TEODOMIRO, EL POTENTADO QUE SUPO JUGAR SUS CARTAS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Una figura histórica destacada.
Hace trece siglos un aristócrata visigodo alcanzó un acuerdo beneficioso con los triunfantes conquistadores musulmanes. Aquel hombre se llamó Teodomiro (en árabe Tudmir), y su nombre se asoció desde entonces a las tierras de Alicante y Murcia.
El estudio del celebérrimo pacto que suscribió ha atraído con justicia a toda clase de investigadores. La identificación exacta de sus famosas siete ciudades ha hecho correr ríos de tinta desde el siglo XIX, y es una cuestión que dista de estar clausurada.
La llamada Crónica mozárabe o la Continuatio Isidoriana Hispana, terminada de redactar hacia el 754, elogia a Teodomiro en unos términos favorables a un aristócrata de la Baja Antigüedad, la de la decadencia del imperio romano de Occidente y de la paulatina aparición de los reinos germánicos en su solar. Es muy posible que su anónimo autor mantuviera una firme amistad con el propio Teodomiro, que le informaría de puntos como el de su viaje a la corte del califa Al-Walid. En tal obra a sus cualidades militares se sumaron sus dotes políticas y sapienciales. La idea del bárbaro arquetípico se encuentra fuera de lugar por completo. En las últimas décadas se ha reivindicado el gusto por la latinidad, el acierto de su cultivo y el deseo de mantener contactos culturales con otros poderes mediterráneos y europeos de la Hispania visigoda con capital en Toledo, la del gran San Isidoro ni más ni menos. Nótese que ningún autor le aplicó a Teodomiro el tratamiento de don, como al rey Rodrigo o Roderico, más propio de un magnate de un tiempo histórico posterior.
Desconocemos el lugar y la fecha exacta de su nacimiento. Enric Llobregat, su gran estudioso, ya destacó su vinculación con el círculo cortesano del Reino de Toledo bajo Egica y su hijo Witiza, el de los jóvenes gardingos o servidores regios, que le proporcionaría honores y riqueza, como el de su matrimonio con una rica heredera del área ilicitana. Una figura de su mismo nombre aparece en las Actas del XVI Concilio de Toledo, y dos inscripciones en el complejo arquitectónico del Pla de Nadal de Ribarroja (quizá una villa rural) contienen la forma Tevdinir. De tratarse de la misma persona nos encontraríamos con un hombre de especial relevancia en la Hispania de su tiempo.
Antes de la irrupción islámica, intervino en un interesante episodio bélico en calidad de dux derrotando a una fuerza invasora. El dux era el responsable militar regio de una de las provincias de raigambre romana en las que aún se dividía la Hispania coetánea. Teodomiro no rigió la extensa Cartaginense, y a veces se ha propuesto interpretar el “ducado” como una circunscripción militar especial de aquella provincia. De todos modos, más parece cuadrarle a Teodomiro la más discreta dignidad condal, igualmente dotada de autoridad militar en su distrito. Con independencia de sus distinciones supo revestirse en todo caso del prestigio del protector del populus en línea con lo expresado hacia el 625 por San Isidoro en relación al rey Suintila (antes de ser acusado de robar a los pobres): “munícipe para todos, largo para pobres e indigentes, pronto a la misericordia, hasta el punto que mereciera ser llamado no sólo príncipe de los pueblos, sino también padre de los pobres.” Bajo tales premisas ideológicas negoció el acuerdo con los conquistadores, sin olvidar los inexcusables componentes marciales.
Los citados invasores que venció fueron romanos de Oriente, los bizantinos, con los que los visigodos habían mantenido un fuerte conflicto décadas antes. Roger Collins data tal incursión en el 698, coincidiendo con la pérdida de Cartago ante los árabes, aunque no podamos precisar el lugar del enfrentamiento. Además, este episodio plantea otro interrogante. En horas bajas, la Roma de Oriente con capital en Constantinopla había encajado terribles derrotas ante los musulmanes desde Siria y Palestina hasta la actual Tunicia, y enzarzarse en una renovada lucha con los visigodos no parecía demasiado lógico, aunque distintos autores han postulado varias causas ingeniosas: una intervención en un pleito interno visigodo, el deseo de compensar la pérdida de territorios en la cuenca mediterránea o incluso el intento de hallar refugio desde la Cartago a punto de perderse o ya expugnada por el Islam.
