UN PAPA DE ARMAS TOMAR. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

13.12.2014 09:30

                

                En 1378 estalló un gravísimo problema para la Cristiandad, el del Cisma de la Iglesia, dividiéndose la obediencia de los creyentes entre los pontífices de Roma y de Aviñón. Un aragonés, don Pedro Martínez de Luna, fue elevado al solio aviñonés con el beneplácito de la influyente Universidad de París.

                Era don Pedro un varón honrado, sin mácula de nepotismo o de vida desordenada. Había jurado terminar con el Cisma, pero consideraba sus derechos irrenunciables. Sería llamado Benedicto XIII.

                A fin que renunciara a la tiara, junto al pontífice de Roma, y se convocara un concilio general que pusiera fin al Cisma, recibió una embajada francesa, la de los tres duques de Berri, Borgoña y Orleans, que no logró hacerle cambiar de opinión.

                Benedicto XIII también recibió en Aviñón al rey de Aragón Martín I, al que obsequió con la rosa de oro. Sus relaciones con el monarca francés ya no fueron tan cordiales. Un pontífice aragonés no era bien visto por aquél.

                En París se reunió la asamblea del clero de Francia para retirar la obediencia del reino a Benedicto XIII. El 1 de septiembre de 1398 un comisario del rey francés acompañado de un pregonero le notificó la nueva desde el puente de San Benezet, límite de los dominios papales.

                Los diecisiete cardenales franceses lo abandonaron, pero Benedicto XIII no se arredró. Afirmó que San Pedro, el Papa más grande, nunca tuvo en su patrimonio Francia. Su confesor San Vicente Ferrer instó al pueblo de Aviñón a guardar los baluartes de la ciudad.

                Contra él no se lanzaron a las huestes reales, sino a las bandas mercenarias de Maingre, conocido también como Boucicaut. Al aproximarse a Aviñón toparon con las fuerzas de reconocimiento de Benedicto XIII, cayendo de un lanzazo su rector o jefe militar el abad de Issoire.

                El pueblo aviñonés no siguió la prédica de San Vicente y los mercenarios tomaron la torre de San Benezet. Boucicaut se hizo nombrar capitán de Aviñón y cubrió de insultos al Papa Benedicto, tachándolo de hereje y escarneciéndolo como Pedro de la Luna y del Sol.

                El aragonés se hizo fuerte en su palacio, contando con los buenos oficios de trescientos fieles, mayoritariamente de origen hispano como Arnau de Vic, el presbítero bombardero. La destreza de los colectores de rentas eclesiásticas le proporcionó contingentes de ballesteros.

                Los sitiadores lanzaron el fuego griego contra su depósito de leña. Los asediados tuvieron que beber el agua de las cisternas con vinagre. Pese a los tiros de proyectiles, Benedicto XIII recorría las almenas con un cirio en la mano y una campanilla en la otra, condenando a sus agresores. A punto estuvo de ser abatido un día de San Miguel, pero en honor al arcángel el Papa prohibió responder al ataque aquella jornada.

                Hartos de no conseguir resultados, los de Boucicaut cavaron una mina hacia la alcantarilla que conducía a las cocinas del palacio papal. Ya se creían vencedores cuando un servidor los descubrió, y su ardid fue repelido con contundencia.

                Benedicto XIII ganaba popularidad, y el señor de Sault lo proclamó con vigor. Entre los aviñoneses cundía el descontento y el abogado Cario promovió una revuelta que fracasó. Fue descuartizado. Sus intestinos acabaron en un cesto que se envió al Papa.

                Desde Aragón se mandó una expedición naval de socorro, comandada por el canónigo pavorde de Valencia Pedro de Luna. Llegó a la desembocadura del Ródano e intentó subirlo. Los cardenales enemigos de Benedicto XIII dispusieron una cadena en el puente cercano a Aviñón, pero el bajo nivel de las aguas impidió a los aragoneses proseguir más allá de Tarascón. Regresaron a Barcelona.

                Este fracaso práctico no mermó el éxito moral. Sin embargo, Benedicto XIII tras cuatro años y medio de sitio prefirió marchar de Aviñón, aprovechando la embajada de Jaime de Prades. El 11 de marzo de 1403 inició una singladura que lo conduciría a Peñíscola.