SORIA EN TIEMPOS DEL ISLAM. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

22.09.2022 15:30

 

                Vencido don Rodrigo en Guadalete, los musulmanes procedieron a la conquista de Hispania, favorecidos por las disputas entre las facciones visigodas. En el 712 el bereber Tariq alcanzó la Peña de Amaya. Receloso de él, su superior Musa se trasladó a la Península, ascendiendo en el 713 por la cuenca del Ebro. El comes territorii Casius pactó con el invasor y abrazó el Islam. Fundó un linaje llamado a señorear en tierras del Ebro (con fuerte proyección en las de Soria): los Banu Qasi, a menudo infieles a los emires de Córdoba. Su bisnieto Musa fue conocido como el Tercer rey de Hispania. Señor de Tudela y de Tarazona, obtuvo el gobierno de la codiciada Zaragoza y ocupó Huesca. Recibió peticiones de los rebeldes toledanos y pactó con el valí o gobernador de Guadalajara contra Córdoba. Sin embargo, Ordoño de Asturias lo derrotó en Albelda y Clavijo (859), declinando su poder. El colapso de sus dominios tras su muerte, permitió a los cordobeses atacar Bardulia. Los graves problemas internos del Emirato (la primera fitna) a partir del 870 salvaron al Asturorum Regnum de la acometida cordobesa. Alfonso III el Magno pudo impulsar la repoblación de la cuenca del Duero. 

                Tras la fitna del Emirato, los estrategas del Califato cordobés se propusieron recuperar posiciones en la región, disciplinando las disidencias de Toledo y Zaragoza, y frenando el auge de castellanos y pamploneses. Los primeros habían avanzado hacia Osma y San Esteban. En el trono de Pamplona (núcleo de la futura Navarra) se había impuesto a comienzos del X la familia de los Jimeno, cancelando precedentes colaboracionismos de los Arizta. Su expansionismo abrazó desde la dominación de valles del Pirineo, como el de Aragón, a la más descarada intromisión en la vida pública del debilitado imperio leonés, atrayendo a los disidentes castellanos y alentando coaliciones contra el musulmán acaudilladas por la formidable reina doña Toda. Las defensas islámicas necesitaron ser renovadas ante la porfía cristiana. 

                Sometida Toledo a las condiciones de paz de los Omeyas en el 932, el sistema de defensa vial de la Frontera Próxima (tagr al-adnà) o Media (al-awsat) fue revisado en profundidad. Medinaceli (la ciudad de Selim o de Cilim, en honor de su fundador Cilim ibn Waramal) se erigió en su capital en el 946 tras reforzar sus precedentes murallas y acoger nuevos pobladores, desplazando a la siempre difícil Toledo. Frente a San Esteban se edificó el punto fuerte de Gormaz. En el 968 los musulmanes controlaban Gormaz, Sepúlveda, Dueñas y Simancas en la frontera. El linaje bereber de los Banu Zirwal sirvió, según Pierre Guichard, los intereses omeyas en las tierras sorianas.

                Todavía se debate sobre si el Califato se propuso conquistar completamente la orla cristiana septentrional o simplemente imponerle su superioridad a través de expediciones estacionales (las célebres aceifas) que intentaron la imposición de tributo y de acatamiento político-religioso. Algunos han mantenido que los califas eran demasiado poderosos y cultos como para perder el tiempo con unos cabreros salvajes, aseveración que entra en directa contradicción con el estudio de las comunidades cristianas del Norte peninsular y con las fuentes cronísticas, arqueológicas y toponímicas andalusíes. Tanto Abd al-Rahman III como Al-Hakan II revitalizaron el sistema de comunicaciones y de puntos fortificados de las calzadas, organizando notables campañas militares como la de la Omnipotencia (ghazwat al-qudra) en el 939, cuando un cuerpo de ejército salido de Córdoba fue acrecentándose a medida que se aproximaba a la frontera o tagr, con el propósito de colapsar el poder de la monarquía leonesa: objetivo que concluyó en una más que notable derrota. El intrépido Al-Mansur prosiguió con más acierto tales intentos, haciendo buen uso de la crisis de gestación del feudalismo de Barcelona a Galicia. En el 989 destruyó Osma, Alcubilla, Valeránica (Berlanga) y Atienza. No obstante en la soriana Calatañazor encajó una discutida y magnificada derrota.