De forma colateral el estudio de tal episodio ha reanimado la investigación sobre las incursiones islámicas contra la Península antes del 711. Un fragmento del historiador Al-Tabari ha sido relacionado con lo expuesto en la Crónica de Alfonso III sobre el ataque de una flota musulmana en tiempos del rey Wamba (672-80). Los visigodos alcanzaron en este encuentro la victoria. A finales del siglo VII los musulmanes crearon el arsenal de Túnez, lanzando incursiones contra Sicilia, Cerdeña y las Baleares. Fundándose en todo ello algunos historiadores propusieron considerar islamitas a los invasores derrotados por Teodomiro. Desde la costa norteafricana los musulmanes alcanzarían el Sureste peninsular con relativa facilidad. En esta línea Joaquín Vallvé propuso reinterpretar la Historia de la conquista musulmana de Hispania, que no se iniciaría por el Estrecho de Gibraltar sino por el litoral murciano, trasladando la batalla de Guadalete al Campo de Sangonera entre Murcia y Lorca. Teodomiro sería el primero en comunicar al rey Roderico la llegada de los conquistadores. Estos planteamientos tan sugerentes colisionan con el carácter tardío de las fuentes hispanocristianas que les sirven de base y con el carácter esencialmente terrestre de la conquista islámica de Hispania. Con razón Julia Montenegro y Arcadio del Castillo han destacado el muy discreto protagonismo en aquélla de la flota musulmana, más pendiente del objetivo sardo. Nuestro Teodomiro no actuaría como un primer campeón ibérico contra el Islam, sino como uno de los últimos comandantes victoriosos de la frontera militar de los visigodos con los bizantinos.
En todo caso, Teodomiro ya se nos muestra bajo el prisma de un militar ducho y de un varón experimentado. Aquel aristócrata militar que acrecentó su poder tras la firma del pacto puede ser comparado ventajosamente con el galorromano Siagrio, magister militum finalmente derrotado por el monarca franco Clodoveo en el 486. No acaudilló un movimiento de resistencia como don Pelayo, llamado a tan gran porvenir, pero supo hacer de la guerra una prolongación de la política como pocos. No olvidemos que en nuestras tierras no habitaba un pueblo poco romanizado acostumbrado a porfiar con una autoridad lejana. Su perfil aparece en la historia con unos perfiles más nítidos que el de otro gran negociador de la moribunda Hispania visigoda, el conde Casio del Valle del Ebro. Ciertas atribuciones literarias tampoco hicieron de él una especie de Rey Arturo, el caballeresco personaje que engulló al dirigente britano, y Teodomiro personifica ante nuestros ojos los problemas de supervivencia política de las aristocracias de la Antigüedad Tardía, atentas a las oportunidades de los cambios de régimen político. Era un juego que se remontaba en nuestras tierras al menos a los dirigentes iberos que lidiaron con cartagineses y romanos, prolongándose hasta los días de la conquista cristiana.
El territorio de Teodomiro y los conquistadores musulmanes.
El área a la que se aplicó el pacto era la de siete ciudades que han suscitado y suscitan problemas de identificación severos en algunos casos. En las listas más habituales de los estudiosos figuran los nombres de Orihuela, Alicante, Elche, Mula, Lorca, Hellín y Villena, lo que no ha librado a algunos (caso de la última citada) de ser impugnados por arqueólogos e historiadores. La atribución de uno de los topónimos citados en el pacto a Valencia no ha parecido muy verosímil, planteando importantes interrogantes. Con independencia de estas controversias clásicas resulta claro que era un territorio estructurado en ciudades.
