TIERRA INGRATA NO TE DEJARÉ MIS HUESOS. Por Cristina Platero García.

18.04.2018 15:23

 

            El historiador Theodor Mommsen habla de cómo el cartaginés Aníbal sabía muy bien lo que hacía. Existen opiniones de autores, tanto de la antigüedad como contemporáneos, que critican la acción de Aníbal por no lanzarse contra Roma directamente. Aníbal lo que practicó fue una guerra de desgaste. Conocía tan bien a Roma que sabía que una victoria en el campo de batalla resultaba estéril cuando las ciudades fieles lograban resistir. ¿Qué podía esperar Aníbal a las puertas de Roma? El creyó que ocupar Capua, la segunda ciudad de Italia, uno de los puntos más arraigados políticamente (griegos y etruscos ya la habían gobernado), y además contando con un puerto cercano, era algo mucho más fructífero; desde allí podrían desembarcar sus refuerzos. De momento su éxito había sido enorme: había logrado desmoralizar a sus oponentes en la batalla de Cannas (actual Canne della Bataglia, Barletta, Apulia, Italia) en el 216 a.C.

            Desde Capua, Aníbal trató de conquistar pequeñas poblaciones: Nápoles, Nola, Acerra, Casilinum. Especialmente Nápoles, la que más falta le hacía a Aníbal, se mantuvo fiel a la República romana. De ese modo, el plan de Aníbal en Italia había de fracasar; a pesar de las victorias, los pueblos itálicos desconfiaban de las ventajas que les iría a dar un gobernador semita. Sicilia, fue una de las pocas ciudades que tomó partido por los cartagineses. Estamos en el año 212 a.C.

            Asdrúbal, hermano de Aníbal, llegó a cruzar los Alpes para ir en su ayuda, pero moría en la famosa batalla del río Metauro en el 207 a.C., mientras que Aníbal se quedaba esperándolo al sur de Roma. Tras aquello vendría Zama (202 a.C., Zama Regia, cerca de Cartago, actual Túnez), un golpe a los cartagineses en su propio corazón. Las condiciones de paz para la ciudad de Cartago fueron estas: perder la Península Ibérica; tener que destruir su marina; pagar mil talentos en cincuenta de años; y de ahora en adelante Cartago no podría emprender una guerra, ni siquiera en su propio territorio, por falta de recursos y porque debía tener el consentimiento de Roma.

            La Primera Guerra Púnica fue en Sicilia y contra el veterano general Amílcar Barca. La Segunda, no iba a terminar ni en Italia ni en la Península Ibérica; tampoco en África. Asia fue esta vez el escenario. Aníbal se refugió en Siria. Allí había un monarca descendiente de Seleuco, compañero de Alejandro Magno, que se proponía restablecer la mitad del imperio logrado por el gran conquistador. Se llamaba Antíoco, pero le apodaban el Grande por su ambición (Imperio seléucida de Antíoco III). Nadie en Asia competía entonces con sus riquezas y su organización militar. Aníbal fue bien recibido para la guerra que este rey sopesaba. Pero Antíoco perdería ante Escipión El Africano, concluyendo la guerra e imponiendo una fuerte contribución, además de restricciones similares a las impuestas para Cartago.

            Y Aníbal, aún no moriría. Llamado a ser el eterno enemigo de los romanos, se acogió al asilo del rey de Bitinia, una tribu tracia al sur del Mar Negro, y allí, se suicidaría con veneno.

            Mientras tanto, Publio Cornelio Escipión Africano, el gran general que había proferido tamañas victorias a Roma, sería acusado de peculado (malversación de fondos) por el Senado romano. El día que tuvo que enseñar los gastos de la campaña contra Antíoco III delante del Senado, el general de las legiones romanas rompió los documentos y se marchó. Tal comportamiento, que nos recuerda mucho a las cuentas del Gran Capitán, da idea de la pasta de la que estaban hechos aquellos hombres forjados en la batalla. ¿Qué valía el esfuerzo de colocar a Roma en la cima del mundo?

            Escipión El Africano, acusado de ladrón, como una forma que la República tenía de frenar su ascenso, marchaba a morir a su antigua hacienda en la Campania. Si bien no hay unanimidad sobre el año exacto de su muerte, los historiadores Polibio y Rutilio cuentan que falleció el 183 a.C., el mismo año en que lo haría también su más íntimo enemigo, Aníbal, al que guardó siempre cierta admiración. Y Publio Cornelio, de la gens Cornelia, una de las más antiguas y principales familias patricias de la época de la República; fundador de la ciudad de Itálica (206 a.C.), en Hispania (actual Santiponce, Sevilla), se haría enterrar en su propio huerto. En su epitafio le dedicaba a Roma: “Tierra ingrata, no te dejaré mis huesos”.

            Y aquellas palabras nos llevan a pensar que el último deseo de Escipión El Africano era ser inhumado, pero nada de eso. Su intención era la de no ser enterrado junto con su gente en la cripta sepulcro de la encrucijada de la Vía Latina y la Vía Apia. Y es que los Escipiones, aunque patricios de gran abolengo, no incineraban los cadáveres, como hacía la aristocracia romana por aquel entonces, los conservaban en sarcófagos, como los plebeyos.

            La cripta de los Escipiones es un lugar que visitar hoy en día en Roma, y que causa admiración por su severidad tan romana; no tiene frescos ni estucos conmemorativos. En el interior hay sarcófagos de los miembros de varias generaciones de la familia. Son de piedra volcánica del Lacio. Solo uno, el mayor, ha sido trasladado al Vaticano, con la inscripción del Barbato, barbudo, un rasgo que en aquella época no era común entre la clase patricia; la moda de las barbas, algo que puede comprobarse a través del arte del retrato romano, vendrá en tiempos del emperador Adriano, en el siglo II d.C. Colocamos un enlace en el apartado fuentes donde el lector curioso, si lo desea, puede ver el sarcófago de Lucius Cornelius Scipion Barbato, constructor del mausoleo y patriarca de la familia.

 

Aníbal cruzando los Alpes, fresco de Jacopo Ripanda pintado en 1510 (ca.) en el Palacio de los Conservadores, edificio que hoy forma parte de los Museos Capitolinos junto al Palacio Nuevo, situado enfrente, en la Plaza del Campidoglio de Roma.

 

FUENTES:

- Blog personal sobre historia donde ver imágenes de la entrada de la tumba de los Escipiones y del sarcófago del Barbatohttps://franciscojaviertostado.com/2015/06/26/un-lugar-de-la-historia-la-tumba-de-los-escipiones/

- VV.AA.: Historia Universal; Roma, Enciclopedia Salvat, Madrid, 2004.