TODO UN SÍMBOLO DEL AÑO NUEVO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Toda sociedad asume, de una manera u otra, una herencia de tiempos pasados, de la que a veces no se conoce a ciencia cierta el origen de alguno de sus aspectos. A punto de finalizar un año y de iniciarse otro en nuestro calendario, las celebraciones proliferan. Más de una persona espera abandonar lo viejo y adentrarse en lo nuevo con ilusión. De hecho, en la cultura de la Baja Edad Media se llegó a suponer que un último día de diciembre finalizaría el mundo que fuera comenzado a crear un primero de enero.
En el más que curioso Lunario y repertorio de los tiempos de 1488 a 1550 de Bernat de Granollachs, maestro en astrología y medicina nacido en Vic en la primera mitad del siglo XV, se representó el mes de enero con la figura del viejo Noe. En una mano llevaba una llave y una copa en la otra.
La llave simbolizaba el cierre del año que había transcurrido y el inicio de lo porvenir en el siguiente ciclo anual. Por otra parte, la copa tenía un significado menos evidente. Recogía la tradición que todo el patrimonio del que disponía Adán al fallecer era una sola copa, elaborada por él. Como era la única herencia material que dejó, sus descendientes se afanaron en preservarla. La copa pasó al descendiente de Set (el hijo de Adán), Enoc, que fue según el Génesis padre de Matusalén y bisabuelo de Noe. Este último la llevó consigo al arca para que no se perdiera, ya que representaba la primera obra elaborada por la mano humana. En la copa de Adán bebió Jesucristo el vino de la consagración en la Santa Cena. Era el célebre Santo Grial, que subsistiría mientras perdurara el mundo. En consecuencia, su pérdida significaría la ruina del universo. Esperemos que tal eventualidad no acontezca en el año próximo a comenzar.
Fuentes.
Joan Amades, Costumari català. Gener. El dia de Reis. Volumen 2, Barcelona, 2005.

