SERBIA, LUCHAS PATRIÓTICAS Y LECCIONES NACIONALISTAS. Por Gabriel Peris Fernández.

29.10.2014 06:51

                Los conquistadores otomanos no se apiadaron de los nobles del reino de Serbia, que fueron aniquilados. Prefirieron gobernar aquel estratégico país de los Balcanes a través de terratenientes dóciles, dispuestos a pagar tributo a cambio de conservar su posición. La Iglesia Ortodoxa tampoco dio problemas, tolerándose su culto y sus privilegios, poniéndose en manos de sacerdotes griegos previsoramente. Los campesinos quedaron reducidos a la servidumbre generalmente a beneficio de los potentados serbios y de los señores turcos o timariotas.

                Aquella paz turca se quebró a principios del siglo XVIII, cuando los austriacos hicieron su aparición a mano armada. A la altura de 1718 habían conquistado el Norte de Serbia, pero su catolicismo y ansias de control no les granjearon la simpatía de las principales fuerzas sociales. Los turcos retornaron en 1739 ante el alivio de muchos.

                Las combinaciones de la política internacional se aunaron con la agitación social para sobresaltar la vida serbia a partir de 1787. El alzamiento de los campesinos coincidió con una ofensiva de austriacos y rusos, en esta ocasión aliados, contra los otomanos. Belgrado cayó en manos austriacas. El destino de la Serbia otomana, sin embargo, no estaba sellado, y en 1791 los coaligados se retiraron ante el sesgo de los acontecimientos en la Francia coetánea. Esta vez los turcos retornaron con aire más conciliador.

                El entendimiento duró poco. En 1804 los jenízaros de Belgrado asesinaron a su tolerante pasha, al que acusaron de desgobierno y de debilidad. Similares reacciones antirreformistas y coléricas se dieron en la Nueva España de 1808 y en la Cuba de 1868. Hartos de su servidumbre, muchos campesinos nutrieron la guerrilla de los hajduks. El sistema otomano parecía a punto de saltar por los aires, y en Serbia ya se hablaba de no rendir pleitesía al sultán.

                Esta primera lucha por la independencia tuvo como figura más relevante a Gjorgje Petrovic o Karagjorgjie (Jorge el Negro), un hombre de orígenes humildes que en 1805 asumió plenos poderes militares tras una histórica asamblea patriótica. De todos modos su posición era precaria, ya que no tuvo más remedio que pactar con los terratenientes asamblearios, que empuñaron la autoridad civil de la nueva Serbia.

                El sultán Selim III, presionado por las circunstancias, se negó a aplacar a los independentistas otorgando una autonomía más o menos amplia. La suerte sonrió a los insurrectos, que tomaron Belgrado y comenzaron a recibir la ayuda rusa.

                            

                Jorge se proclamó príncipe de Serbia en 1808, pero el zar de Rusia no estaba dispuesto a apuntalar una autoridad fuerte de origen popular, pues siempre había preferido negociar con los representantes de los terratenientes. En la paz de Bucarest de 1812 pactó con el sultán, abandonando a los serbios. El flamante príncipe huyó a Austria.

                Se fue abriendo camino otra forma de hacer política nacional entre los serbios, la de Milos Obrenovic. Fue capaz de convertirse en knez o príncipe vasallo del sultán, sabiendo haciéndose recompensar su fidelidad. En vivo contraste, el luchador Jorge cayó asesinado en 1817 tras volver a la lucha en Serbia.

                Obrenovic se mantuvo al margen de la guerra de independencia griega y de los conflictos con Rusia, negándose a abrir un nuevo frente a los otomanos. El sultán se le agradeció convirtiendo su dignidad en hereditaria en 1829. Fue un gobernante capaz, que sofocó el bandolerismo, logró la independencia de la Iglesia Ortodoxa de Serbia y abolió la servidumbre en 1837. La subordinación teórica a la Sublime Puerta no le impidió comportarse como el gobernante de facto de Serbia, gozando de una gran autoridad. Llegó a monopolizar el comercio con el exterior abusando del régimen de autonomía, pero sus viejos compañeros políticos no se lo permitieron, ya que se habían transformado en unos nuevos oligarcas rurales con notables intereses mercantiles. El sultán obtuvo su colaboración, instaurándose un Consejo de Estado para cortarle las alas al knez Obrenovic, que finalmente abdicó en medio de una importante crisis financiera.

                La aventura de esta primera Serbia patriótica nos ofrece una serie de conclusiones útiles para entender la política nacionalista. Toda dominación extranjera reposa sobre la dialéctica de la dominación de clases de un país. Los procesos independentistas son muchas veces guerras civiles. El nacionalismo no pasa primero por una fase autonomista seguido a continuación de otra independentista, ya que la autonomía puede cumplir los mismos objetivos nacionales y sociales de una clase política que la independencia. El autonomismo ayuda a un sistema deseoso de consolidarse, pero alimenta al mismo tiempo a un grupo que a la larga trabajará por su destrucción. La corrupción, finalmente, y los abusos personalistas forman parte inherente del mismo sistema política y de la propia dinámica social. ¿Encuentran ustedes alguna semejanza con aquella recóndita Serbia? Lo de la balcanización ha dado que hablar mucho por estos páramos, pero de reflexionar quizá muy poco.