un lugar preferente, sino los de orden social y económico.

                Desde este punto de vista, el viaje tenía un verdadero carácter formativo, el de una verdadera universidad de la vida para formar personas capaces de servir a la patria. Acerca de la aplicación de tales saberes y virtudes, se hacía especial hincapié en una vida con grandes puntos en común con la guía espiritual postulada por San Jerónimo en la Roma de fines del siglo IV, la del ocio aristocrático, de carácter reflexivo. Se recomendaba casarse en su provincia con una mujer honrada, alejándose de toda tentación. La felicidad, tan cara a la filantropía ilustrada, se alcanzaría con el estudio en el seno de la vida familiar. Las posesiones vinculadas ayudarían al digno pasar, y el ejemplo de la virtud se convertiría en el verdadero caudal a legar a los herederos.

                Semejantes ideas buscaban forjar unas minorías dirigentes locales tocadas por la Ilustración, capaces de promover la prosperidad de sus localidades. No obstante, Leandro Fernández de Moratín sostuvo que los integrantes de las Sociedades Económicas de Amigos del País carecieron del carácter emprendedor de sus homólogos ingleses. Más recientemente, Emilio Pérez Romero ha verificado la disolución a comienzos de la Época Contemporánea de una minoría dirigente en la Tierra de Soria, tan castigada en lo sucesivo por la despoblación. Su dependencia de la ganadería trashumante, sin que cuajara el textil, ocasionó que se desprendiera de sus rebaños cuando dejaron de ser rentables. La vecindad para disfrutar de los pastos locales ya no fue necesaria, y sus capitales se desplazaron a otros puntos más rentables. Los pequeños ganaderos y los agricultores modestos tuvieron que enfrentarse a una dura situación, sin poder evitar la merma de los efectivos demográficos.

                A día de hoy, faltan personas emprendedoras y jóvenes en muchas localidades de la España interior. Revertir un proceso con tan hondas raíces históricas es harto complicado, pero necesario.

                Bibliografía.

                Felipe Ruiz Martín y Ángel García Sanz (editores), Mesta, trashumancia y lana en la España Moderna, Barcelona, 1998.

                Víctor Manuel Galán Tendero.