La tradición urbana ya era milenaria en aquellas tierras. Los romanos la fomentaron con decisión, dotando a las ciudades de origen diverso de amplios territorios propios. La crisis del mundo romano fue acompañada del declive de ciertas expresiones de la vida urbana, lo que no significó la desaparición de la ciudad. En el registro arqueológico de los siglos V al VIII las urbes identificadas se nos muestran modestas, apuntándose en el pacto un silencio tan elocuente como el de Cartagena por razones que van más allá de los combates entre visigodos y bizantinos ya citados. Al-Himyari, geógrafo de los siglos XIII-XIV, nos informa que allí fue vencido Teodomiro antes de refugiarse en Orihuela, desde donde alcanzó a negociar el tratado.
Sintomáticamente frente a la cita pormenorizada en las distintas versiones del pacto de sus testigos por parte musulmana, no aparece ninguno de la cristiana. En las ciudades hispanas coetáneas los condes tenían que tener presentes a los potentados de sus curias y a sus obispos. Toda resistencia en una hora tan difícil como la de la invasión islámica pasaba obligatoriamente por su cooperación más o menos estrecha. En Mérida su papel fue esencial.
Quizá Teodomiro aprovechara las circunstancias bélicas especiales para reforzar su autoridad de forma definitiva, implantando un nuevo caudillaje con resabios monárquicos para algunos coetáneos. La posible marcha de algunas notabilidades locales le ayudaría en este empeño, en una Hispania que caminaba hacia la feudalización de manos de los visigodos, y además dividida en vísperas de la conquista, como ha subrayado García Moreno, entre las zonas de obediencia a Roderico (las tierras meridionales y centrales peninsulares) y a Agila II, que al final sufrió la invasión de sus dominios en el Este y en el Norte. Las fuentes posteriores consagraron a Teodomiro como un varón carismático capaz de contentar a todo un califa, de casar ventajosamente a su hija y de transmitir su poder a Atanagildo. De ser veraces las noticias llegadas a nosotros rigió el territorio entre el 713 y el 743, año de su posible fallecimiento. Durante aquellos treinta años puso los fundamentos de la posterior kura o demarcación musulmana de Tudmir, identificada elocuentemente con él durante muchas centurias. En las atribuladas circunstancias del naciente Al-Ándalus, un waliato dependiente del califato de Damasco, el avispado Teodomiro ejercería su autoridad con gran libertad, a veces propia de un rey a ojos de sus coetáneos hispanovisigodos, granjeándole las simpatías de personas destacadas. La conquista no supuso precisamente un drama para él.
Los límites de su colaboración con los conquistadores musulmanes.
Según autores como Ibn Idari al-Marrakusi, Teodomiro tuvo que combatir para conseguir el sulh o pacto de protección. Tras guerrear en campo abierto contra las tropas de Abd al-Aziz, el hijo de Musa, se hizo fuerte en Orihuela. Allí vistió a las mujeres como si de guerreros se tratara, simulando barbas varoniles sus largos cabellos. Indujo a su rival a considerar en exceso dificultosa su toma, inclinándolo a la negociación y al pacto. Una vez firmado, Teodomiro descubrió su ardid a Abd al-Aziz, que guardó lo acordado con caballerosidad.
Este episodio se ha identificado con un motivo literario de la cultura árabe, que pasó a la de la Europa medieval, como bien se demuestra en la Crónica de Ramón Muntaner con motivo del lance de Gallípoli. Poca cosa más tenemos de la actividad batalladora de Teodomiro, materia más para el estudioso de la literatura que para el de la historia militar.
