UN COSTOSO AMOR. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

09.10.2022 12:49

 

                Los matrimonios reales eran motivo de celebración por la promesa de vástagos que proseguirían la ansiada línea sucesoria, que tanta calma daba a los reinos medievales, pues el paso de la corona de padres a hijos evitaba más de una guerra interior, además de alguna invasión.

                Allá por 1409, Martín I de Aragón era un hombre de cincuenta y dos años, un monarca ya entrado en edad (según los cánones de la época) que había tenido la desgracia de perder a su hijo Martín, su heredero al trono. En vista de ello, contrajo matrimonio con la más joven doña Margarita de Prades.

                Cuando el monarca se casaba se acostumbraba a cobrar un donativo, un verdadero impuesto ingrato de pagar a muchos de sus súbditos. Los comisarios reales se pusieron en marcha y llevaron su petición a los distintos lugares de sus dominios.

                Cuando la exigencia llegó a la meridional Orihuela, situada en la peligrosa frontera con Castilla e incluso Granada, se encontró con una contundente respuesta: no. Era excesiva. A sus agobiados vecinos se les pidieron 6.000 sueldos, una suma ciertamente importante.

                En vista de ello, se rebajó la cantidad a 3.300. Quizá, se pidió tanto al principio para conseguir lo deseado al final, los 3.300 sueldos.

                Con todo, Orihuela se mantuvo en sus trece. Se quejó que se le pidiera antes que a ciudades más prósperas como Valencia o Játiva. Alicante se unió a su queja, pues tampoco pasaba por un buen momento.

                Su forcejeo tuvo al final éxito, pues el rey se conformó con 1.100 sueldos, que se destinarían al mantenimiento de su castillo. De resultas de ello, el donativo matrimonial quedó olvidado, en teoría, de cara al futuro. Al fin y al cabo, mantener el amor de los súbditos era tan importante y costoso como el de la reina.

                Fuente.

                Pedro Bellot, Anales de Orihuela, Tomo I, Murcia, 2001.