RUSIA QUIERE PARTICIPAR EN EL BANQUETE CHINO. Por Mijail Vernadsky.

02.07.2015 22:19

                Los rusos se adentraron en profundidad en el territorio septentrional de Asia desde comienzos del siglo XVII y sus avanzadillas se toparon con los puestos del imperio de la China manchú, una gran potencia capaz de imponer prudencia a cualquiera por sus recursos militares y organización.

                En 1689 rusos y chinos alcanzaron un acuerdo llamado a durar hasta el siglo XIX, que reducía los contactos de Rusia con el coloso manchú a Kiajta, donde se desarrolló un comercio que iría ganando en importancia con el tiempo.

                        

                La Rusia de los zares se convirtió en una de las grandes potencias europeas en el siglo XVIII y sus ambiciones le condujeron a revisar el trato que China dispensaba a sus negocios mercantiles. Con la pretensión de lograr una ansiada libertad de comercio se emprendió la misión Golovkin en 1805-06, que se saldó con un claro fracaso ante los temores chinos a abrir su imperio a los menospreciados extranjeros. La xenofobia no salvó a la China manchú de sus graves problemas sociales y económicos, y su desmoronamiento sería de gran utilidad a las potencias europeas en expansión.

                Los rusos realizaron importantes progresos en la colonización de Siberia tras las guerras napoleónicas y sus producciones textiles pasaron de facturar 46´5 a 159´9 millones de rublos entre 1824 y 1854. Los chinos eran los principales compradores de los rusos, que nuevamente sintieron la necesidad de la libertad comercial.

                A partir de 847 el gobierno de la Siberia Oriental recayó en un hombre tan enérgico como ambicioso, Muraviev, gran impulsor de la colonización con la vista puesta en la experiencia estadounidense. Soñó con convertir a Rusia en un gran imperio del Pacífico entre los puntales de Siberia y Alaska.

                                    

                El gobierno zarista enfrió sus entusiasmos en varias ocasiones. De hecho San Petersburgo no secundó los intentos de 1843 y 1846 de establecer la frontera con China en el río Amur por no deteriorar sus relaciones con una Gran Bretaña también codiciosa en el espacio sínico.

                En 1854-56 Rusia se enfrentaría en la guerra de Crimea a Gran Bretaña, Francia, el imperio turco y a otras potencias menores. Tras su fracaso en el dominio del Bósforo y de los Dardanelos, dirigió su mirada a la cuenca del Amur.

                El gobierno chino se encontraba frente a británicos y franceses y a sus propios rebeldes. Los rusos se pusieron entonces del lado de los primeros y enviaron en 1857 al almirante Putiatin para lograr sus objetivos comerciales y territoriales. En 1858 lograron en Tientsin los primeros y los segundos en Aigun al año siguiente. La cuenca septentrional del Amur pasó a manos rusas, que en 1859 habían fundado el puerto de Vladivostok.

                En 1860 la corte imperial china, tambaleante, no tuvo más remedio que ratificarlo todo. Los rusos habían roto el cerrojo de 1689 y se dispusieron a nuevas acciones en Asia.