En el pacto sólo constan indicaciones genéricas acerca de la prohibición de cooperar con los enemigos de los musulmanes, no acogiendo a todos aquellos que pudieran destruir el espíritu del acuerdo, sin recogerse en el mismo las habilidades militares de Teodomiro y de sus seguidores. En consecuencia, nada se detalló de ningún contingente de tropas a reclamar por los nuevos señores islamitas en los supuestos de alarma. En el fondo era una victoria en toda regla para un potentado como Teodomiro, pues los últimos monarcas visigodos insistieron con tanta angustia como ineficacia en el cumplimiento de los deberes militares de los aristócratas, obligados a enviar a las campañas de las huestes reales tropas serviles. Tampoco los conquistadores musulmanes estarían muy interesados en aquella hora histórica en ampliar su número de seguidores armados con guerreros de otra religión, que romperían su sentido de la superioridad y los obligarían a innecesarios repartos de botín.
En lugar de ofrecer unidades de federados al estilo romano para las grandes operaciones peninsulares, Teodomiro y los suyos ejecutarían de forma autónoma acciones tan discretas como necesarias de control local tendentes a reforzar su dominio sobre lo que más tarde se llamó la kura de Tudmir. Este sistema militar eventual no satisfizo realmente las necesidades militares de la nueva autoridad en Hispania, y en caso de sedición se podía volver con enorme facilidad en su contra, según acreditó el proceder de Atanagildo contra el poder cordobés. El establecimiento en la región de ciertas unidades de las tropas sirias de Baly, cuya retribución fue supervisada por las autoridades islamitas en la Península, intentó zanjar esta cuestión. En todo caso el tiempo de Teodomiro supuso el tránsito entre los ejércitos protofeudales de los visigodos, herederos de los de la Baja Romanidad, y los andalusíes costeados por la administración del diwan.
Los pagos acordados por Teodomiro.
A veces se ha presentado la conquista islámica como una liberación de los campesinos más humildes de las condiciones onerosas visigodas. Lo cierto es que los invasores nunca tuvieron en mente nada parecido a una revolución social, y en la medida de lo factible intentaron preservar una serie de situaciones sociales para afirmar su dominio.
El tratado nos puede brindar alguna precisión al respecto, pese a consignar simplemente la imposición de un montante individual genérico: una moneda de oro, cuatro medidas de trigo, cuatro de cebada, cuatro de vinagre, dos de miel y una de aceite por persona libre, pagando la mitad los siervos. En la fiscalidad bajorromana, heredada por los visigodos, se diferenció entre capitatio y iugum, y la musulmana la conservó aquí asociándola a una población sometida. No sabemos si los tributos impuestos a los judíos por los postreros reyes visigodos pudieron servir de valioso precedente.
Se puede comparar el tratado con la Epístola barcelonense del 592, que estipuló la detracción a la hora de recaudar los tributos sobre la tierra y las personas. Aprobó de partida una punción del 9´5%, que con los recargos de daños y de actualización de los precios ascendía al 13%.
Tomando como punto de referencia que una persona consumía un mínimo diario de 0´15 litros de trigo en la España del siglo XVII, una familia de cuatro personas necesitaría 219. La medida o modio contenía 8´75 litros, de tal forma que cuando a un hombre libre de fortuna media se le exigían 4 medidas la carga ascendía al 16% de la manutención familiar. En relación a la Epístola la exigencia era alta, si bien se rebajó al 8% a los siervos para ofrecer un margen de ganancia a sus poderosos señores encargados de la recaudación, aquellos que intervinieron en la negociación del tratado y cuyo nivel de fortuna permitió minorar el tributo a una cantidad simbólica. En todo caso Teodomiro supo hacer uso de sus atribuciones y dotes fiscales en aquellas inciertas circunstancias.
Se respetó una jerarquía social, pero a la par se ofrecieron garantías legales a los acogidos de las que no se gozaron en otros rincones de Al-Ándalus, especialmente a la hora de alzar un Estado musulmán desvinculado de Bagdad. Ar-Razi evocaría en el siglo X Tudmir bajo el signo de la equidad, donde era posible comprar bienes a cristianos y muladíes (o conversos al Islam), y los hijos heredar la fortuna de sus padres.
Los acogidos al pacto de Teodomiro.