                Ibn al-Kardabus (segunda mitad del siglo XII) mencionó el establecimiento de pobladores musulmanes al Norte del Sistema Central en tiempos de Al-Mansur. En una literaria (y supuesta) conversación con su hayib o camarlengo, muy del gusto de los historiadores antiguos, le hizo confesar sus más secretos temores:

                “Cuando conquisté las tierras de los cristianos y sus fortalezas las repoblé con los medios de subsistencia de cada lugar y las sujeté con ellas hasta que resultaron favorables completamente. Las uní al país de los musulmanes y fortifiqué poderosamente y fue continua la prosperidad. Mas he aquí que yo estoy moribundo y no hay entre mis hijos quien me reemplace; mientras ellos se dan a la diversión, al goce y a la bebida, el enemigo vendrá y encontrará unas regiones pobladas y medios de existencia preparados, entonces se fortalecerá con ellos para asediarlas, y se ayudará, al encontrarse con ellos, para sitiarlas, y seguirá apoderándose de ellas poco a poco, pues las recorrerá rápidamente, hasta que se haga con la mayor parte de esta península, no quedando en ella sino unas pocas plazas fuertes. Si Dios me hubiese inspirado devastar lo que conquisté y vaciar de habitantes lo que dominé, y yo hubiese puesto entre el país de los musulmanes y el país de los cristianos diez días de marcha por parajes desolados y desiertos, aunque ansiasen hollarlos, no dejarían de perderse. Como consecuencia, no llegarían al país del Islam sino en jirones, por la cantidad de provisiones de ruta y la dificultad del objetivo.”

                En otras palabras, pese al presentismo de un autor inquieto ante el avance hispanocristiano, se puede mantener que además de una repoblación o reordenación territorial cristiana se verificó paralelamente otra musulmana, también estrechamente ligada a factores militares.

                La alcazaba soriana no permanecería al margen de tales movimientos. Los topónimos de Almazán, Almarza, Almajano, Almenar o Calatañazor son algo más que una mera curiosidad, pues encierran un programa de estudio completo. Medinaceli comandaba un complejo sistema defensivo, protegiendo Almazán (el fortín) y Velamazán las orillas del Duero. Más allá se alzaba la avanzada de Calatañazor (el castillo del polvo). La atalaya de Almenar de Soria avisaría de los peligros enemigos a otros puntos de la red. Quizá Borjabad y Barahona tuvieran funciones de enlace de comunicaciones (bad significa puerta en árabe). De Soria no disponemos de noticias precisas, pero estudiando la toponimia registrada en el Padrón de 1270 podemos deducir algunas cuestiones de interés.

                El nombre de la collación del Açoch presenta una clara resonancia arábiga, derivada de suq o mercado. Puede que tal denominación fuera adoptada por los propios colonizadores cristianos, ya familiarizados en el siglo XII con los azogues de raigambre islámica, si bien también podría tratarse de una supervivencia de la dominación musulmana. Llama la atención con fuerza que se emplazara en la falda de la elevación del castillo (un hisn de categoría inferior a la gran fortaleza de Gormaz, dotada de una gran explanada), y en las proximidades del paso del Duero. En tal caso el primigenio azogue sería una especie de mercadillo rural (al estilo de una suwayga o sueca) que abastecería a los defensores de la altura y facilitaría los intercambios entre las gentes de esta zona fronteriza.

                Dependerían de tal núcleo tres tipos de asentamientos, los militares, los agrarios más o menos a su servicio, y los de carácter viario. Entre los primeros emergería el burj o torre cuadrangular de Noviercas (futura gran aldea soriana), Alfaragem (de Al-far o la atalaya), Almanar, y quizá las torres serranas de La Torre y Torretardataio, si aplicásemos los planteamientos de Ángel Barrios, que identificaba las turra fronterizas con emplazamientos islámicos, discrepando de Julio González que los consideraba obra de mozárabes o de repobladores cristianos. Si así fuera la Soria musulmana contaría con un sistema de protección similar al leridano, jalonado de torres.

                Los topónimos Almahary, Almarça, Algarve, Alheza, Almaiano, Ayllón y Ayllonciello se relacionaban con la explotación del medio en el valle agropastoril de Almarza o de los prados (cercano a la gran área pinariega), en la vega de Almajano del río Merdancho, en el área de fuentes (Ayllonciello de ayn o manantial) ubicada entre las dos precedentes, y al Sureste de la futura Tierra, caso de los sauces de Algarve. Poco podemos decir del régimen de dependencia de sus hipotéticos pobladores musulmanes, si conformaban comunidades autosuficientes como se ha postulado para otros puntos de Al-Andalus (cosa que estimamos muy improbable dada la ordenación califal) o al servicio del castillo o hisn soriano.

                Entre los topónimos viarios localizamos los de Masegoso, Mazratoron y Mazalvet, compuestos con el elemento manzil o posada en el camino. En suma, Soria constituiría un distrito castral avanzado en la Frontera Media, al que podría aplicarse el análisis que Bazzana hiciera de un valle levantino en época musulmana. Se caracterizaba por la disposición de un territorio amplio, naturalmente variado (con bosques, pasturas, y áreas de secano y regadío) y delimitado, con un hábitat disperso y un castillo de refugio en uno de sus extremos geográficos, y dotado de redes de caminos. Sobre la propiedad y el uso colectiva de las aguas durienses, de sus afluentes y de sus manantiales poco podemos decir.

