UN ANGUSTIADO MUNICIPIO QUE CARGÓ CON LOS APRIETOS DEL BANCO DE SAN CARLOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La creación del Banco Nacional de San Carlos.
La guerra contra Gran Bretaña, la de independencia de los Estados Unidos, había obligado a pedir a varias casas de comercio francesas un préstamo de nueve millones de pesos, a un interés del 4% de interés y a reembolsar en veinte años. Se pusieron en circulación, en consecuencia, los títulos de los vales reales en 1780, según una idea del hombre de negocios de origen francés Francisco Cabarrús.
Su administración se encomendó al Banco de San Carlos, institución de tipo privado fundada el 2 de junio de 1782 bajo los auspicios de Carlos III. También se le encomendó el siempre delicado aprovisionamiento de los ejércitos reales y la gestión del Real Giro, creado en 1752 para transferir fondos públicos y privados fuera de los dominios españoles, al modo del Banco de Inglaterra. Tomaron parte en el Banco como asociadas instituciones tan reputadas como los Cinco Gremios Mayores de Madrid, estableciéndose un capital de 300 millones de reales, dividido en 150.000 acciones de 2.000 reales. Su dirección se depositó en una junta general y en otra particular de ocho directores, en la que sobresalió Cabarrús como director nato.
El deber de invertir de los municipios.
La suma del capital del Banco era ciertamente cuantiosa y el 27 de agosto del mismo 1782 se impuso que las ciudades y villas colocaran en acciones del Banco el sobrante de sus caudales de propios y pósitos. A cada provincia se le asignaban un mínimo de veinticinco acciones, con derecho a nombrar un apoderado en las juntas generales. Si una localidad suscribiera veinticinco o más acciones, podía designar su propio apoderado. La real cédula prevenía que:
"Si algún personero (del común) fuese omiso (que no es de esperar), podrá promover este asunto cualquier regidor o diputado o cualquier persona celosa del pueblo, cuidando con particularidad la justicia y ayuntamiento de promover este negocio por lo mucho que conviene al Estado que los pueblos se interesen en el Banco y sus utilidades con el tiempo puedan refluir para promover la industria."
También avisaba contra "los oponentes por motivos de emulación, pandillas u otros fines particulares de los vocales", encareciéndose a los intendentes a que impulsaran la iniciativa en los ayuntamientos de su demarcación.
Se decidió, inicialmente, la colocación de 75.000 acciones en España. En la de las otras 75.000 se preferiría durante los dieciocho primeros meses a los suscriptores de las Indias, abriéndose después a otros.
La aportación del pósito municipal de Requena.
La institución del pósito se encargaba de dispensar cereal en los momentos de necesidad y era crucial para preservar un cierto bienestar social. Con no pocas dificultades, había logrado en 1788 la reintegración de 162.000 reales y 7.000 fanegas del mejor trigo.
Tales "reservas" no dejaron de llamar la atención de las autoridades, por mucho que el abastecimiento de la población fuera cada vez más difícil, y en 1799 se obligó al pósito requenense a entregar 50.000 reales al Banco. A la altura de 1804, había sido forzado a invertir la cantidad de 59.750 reales en veintinueve acciones. Las exigencias no aminoraron, ya que el Banco y el gobierno real se encontraban en una apurada situación financiera.
Los fallidos movimientos financieros del Banco.
Ya en 1785, el Banco destinó 23.100.000 de reales de sus beneficios para aumentar el precio de salida de sus títulos de acciones. Los mercaderes parisinos se convirtieron en aquel año en los socios mayoritarios de la entidad. Sin embargo, la bajada de la cotización de sus acciones en el mercado ocasionó que el mismo Banco las comprara, con pérdidas. Fue una decisión que benefició a los inversores franceses, pero no a los municipales, sin evitar que la imagen del Banco se empañara por la quiebra de la casa del accionista Juan Bautista Montaldi.
Cabarrús propuso en 1788 comprar deuda pública francesa, cuyos títulos perdían por entonces un 17% del valor, confiando en que la convocatoria de los Estados Generales arreglara las finanzas de Francia. A 31 de diciembre de 1788 se habían invertido 31.000.000 de reales, el 10% del capital del Banco. La información privilegiada del director no previno de los sobresaltos revolucionarios y la operación se saldó con fuertes pérdidas.
El cese del abastecimiento militar por el Banco y la recarga del compromiso municipal.
A comienzos del reinado de Carlos IV, los precios estaban subiendo a nivel general y en la junta general del Banco del 9 de junio de 1790 se decidió, ante el tropezón financiero, abandonar una de sus funciones originales, la de la provisión de víveres, herrajes y arboladuras a los ejércitos reales. Muchos comisionistas se las vieron y se las desearon entonces, con larguísimas súplicas a la administración.
En 1793 se abrieron las hostilidades con la Francia revolucionaria y municipios como el requenense tuvieron que asumir el coste de tales servicios en mayor medida. En 1806 se pidió al sufrido fondo del pósito el pago de 6.000 reales para la contribución de utensilios.
La marcha errática del Banco.
El alma mater del Banco, Cabarrús, terminó encarcelado por su gestión, aunque continuó influyendo en la marcha de la institución a través de sus amistades. Cuando en 1790 se anunciaron las pérdidas económicas, la junta particular decidió no repartir dividendos. Al comprometer su imagen ante los inversores, se optó más tarde por lo contrario y el reparto supuso la sangría financiera de un Banco que no terminaba de solucionar sus problemas internos, en medio de una coyuntura económica adversa.
Para acometer la reforma municipal, se debía redimir cada uno de los dieciséis títulos de propiedad de los regidores perpetuos y se acudió al dinero consignado por el pósito de Requena en el Banco. Los 32.100 reales de 1793 se quedaron cortos y en 1804 se requirieron 77.487, una cantidad sensiblemente superior a los 59.750 allí invertidos.
Ni la industria ni la agricultura locales se beneficiaron de la consignación, pero sí las grandes familias oligárquicas locales con el beneplácito de la monarquía.
La crisis arrecia para las gentes de a pie.
En 1803 la fanega de trigo alcanzó los noventa y cinco reales y medio, mientras las paneras del pósito requenense se encontraban faltas de suministros para toda la población. En el invierno de 1805-06 la situación fue verdaderamente angustiosa, pues también se tenían que abastecer las fuerzas de paso y las destacadas en la localidad.
El Banco de San Carlos había contribuido a la erosión del pósito y el bienestar vecinal fue sacrificado en aras de los movimientos financieros de los hombres de negocios de una monarquía poco atenta al bien de sus gentes, los maltratados súbditos.
Fuentes documentales.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1792-94 (3334), 1798-1802 (2735) y 1803-07 (2734).
Bibliografía.
Moreno, Rafael, "El Banco de San Carlos: la quiebra del principio de prudencia tras la salida en 1790 de Cabarrús y su equipo directivo", Revista Española de Historia de la Contabilidad, nº 18, julio de 2013, pp. 51-79.
Real Cedula de S. M. y señores del Consejo, por la qual se mandan observar las reglas que van insertas para las subscripciones que hagan los Pueblos del Reyno en el Banco Nacional, de sus caudales sobrantes de Propios, Arbitrios, Encabezamientos y de los Pósitos, Madrid, 1782, Imprenta de don Pedro Marín. En BANCODEESPAÑA. Eurosistema. Repositorio Institucional.