El sentido de la superioridad musulmana sobre las otras religiones reveladas se vehiculó a través de los pactos de protección que permitieron a las comunidades cristianas y judías la prosecución de sus prácticas sagradas a la espera de su conversión al Islam. Semejante tolerancia tenía unos clarísimos límites, máxime vistos desde la óptica liberal del siglo XXI, pero tal solución preservó la identidad de los sometidos por un tiempo. Décadas más tarde se erosionada por el influjo de la cultura árabe e islámica en la Península. Los principales rasgos que definirían aquella identidad, atendiendo a la letra del mismo pacto, fueron de carácter cultural, religioso y social.
La mediterraneidad de la comunidad representada por Teodomiro se plasmó en los productos alimenticios consignados en el acuerdo, los de la característica trilogía del cereal, el olivo y la vid. Su catolicismo no merece grandes precisiones, a diferencia de lo reconocido en el 635 por el califa Omar a los cristianos de Damasco, una de las grandes metrópolis religiosas de la Baja Antigüedad junto con Alejandría, Jerusalén o Roma. A estos romanos orientales (los cada vez más helenizados bizantinos) se les impuso una clara segregación simbólica y de indumentaria para que no influyeran en las inclinaciones personales de los conquistadores. En nada se obligó a los acogidos al acuerdo suscrito por Teodomiro a adoptar una vestimenta específica diferenciadora o a prender de sus ropajes algún distintivo en concreto. No subyace en nuestro caso ningún miedo a un cristianismo floreciente y expansivo, quizá porque en nuestra tierra fuera más discreto que en Siria.
En el pacto sí se recogió la dicotomía básica entre libres y siervos. La definición de estos segundos no resulta sencilla y ha dado pie a un intenso debate en la historiografía europea acerca de la transición del esclavismo al feudalismo. En la Hispania visigoda el gran dominio esclavista ya coexistió con la parcelación servil en beneficio de unos terratenientes poderosos, situación esta última que parece acomodarse más a lo transmitido por el acuerdo. Quizá de aquí arrancara la distinción, aún viva en época mudéjar bajomedieval, del besante de los labradores y de los exentos.
La utilidad del tratado.
De la utilidad del tratado no cabe dudar si atendemos al prestigio alcanzado por el propio Teodomiro. Ya vimos como Ar-Razi encomió su benevolencia social. Más delicado resulta calibrar la que pudo tener para los musulmanes más allá de resolver un aprieto puntual de la conquista.
La cronología de los autores que nos han transmitido el tratado (Al-Udri, Al-Dhabbi, Al-Himyari y Al-Garnati) nos aporta alguna pista. Sus obras se confeccionaron entre finales del siglo XI y mediados del XIV, coincidiendo con la gran expansión reconquistadora de los reinos hispanocristianos, que expulsaron a los musulmanes de sus solares o los redujeron a una condición tributaria variable. El tratado del reconocido Tudmir ibn Gabdus ofrecía un modelo de trato benigno hacia un grupo que había opuesto resistencia, el de la pleitesía, al que se acogieron localidades como Requena. En 1276 los musulmanes de Chulilla, en la actual comarca valenciana de los Serranos, consiguieron un tratado del rey de Aragón por el que conservaron las condiciones fiscales estipuladas en 1260 y una deferencia hacia su identidad religiosa muy similar a la obtenida por Teodomiro.
Por otra parte, la condición de los mudéjares suscitó importantes debates entre los sabios musulmanes. A fines del XV el almeriense Ibn as-Sabbâh aún consideró pecaminoso para un musulmán permanecer bajo dominio cristiano cuando tenía la oportunidad de marchar a una tierra islámica, aunque Dios lo perdonara. El tratado y su benevolencia supondría un elemento valioso a considerar en una vidriosa controversia.
Por todo ello el tratado es una ventana de conocimiento abierta a las sociedades tardorromanas y a los andalusíes declinantes a punto de padecer el sino del vencido, lo que acentúa la grandeza histórica del singular Teodomiro.
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