TIRO SE OPONE A ALEJANDRO MAGNO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

26.12.2020 10:56

               

                El genio militar de Alejandro el Grande está fuera de toda duda, pues a lo largo de sus campañas fue puesto a prueba en más de una ocasión. Quizá una de los más duros desafíos que afrontó fue el asedio de la ciudad de Tiro, durante siete largos meses del 332 antes de Jesucristo.

                Con gran parte de Siria y Fenicia sometidas a su poder, en su guerra contra el imperio de los persas, Alejandro emplazó su campamento en tierra firme, a la espera de la respuesta de la insular Tiro, la orgullosa metrópoli fenicia, madre de la misma Cartago.

                Los enviados de Tiro le mandaron el presente de una corona de oro y víveres, pretendiendo una alianza con el monarca macedonio. Alejandro lo agradeció y quiso ofrendar sacrificio a Melkart, el Heracles fenicio, del que decía descender aquél. Se le indicó que su santuario se encontraba fuera de Tiro, en Paletiros, por lo que no debía entrar en la ciudad para ello.

                Alejandro montó en cólera por la respuesta y no se arredró ante la condición insular de Tiro. Separada de la tierra firme por un brazo de mar de más de setecientos metros, batido por el viento de origen africano, capaz de arruinar los diques de los asaltantes (carentes momentáneamente también de naves), era un hueso muy difícil de roer

                Los cartagineses, llegados para el sacrificio a Melkart, les prometieron refuerzos  reforzaron sus ánimos. Dispusieron entonces por sus torres y murallas los artefactos de guerra. Armaron a los jóvenes e hicieron garfios de hierro y ganchos de pico de cuervo, aunque los augurios les fueron adversos.

                Lo cierto es que los de los macedonios también lo fueron y se llegó a proponer la paz a los tirios. Sus enviados llegaron a ser asesinados por los de Tiro y ante el desánimo de los macedonios, Alejandro dijo que Melkart se le había aparecido en sueños con buenos pronósticos. El combate psicológico era esencial.

                Alejandro ordenó trasladar piedras de la antigua Tiro y madera del monte Líbano para levantar un dique que enlazara la tierra firme con la ciudad a asaltar. Al menosprecio de los tirios por las obras, siguió la preocupación. Rodearon con barcas la obra y la atacaron, mientras el mar no dejaba de dañarla.

                Alejandro mandó protegerla con velas y pieles. También dispuso dos torres en el extremo del dique. Entonces los tirios atacaron a los transportistas y en el monte Líbano también sufrieron ataques por grupos árabes.

                Ante tal acometida, Alejandro dividió sus fuerzas. Sus generales Perdicas y Crátero se encargarían del asedio, a la par que el marcharía hacia territorio árabe.

                Los tirios ingeniaron una estratagema para acabar con las obras. Lanzaron una nave, impregnada de betún y azufre, cargada en la popa de piedras y arena para que sobresaliera la proa. Los remeros la incendiaron en el momento oportuno y saltaron a las barcas. Se incendiaron las torres y los tiros prefirieron hacer prisioneros en aquella ocasión. El mar acabó de arruinar el dique cuando Alejandro retornó al asedio.

                Se emprendió la obra de un nuevo dique encarado hacia el viento para proteger las obras, dotadas de un terraplén mayor. Para ello, se lanzaron árboles enteros al agua. Los nadadores fenicios fueron capaces de socavarlas.

                Con la llegada de Chipre de una escuadra, Alejandro pudo contar con una baza notable. Los tirios no le opusieron resistencia apreciable, a pesar de su pericia marinera. Los atacantes batieron las murallas de la ciudad y los defensores alzaron un muro interior. Los macedonios sujetaron sus naves de dos en dos para el ataque, pero una tempestad nocturna los desbarató.

                Aunque Cartago no les dispensó la ayuda prometida, por su lucha con Siracusa, los tirios trasladaron allí a sus mujeres e hijos. Visiones religiosas reforzaron su determinación. Ataron los garfios de hierro a fuertes vigas para destrozar a las naves que se acercaban a la muralla. Escudos de cobre al rojo vivo con arena y fango hirviente fueron arrojados contra las fuerzas de Alejandro.

                Se pensó en desistir del asedio, pero las evoluciones de una criatura marina en el muelle de Tiro dieron pábulo a pronósticos contradictorios, que los tirios interpretaron como señal de victoria de forma prematura. Lo celebraron con sus naves en el mar.

                Apartó el grueso de su flota Alejandro, que dañó de forma sorpresiva a las naves fenicias aunque sin poder ganar el puerto de Tiro.

                Alejandro ordenó a los dos días un ataque general, poniéndose él mismo en la torre más alta. Se ganó el puerto y algunos se acogieron a los templos en busca de salvación. Otros lucharon desde los tejados. Al final cesó la resistencia.

                Los fenicios sidonios aliados del rey de Macedonia salvaron a 15.000 varones tirios, pero 2.000 fueron crucificados en la costa. Era una muestra de la dura victoria arrancada a unos contrincantes valerosos.

                Fuentes.

                Quinto Curcio Rufo, Historia de Alejandro Magno, Madrid, 1985.

                Recreación medieval del asedio de Tiro.