TRANSITAR DE LA ANTIGÜEDAD A LA EDAD MEDIA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El paso de la Edad Antigua a la Media ya no se describe en los términos apocalípticos de antaño. Entre el Bajo Imperio romano y las primeras conquistas islámicas el mundo mediterráneo vivió un complejo período de transición (la Antigüedad Tardía o la Temprana Edad Media), con importantes matices territoriales. La historiografía ha destacado dos elementos esenciales de aquellos tiempos de cambio, el de regionalización y el de autoabastecimiento. Tales fenómenos fueron especialmente visibles en el Oeste mediterráneo, con la desarticulación del imperio romano occidental y su sustitución por los reinos romano-germánicos, como el de los visigodos de Hispania. A este respecto, la evolución del Este y del Sureste hispano resulta muy esclarecedora.
La conquista romana había cambiado profundamente el mundo de las comunidades indígenas de la península Ibérica, forzando el abandono de los poblados de altura en beneficio de la mayor explotación del llano. En la actual comarca de Requena-Utiel, el núcleo de El Molón de Camporrobles (en el quicio entre iberos y celtíberos) se abandonó a mediados del siglo primero antes de Jesucristo. Se comenzó a abrir paso un imperio de ciudades, con importantes conexiones comerciales y culturales.
Ya en el siglo II de la era cristiana, antes de la gran crisis que azotó al imperio, las ciudades romanas de Hispania atravesaron situaciones distintas. Lucentum (en el actual término de Alicante) perdió importancia en beneficio de la vecina Illici o Elche. Los problemas se acentuaron a nivel general con las luchas políticas y las invasiones germanas del siglo tercero. Las ciudades de Illici y Valentia padecieron asolamiento entre el 270 y el 280, mientras los núcleos urbanos de Edeta y Sagunto dieron muestras de agotamiento.
No obstante, el imperio romano no estaba condenado a una inevitable desaparición tras una larga decadencia. A finales del siglo III se reorganizaron las provincias del imperio, apareciendo entonces en Hispania la Cartaginense, en coincidencia con la extensión del Derecho Latino y la municipalización de las Baleares. La misma Valentia se recuperó en el siglo IV, como es perceptible en el área de su foro.
La Historia no es un proceso lineal, y la Hispania del siglo V volvió a padecer problemas graves, en parte derivados de la entrada de los pueblos germanos. Valentia volvió a sufrir destrucción. A diferencia de Carthago Nova, Illici acusó serias dificultades entre finales del siglo IV y comienzos del V. Sus villas rurales declinaron, al igual que la actividad del Portus Illicitanus de la actual Santa Pola. El cercano enclave portuario de la Albufereta de Alicante también se abandonó por estas fechas.
Las causas de tan problemática situación fueron ciertamente complejas. Por aquellos días también varió la configuración de las ciudades en relación a los tiempos del Alto Imperio, ocupándose anteriores espacios públicos y proliferando viviendas de entidad más modesta. En Valentia se enterró en la zona antes habitada de la actual calle del Mar. Se ha explicado este cambio de naturaleza de las ciudades romanas en virtud del declive de sus dirigentes curiales, acosados por los compromisos del gobierno imperial, y por la afirmación de la autoridad de los obispos, con unas ideas muy distintas sobre las formas de diversión social de la Roma pagana. En el 546 el obispo de Valentia Justiniano convocó un sínodo. En Begastri, protegida desde el siglo IV con importantes murallas, se erigió otro obispado, cuyos titulares Vitalis y Acrusminus ordenaron construir basílicas en su interior en el siglo VII.
Los conquistadores germanos han sido muy acusados de ocasionar muchos problemas. En el 460 los vándalos, los nuevos señores del África romana, destruyeron la armada romana en la rada ilicitana. Según este planteamiento, más de uno buscaría el refugio de los espacios distantes de las riberas marinas, lo que contribuyó a consolidar el camino interior entre Illici y Carthago Nova. A despecho de su pésima fama, los vándalos no fueron tan vandálicos, y se comportaron como notables promotores de la navegación y del comercio, dando salida a las producciones de sus ricos dominios africanos. Ya a finales del siglo V las tierras del Sureste hispano habían vuelto a regularizar sus vínculos mercantiles con el Norte de África. Los puntos de atraque en la costa crecieron, como fue el de la alicantina Benalúa.
Una vez conquistado el reino vándalo, los romanos de Oriente dominaron parte de Hispania del 552 al 625, fundamentalmente. Según algunos autores, se estableció una verdadera área de frontera militar entre el Júcar y las montañas del Norte de la actual provincia de Alicante por los visigodos, el poder en ascensión en Hispania tras no pocas tribulaciones. Precisamente, la fortificación de lugares en territorio valenciano ganó fuerza a mediados del siglo VI, coincidiendo con importantes cambios en los elementos funerarios. El sexto fue un siglo de vitalidad constructiva, con picapedreros y carpinteros, por mucho que se reutilizaran algunos materiales romanos. De mediados del siglo VI data la fundación de la llamada València la Vella, próxima a Ribarroja. También se revitalizó por las mismas fechas la veterana ciudad romana del Tolmo de Minateda, con raíces iberas.
Los visigodos terminaron venciendo a la Roma de Oriente, a la sazón golpeada por la peste y por el enfrentamiento con el imperio persa. Con vistas a afirmar su poder sobre el Este hispano, en tierras de la actual provincia de Guadalajara, se ordenó en el 578 la fundación de Recópolis, en cuya parte más elevada se erigió un complejo palacial dotado de basílica, además de encontrarse un tesorillo con monedas visigodas, suevas, merovingias y bizantinas.
