NUESTRA ANTIGUA HERENCIA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

20.02.2022 10:21

               

                ¿Quiénes somos nosotros? ¿Qué clase de personas somos históricamente los europeos?

                Está claro que formamos parte de una especie surgida en África, el homo sapiens, que colonizó el planeta y que desplazó a los neandertales del suelo de Europa, hasta su desaparición. La evolución y la calidad de su pensamiento simbólico ya pueden verse en sus pinturas rupestres, que quizá sea una forma de lenguaje más elaborada de lo que se ha creído habitualmente.

                Tal capacidad de abstracción y de conocimiento favoreció el surgimiento de la agricultura y de la ganadería en áreas como el Oriente Próximo, donde se desarrolló la sociedad urbana, con escritura y elaborados mitos sobre el origen de las cosas. Estas ideas pasaron a nuestra civilización a través de religiones como el cristianismo, que no dejó tampoco de verse permeado por el gran mito de Osiris, fundamental para entender la civilización egipcia.

                Los pueblos de la antigua Europa se vieron muy influidos por los del Oriente del Mediterráneo, con destacado protagonismo de los fenicios, pero no dejaron de tomar cuerpo a partir de sus propias experiencias. Desde Iberia a Grecia surgieron una serie de ciudades, hijas de la Edad del Hierro a veces, que alcanzaron relevancia, como Atenas, donde se dieron cita una pléyade de innovaciones políticas y culturales en el siglo V antes de Jesucristo.

                La marcha macedonia hacia el Este persa no cambió esta orientación de los primeros europeos, de orgullosas comunidades urbanas, y su destino fue decidido en un duelo entre dos grandes ciudades: Cartago y Roma, Elisa y Eneas, de amores imposibles.

                El enconado pulso lo ganaron los romanos y su ciudad se convirtió en la cuna de un imperio que reposó sobre urbes enlazadas por calzadas y rutas marineras, en el que el cristianismo fue aposentándose, no sin dificultades.

                Cuando los pueblos germanos ocuparon el solar del imperio romano de Occidente, no anularon el deseo de aventura, las antiguas creencias sobre los orígenes, la curiosidad intelectual, la fascinación por lo oriental, el individualismo y el afán de dominio de los primeros europeos, singularizados en la Edad Media en una serie de pueblos, en verdad los componentes de una gran familia.