PUERTO RICO, ESCUDO DEL IMPERIO ESPAÑOL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

04.11.2024 11:42

               

                La lucha entre la España de Felipe II y sus rivales se extendió a tierras y aguas americanas, por donde navegaban los valiosos caudales enviados a Sevilla. Como el centro del poder español se había trasladado a las áreas continentales de Nueva España y Perú, sus estratégicos dominios caribeños se vieron expuestos a las incursiones enemigas. No sólo estaba en juego el apresamiento de buques, sino también un posible establecimiento que cortara las comunicaciones imperiales. La valiosa isla de Puerto Rico peligraba, al convertirse en un objetivo inglés.

                Los ataques de Drake a Santo Domingo y Cartagena de Indias urgieron el plan de fortificaciones en Indias de 1586, encomendado al maestre de campo Juan de Tejeda y al ingeniero Bautista Antonelli, supervisado desde España por el ingeniero mayor del rey Tiburcio Spanoqui.  Se diseñaron fortificaciones de trazado irregular sobre escarpaduras en los accesos a los puertos, los llamados morros, como el de San Juan de Puerto Rico.

                Como la isla de Puerto Rico, como otras del Caribe español, ya había sido castigada por los corsarios duramente, Felipe II creó en 1583 una junta para dictar las oportunas provisiones de defensa. Al ser su primera gran misión la fortificación de Puerto Rico, en 1597 tomó el nombre de junta de Puerto Rico, el punto de arranque de la junta de guerra de Indias instaurada en 1600.

                Antes de la llegada de Antonelli a Puerto Rico en 1589, la ciudad disponía de los puntos fuertes de la Casa Blanca, la Fortaleza, la torrecilla del Morro y el baluarte de Santa Elena, alzado en 1586, protegiendo la entrada al puerto con sus cañones. En el Este de la isleta se erigían las posiciones defensivas del Boquerón y San Antonio.

                La labor de Antonelli fue particularmente intensa en el área del Morro, donde se construyó el castillo de San Felipe, verdadero punto clave de las defensas de Puerto Rico. En 1589 se trazaría el hornabeque o frente de tierra, conformado por dos baluartes desiguales enlazados por una cortina y protegido con un foso y un revellín. Las murallas de cantería y tapiería, construidas entre 1591 y 1609 fundamentalmente, dieron al castillo de San Felipe el aspecto de una verdadera ciudadela. Experto en las tareas de fortificación en los Países Bajos, el capitán Alonso de Mercado prosiguió las obras con el alzado de baluartes, almacenes y cuarteles. Sin embargo, algunas de sus modificaciones fueron desestimadas por Spanoqui en 1603. La solidez del castillo se comprobó en el curso del ataque neerlandés de 1625, cuando la flota de dieciocho naves de Bawdoin Hendrick pudo pasar por delante de sus cañones, pero no pudo tomarlo por tierra ante la decidida resistencia opuesta por su alcaide Juan de Haro. Los defensores llegaron a volar su puente levadizo, que no sería reconstruido hasta 1655-59.

                Ubicado en la entrada de la laguna del Candado, la posición del Boquerón se convirtió desde 1591 en un reducto que albergaba tres cañones. En 1595 aguantó el ataque de Drake y Hawkins, pero no el Cumberland de 1598, que también logró abrir una brecha en el hornabeque del castillo de San Felipe. En 1608 el gobernador Gabriel de Rojas ordenó su reconstrucción, convirtiéndose en un fortezuelo cuadrado, dotado de plaza de armas y con capacidad para ocho cañones. Se reformó a conciencia en 1635.

                El gobernador de Rojas también ordenó alzar entre 1608 y 1610 el fortín del Cañuelo en el islote enfrente del Morro, un reducto de gruesos muros en talud. Fue reconstruido en 1647 tras el ataque neerlandés de 1625.

                En el curso del mismo, los atacantes llegaron ocupar la propia ciudad de San Juan de Puerto Rico. Necesitada de un buen amurallamiento, durante el mandato del gobernador Enríquez de Sotomayor (1631-35) se proyectó una cortina de tierra recubierta con mampostería, dotada de terraplenes, baluartes y semibaluartes de amplitud distinta. Las obras comenzaron por el lado meridional y prosiguieron por el oriental, sector que fue reforzado con un foso, un revellín y una segunda muralla que enlazaba con el reducto de San Cristóbal (el embrión del castillo del siglo XVIII). Por el tramo septentrional solamente se erigieron pequeños baluartes aislados y cubos, y por el occidental el reducido sector de la batería de San Gabriel. Del siglo XVII datan las tres puertas de San Juan, San Justo y Santiago, ornadas respectivamente con capillas de sus titulares.

                En las obras de fortificación laboraron maestros de obras y canteros llegados de España, junto a oficiales de la isla de Puerto Rico. Como mano de obra fundamental se emplearon esclavos de origen africano, pero también a forzados como presos, desertores, vagabundos, contrabandistas y piratas capturados. Se sufragaron con el situado o asignación del virreinato de Nueva España, complementado con fondos municipales e insulares, un esfuerzo no menos arduo que el de enfrentarse a las incursiones enemigas. Los sacrificios rindieron sus frutos, y hasta 1898 Puerto Rico formó parte de España.

                Para saber más.

                J. A. Calderón, Fortificaciones en Nueva España, Madrid, 1984.

                S. G. Suárez, El ordenamiento militar en Indias, Caracas, 1972.

                J. M. Zapatero, La fortificación abaluartada en América, San Juan de Puerto Rico, 1978.