La hostilidad entre visigodos y romanos de Oriente no cortó sus vínculos culturales y comerciales. Algunos autores han visto paralelismos entre la retórica legal y el ceremonial de la corte visigoda con la Roma oriental. De hecho, las conquistas de Justiniano extendieron la hegemonía comercial bizantina en el Mediterráneo por el control de las islas, la imposición de tributos y el transporte de vituallas a sus puntos fuertes. Tal situación perduró hasta el siglo VII, de la que obtuvieron buen provecho los mercaderes griegos, sirios y judíos. De mediados de tal centuria encontramos esta significativa noticia en Las vidas de los santos padres de Mérida:
“Finalmente durante muchos años felizmente disfrutando de una época feliz en compañía de su grey, y viviendo con alegría de Dios, y floreciendo siempre lleno de virtudes, cierto día aconteció que de la región, de la que él mismo era oriundo, llegaron en naves desde oriente unos mercaderes griegos y atracaron en el litoral de Hispania. Y cuando llegaron a la ciudad emeritense fueron al encuentro del obispo según su costumbre. Los cuales, tras haber sido recibidos con benevolencia por éste y tras haber regresado, al salir de su palacio, a la casa donde se hospedaban, al día siguiente le enviaron un regalillo en agradecimiento, llevándolo un niño de nombre Fidel, que con ellos había venido de su país con el fin de obtener un salario.”
Los visigodos en consecuencia establecieron verdaderas zonas francas, las del cataplus. En Valentia y València la Vella se han encontrado ánforas que contenían vino y aceite del Norte de África, junto a vajilla fina de terra sigillata africana y ánforas procedentes Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto. A cambio, comprarían salazones, aceite, vino y cereales.
Sin embargo, las ánforas de origen africano dejaron de afluir a lo largo del siglo VII por los puertos de Valentia y Carthago Nova. En la segunda mitad de aquella centuria fue ganando peso el hábitat en altura. Desaparecieron las litorales Ficaria (Mazarrón) y Urci (Águilas). Eliocroca (Lorca) permaneció en su enclave protegido por la naturaleza, y en los actuales términos lorquinos se asentaron en lomas las aldeas de La Jarosa, Las Fontanicas y Las Hermanillas. Se afianzó Orihuela a media altura de la montaña que se elevaba sobre el Segura, mientras proliferaron los poblados campesinos en los marjales del Bajo Segura. En Alicante desapareció definitivamente la villa enclavada en Fontcalent y se consolidó el núcleo del monte Benacantil. Cercana a la basílica visigoda de Los Algezares, identificada por algunos autores con la sede episcopal de Ello, se emplazó el núcleo fuerte de Los Garres. Ubicada en el cerro de la Almagra, a la izquierda del río Mula, la ciudad de Mula fue un importante punto para los visigodos, con una basílica y poderosas murallas, que decayó a partir del siglo VII.
Se han barajado distintas explicaciones, más allá de las de la inseguridad de la época. Acuciados por las exigencias de los poderosos, muchos campesinos se acogerían a espacios más libres y difíciles de controlar, como los de los humedales. Sin embargo, el fenómeno es muy generalizado, al igual que en otros puntos de la cuenca mediterránea, relacionándose con los patrones de regionalización y autoabastecimiento ya enunciados.
En suma, el hábitat en altura reapareció antes de la conquista musulmana, cuya importancia ha sido relativizada por algunos autores al explicar el devenir de la vida de las comunidades del Sureste y del Este de Hispania, con independencia de figuras de la nombradía de Teodomiro. Prosiguieron los procesos de ruralización y de ocupación de emplazamientos elevados, a la par que la riqueza de la aristocracia local fue mermando, lo que repercutió en la demanda comercial. Coincidiendo con la destrucción del palacio encontrado en el Pla de Nadal, se ha sugerido una verdadera desarticulación de las redes de poder aristocrático en parte del territorio.
Como la Hispania visigoda había dejado de ser un Estado fiscal para convertirse en otro sustentado en la riqueza territorial, los conquistadores musulmanes no pudieron beneficiarse de la percepción de una serie de impuestos al modo de Egipto y optaron por disfrutar de terrazgos, uniéndose a veces con las familias de potentados visigodos. El asentamiento de comunidades de bereberes fue en el mismo sentido.
El Molón de Camporrobles volvió a ser ocupado hasta la segunda mitad del siglo X, llegando a disponer de una mezquita con paralelismos con la de Guardamar del Segura. No obstante, el nacimiento del espacio de los husun, el de los núcleos fortificados en altura dominadores de un territorio jalonado de alquerías, tardó en nacer. Se afirmó bajo el primer califa de Córdoba, Abd ar-Rahman III, cuyas campañas abatieron a los poderes territoriales andalusíes. La llanura, en consecuencia, volvió a ganar fuerza, difundiéndose a través de las redes comerciales las cerámicas califales pintadas en óxido o vidriadas, de tonos verde y manganeso, que prácticamente sustituyeron a las producciones locales de las llamadas ollas valencianas. Eran los heraldos de un nuevo tiempo, que ya asociamos en los territorios tratados con la Edad Media.
Para saber más.
AA. VV., En tiempos de los visigodos en el territorio de Valencia, Valencia, 2019.
Sonia Gutiérrez, La cora de Tudmir de la antigüedad tardía al mundo islámico. Poblamiento y cultura material, Alicante, 1996.
Alberto J. Lorrio, Martín Almagro-Gorbea y María Dolores Sánchez de Prado, El Molón (Camporrobles, Valencia). Oppidum prerromano y hisn islámico, Camporrobles, 2009.
Miguel Rodríguez Llopis, Historia general de Murcia, Córdoba, 2008.
Chris Wickham, Una historia nueva de la Alta Edad Media. Europa y el mundo mediterráneo, 400-800, Barcelona, 2016.