NATURALEZA DEL IMPERIO NAZI. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

19.05.2023 12:29

               

                El segundo imperio alemán perdió la Gran Guerra, pero las fuerzas conservadoras no se dieron por vencidas bajo la república. Políticos, financieros y militares maniobraron para controlar la situación. Tras vencer ciertas vacilaciones, apostaron por la carta de Hitler, creyendo que le podían marcar el camino.

                El nazismo hizo suyas no pocas de sus causas en un tiempo de crisis. Sin embargo, el tercer imperio marcó distancias con el segundo. La nueva Alemania iba a ser dirigida por una jerarquía racista, cuyo núcleo era el partido nacional-socialista.

                Entre los nazis no hubo armonía, por mucho que la figura de Hitler se irguiera imponente. A las SA le cortaron las alas con brutalidad, y las SS no se resignaron a permanecer en un puesto secundario. Sus ideas mistéricas fueron aceptadas por profesionales cultos, como ciertos médicos. Aquí reside una de las mayores paradojas del nazismo, el de cómo alguien ilustrado pudiera caer en tal negación de los derechos humanos.

                Entre los nazis no sólo hubo tipos de clase media golpeados por la crisis y la desorientación, sino también científicos ambiciosos que no desearon atenerse a límites éticos. Ellos animaron las medidas eugenésicas del programa T-4, con centros como el austriaco castillo de Hartheim, donde se asesinó a personas con minusvalía. Los terribles experimentos con cobayas humanas serían impensables sin ellos y el holocausto judío no hubiera adquirido las mortales dimensiones de Auschwitz sin su colaboración en el andén de los trenes de transporte.

                Contaron con sus fuerzas las expansivas SS, que tampoco descuidaron su fuerza económica. Forjaron empresas como Deutsche Erd-und Steinwerke, dispensadora de material de construcción. En la cantera de Mauthausen tuvieron una de sus fuentes de beneficios desde 1938.

                La población reclusa había aumentado bajo los nazis desde 1933-34, pues no hemos de olvidar que sus primeras víctimas fueron los alemanes de ideas, usos y forma de ser distintos a los suyos. En la bávara Dachau establecieron el modelo de campo de concentración que se terminaría difundiendo: un espacio acotado y vigilado por despiadados grupos de las SS, con la colaboración de los kapos, donde se obligaba a trabajar hasta la extenuación a los reclusos, sometidos a toda clase de vejaciones. La línea divisoria entre campo de concentración y de exterminio a veces se hace tan tenue como unos pocos momentos de existencia.

                Con la expansión del espacio vital antes de 1939 y las conquistas de la guerra, el sistema se fue difundiendo. Sistematizó finalmente la brutalidad contra los judíos, antes vertida en forma de ataques, con la inestimable colaboración técnica de elementos del T-4. A su modo, plasmaron a la perfección dos ideas fundamentales del nazismo: la del pueblo de señores y la de aniquilación de los considerados inferiores raciales.

                Numerosos prisioneros de distintas nacionalidades de la Europa de la II Guerra Mundial fueron sometidos a un trato inhumano en espacios como los de la Alta Austria por elementos de las SS, la fuerza dirigente del supuesto pueblo de señores, llamado a dirigir la producción del nuevo orden. Desde el campo de Mauthausen fueron extendiendo su telaraña hacia puntos como Gusen, donde en tres áreas bajo el mismo nombre llegaron a ser explotados hasta cincuenta mil personas, con la dirección de mil quinientos técnicos que supervisaban la producción de los cazas Messerschmitt y residían en los pueblos de los alrededores. Se fabricaron fusiles en Steyr y en Ebensee motores y combustibles, donde las muertes por las explosiones de barreno no pararon los trabajos de excavación de los túneles. Frente a la movilización de la mano de obra femenina por estadounidenses y británicos, los nazis emplearon el trabajo forzado en toda su bestialidad.

                La lógica asesina condujo al perfeccionamiento de los métodos de aniquilación, padecidos con particular virulencia por los judíos. Se proyectó en la conferencia de Wannsee acabar con once millones de ellos. Muchos fueron conducidos al matadero de Auschwitz, que comprendió el campo de trabajo y exterminio de Birkenau, cuyos hornos crematorios alcanzaron una deplorable fama. Se pudieron incinerar allí más de cuatro mil seres humanos al día, calculándose en un millón doscientas mil las personas asesinadas en tal infierno.

                Alrededor de los sufrimientos y la muerte de miles y miles de gentes de toda edad y condición florecieron toda clase de negocios, de los que sacaron tajada las distintas camarillas de las SS, en más de una ocasión en disputa unas con otras. El desvalijamiento y la aniquilación de la comunidad judía, de origen sefardí, de Salónica costearon la ocupación alemana de Grecia, que causó no poca hambre entre los civiles, y rindió más de un pingüe beneficio.

                Se forjó, pues, un desaforado Leviatán, un sistema que arrojó fuera de sí todo rasgo de piedad, que dio rienda suelta a los instintos más brutales. A los soldados que no acertaron a disparar con precisión a los prisioneros, causando el enojo de los gerifaltes, se contrapuso el sadismo de una Ilse Koch, que satisfizo sus apetencias más íntimas con la tortura y la vejación de los prisioneros de Buchenwald.

                El orden del imperio nazi hubiera aniquilado los principios de la Ilustración, los de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Su neopaganismo, incluso, puso en riesgo a la mismísima Iglesia católica. Su triunfo hubiera alterado considerablemente la Historia.