RIVALIDAD Y COLABORACIÓN ISLAMO-CRISTIANA ALREDEDOR DE JAÉN.

08.02.2018 17:00

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                Las relaciones entre cristianos y musulmanes en la Hispania medieval fueron tan intensas como complejas, pues se enfrentaron y se aliaron según su conveniencia. El hondo sentimiento que ambos tuvieron de ser los verdaderos fieles de Dios no excluyó la cooperación temporal, incluso en tiempos de los almohades, cuando Sancho VII de Navarra primero colaboró militarmente y luego batallaría con ellos en las Navas de Tolosa. Este tipo de relaciones complejas proliferaron en los periodos de crisis de Al-Ándalus, cuando varios potentados cristianos intentaron tallarse sus propios dominios más o menos al margen de los grandes reyes, cuando algunos magnates musulmanes pretendieron afirmar y extender su señorío bajo el teórico manto protector de un monarca cristiano.

                Estas maniobras eran muy arriesgadas y con frecuencia no terminaron de fraguar. El principado cidiano de Valencia no sobrevivió. A Sayf al-Dawla no le salvó de morir a manos cristianas su alianza con Alfonso VII. Los gobernantes musulmanes de Murcia quedaron reducidos bajo el protectorado castellano a una sombra de lo que fueron antes de desaparecer. Pocos gozaron de la habilidad y fortuna del señor de Arjona, Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr ibn al-Ahmar. Cuando los cristianos parecían a punto de aniquilar cualquier vestigio político andalusí, supo sobrevivir a la embestida y crear un sultanato y una dinastía que perdurarían hasta 1492.

                Procedente de un linaje aristocrático de la taifa de Zaragoza, Ibn al-Ahmar se alzó en 1232 contra Ibn Hud, aquel que pretendió capitalizar el descontento andalusí con el régimen almohade y terminó vencido por completo. En calidad de sultán, el señor de Arjona se hizo con el dominio de Guadix, Baza y Jaén en 1233, coincidiendo con el malestar de muchos con un Ibn Hud que había suscrito treguas con los cristianos. Llegó incluso a apoderarse de Sevilla, Carmona y Córdoba, pero su señorío sobre las mismas fue muy fugaz, al alcanzar solo hasta 1234.

                La conquista de Córdoba por los hombres de Fernando III y la muerte de Ibn Hud en 1238 llevaron a nuevas maniobras políticas y militares. Su hijo se mantuvo precariamente en el territorio murciano y los almohades recuperaron Sevilla. Ibn al-Ahmar aprovechó la oportunidad para extenderse hasta 1245 por Granada, Málaga y Almería. Había forjado una sólida ciudadela a horcajadas de los sistemas béticos, con las notables salidas portuarias de Almería y Málaga. Coincidió con la orden de Santiago en la presión sobre los dominios huditas de Murcia.

                Tomada Córdoba y sometida a vasallaje las tierras murcianas, los castellanos no estuvieron dispuestos a permitir semejante cuña territorial entre sus dominios. En 1245 pusieron sitio a Jaén. Unos cien años antes había sido ensalzada por Al-Idrisi. En su fértil territorio, regado por el río Guadalbullón (con gran número de molinos hidráulicos), se cultivaban toda clase de cereales y legumbres. Los alimentos eran normalmente baratos, en particular la carne y la miel. En su jurisdicción se contabilizaron unas tres mil alquerías en la que se criaban gusanos de seda. A tales atractivos económicos se sumaban sus ventajas militares, las de su fuerte alcazaba y las de sus manantiales, que corrían debajo de los muros de la localidad.

                En febrero de 1246 las fuerzas de Fernando III la tomaron. Ibn al-Ahmar, después de haber entregado también Arjona, se declaró su vasallo y se comprometió a pagar todos los años 150.000 maravedíes de tributo, las parias. Enviaría sus fuerzas a combatir con las castellanas en campañas como la conquista de Sevilla. A la muerte de Fernando III (1252), enviaría en señal de respeto hacia su fallecido señor un grupo de caballeros vestidos de blanco, el color del luto islámico, para que lo velaran.

                Mientras tanto, Jaén había recibido el fuero de Toledo. Aquí se trasladó la sede episcopal de Baeza, restaurada en 1227. Entre su territorio y el del emirato de Granada, que pronto se conduciría de manera poco dócil, se extendió la raya de Alcalá la Real a Cazorla, que se destinó a territorio de aprovechamiento ganadero común, regulado por concordias entre los poderes cristianos y musulmanes, según ha estudiado José Rodríguez Molina.

                Los granadinos intervinieron en la vida política castellana de diferentes modos, como sucedería durante la guerra civil que enfrentó a Pedro I con su hermanastro Enrique de Trastámara. El primero, que ha pasado a nuestra Historia con el sobrenombre del Cruel (pero también del Justiciero), incitó a su aliado Muhammad V a atacar las plazas de Úbeda y de Jaén, que se habían inclinado por la causa de don Enrique. Según ciertas fuentes, los granadinos movilizaron en esta campaña unos 7.000 caballeros  y unos 80.000 peones, cifras ciertamente crecidas y muy probablemente exageradas. En 1368, o en septiembre de 1367 según Ladero Quesada, estas fuerzas consiguieron entrar Jaén. Los que pudieron se acogieron a la protección de sus alcázares, pero ante la imposibilidad de mantener sus posiciones optaron por rendirse y por pagar para que marcharan los granadinos. En agradecimiento de los sacrificios por su toma de posición, el ya rey Enrique II le otorgó a Jaén el título de ciudad el 11 de febrero de 1369.  

                En el siglo siguiente, la vida fronteriza siguió su curso, con sus actos de hostilidad y de cooperación. Entre 1444 y 1454 Jaén formó parte del principado del infante don Enrique, el que se convertiría en el IV rey de su nombre en Castilla, con desafortunado destino. Más tarde, el gobierno del territorio jienense fue encomendado al famoso condestable don Miguel Lucas (1460-73), a veces definido como un virrey ad hoc del mismo, atento a las evoluciones de la política granadina y castellana. Las huestes de Jaén fueron esenciales para mantener su posición. En el alarde de sus collaciones de marzo de 1463 se contabilizaron unos 1.160 caballeros, además de numerosos ballesteros. En los combates de lucimiento de las festividades de San Juan y Santiago, estos caballeros simulaban enfrentamientos entre moros y cristianos, elemento de veracidad que acreditaba cómo se metabolizaba por aquel entonces un peligro vecino. En aquellos días previos al reinado de doña Isabel y de la conquista de Granada, los jienenses midieron sus fuerzas durante la nueva guerra civil castellana tanto con los granadinos como con el maestre de Calatrava Girón. En Jaén se dieron la mano las complejidades de la frontera islamo-cristiana.

                Víctor Manuel Galán Tendero.