                El sistema defensivo andalusí acusaría un severo golpe a raíz de la división taifal, ya que mientras Medinaceli fue una plaza de los musulmanes toledanos, la Cabecera del Duero pasó a manos de Zaragoza. La conquista y repoblación cristianas terminaron de anularlo al obedecer a una lógica espacial y social distinta: la de los serranos de los Picos de Urbión y de la Serranía de la Demanda, unas comunidades agropecuarias dotadas de libertad de acción, que no obedecían los mandatos de una distante capital imperial.

                La fitna del Califato resquebrajó la unidad de los andalusíes en taifas de extensión y predominio etnopolítico variable (diferenciándose entre árabes, bereberes y eslavas). El área numantina quedó bajo el dominio de una de las grandes taifas de Al-Andalus, la de la Zaragoza de los hudíes, con gran peso en la mitad septentrional de la Península en el siglo XI. Fue fundada por Sulayman ibn Hud, de distinguido linaje árabe, aprovechándose de las potentes energías localistas anticordobesas en acción. Tras apoderarse de Lleida, derrotó a los Tuyibíes partidarios de los Omeyas y ocupó Zaragoza en el 1039, gobernando hasta el 1046. Dividió sus dominios entre sus hijos.

                Le sucedió el gran Al-Muqtadir (1046-81), el representante más notable de su dinastía. Sojuzgó la taifa eslava de Tortosa en el 1059 (que se extendía al Norte de la actual provincia de Castellón), derrotó a los aragoneses en la batalla de Graus con la estimable ayuda castellana (1063), hizo frente con presteza a la pérdida pasajera de Barbastro (1064), acordó con Sancho IV de Navarra una alianza militar contra Aragón a cambio del pago de parias o tributos por valor de 12.000 mancusos anuales en el 1069 y en el 1073, sometió nuevamente Lérida y conquistó la zona continental de la taifa eslava de Denia (que se extendía a las Baleares y amenazaba Cerdeña) en el 1076, adquirió de Alfonso VI de Castilla-León ese mismo año los derechos de protección sobre Valencia (subordinando a Abu Bakr y desplazando la hegemonía toledana en la plaza), y aprovechó el fallecimiento del toledano Al-Mamun (dominador temporal de Córdoba) para conquistar Molina y Santaver con la cooperación del aragonés Sancho Ramírez, que alcanzó Cuenca, una vez muerto su antiguo aliado Sancho IV. De él escribió, entre el reconocimiento y la envidia disfrazada de moralidad, el emir granadino Abd Allah en sus célebres Memorias:

                “Una vez que Ibn Hud se apoderó de Denia, se echó a perder su natural carácter, porque le entró la ambición de aumentar aún más sus dominios, y dejó de hacer contra los cristianos la guerra santa, como antes solía.”

                La preocupación de Al-Muqtadir por la seguridad de sus fronteras se plasmó en el tratado de 1069 con Sancho de Navarra:

                “Y para que todas sus extremaduras se conserven como están y sus tierras permanezcan bien custodiadas, cada uno vigilará con igual celo para que ningún malhechor de entre sus respectivos hombres no sea osado de poner su mano sobre el territorio de los aquí asociados, ni en secreto ni de modo manifiesto.”

                En el 1073 fue aún más lejos:

                “Se comprometió el rey don Sancho respecto a Al-Muqtadir que si este respeta fielmente el preinserto tratado sin ningún engaño, se preocupará de enviar sus nuncios a Sancho Ramírez para que se aparte de él y haga retirarse a todos los suyos de la tierra de Huesca y se vuelva a su tierra, y para que no haga ningún daño al territorio de Zaragoza.”

                Al-Muqtadir dispuso en el extremo occidental de sus dominios dos líneas de defensa. El núcleo de la primera y más avanzada se encontraba en Almazán, pues Medinaceli formaba parte de la taifa toledana. La segunda seguía el trazado Ágreda-Borobia-Ciria-Peñalcázar-Serón de Nágima-Monteaguda de las Vicarías, a las faldas de las serranías del Moncayo y de la Virgen, guardando el curso del Jalón.

                A su muerte sus territorios se dividieron entre Al-Mutamin de Zaragoza y Mundir de Lleida, Tortosa y Denia. Sus enfrentamientos dieron alas a los cristianos. Mientras el primero gozó del victorioso apoyo del Cid, el segundo lo tuvo de Sancho Ramírez de Aragón y de Berenguer Ramón II de Barcelona. La dinastía hudí mantuvo el gobierno de Zaragoza hasta la muerte de Al-Mustain en el 1110, que ya en el 1104 había recibido la interesada ayuda de una fuerza de mil caballeros almorávides al mando de Ibn Fatima contra los cristianos. Fue la última gran taifa que cayó en manos de los almorávides. Los días de la Soria musulmana estaban contados.

                Para saber más.

                Enrique Díez y Víctor Manuel Galán, Historia de los despoblados de la Castilla Oriental (Tierra de Soria, siglos XII al XIX), Soria, 2013.