UNA CASA ENCANTADA EN 1590. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La villa de Peñafiel, con la que fue agraciado el infante don Manuel por su hermano Alfonso X en 1283, era a finales del siglo XVI la cabeza de un importante marquesado, entonces en manos de la casa de Osuna. En sus tierras se cultivaron cereales y viñas de singular valor. No en vano, varias de sus casas disponían de bodega subterránea y de dos plantas. Sin embargo, unas casas de la calle de la Puente, en la parroquia de Santa María de Mediavilla, alcanzaron celebridad en 1590 por otros motivos, mucho más inquietantes.
Aquellas casas eran del matrimonio formado por los ayllonenses Diego Martínez Bernal y Ana de Gracia, que las vendieron por la nada menospreciable suma de quinientos ducados, a satisfacer en dos mensualidades, al vecino Lorenzo López. Sin embargo, a los seis meses de residir allí con su familia denunció a la justicia una serie de hechos tan extraños como inquietantes.
Según él, la casa estaba habitada por duendes, trasgos y diablos, unas criaturas en las que creían no pocas personas de su tiempo. Los ruidos que provocaban y los trastornos que movían eran graves. Arrojaban cosas por las escaleras y las ventanas, además de no privarse de remover sartenes, cuchillos, lumbres y tizones, en un episodio que haría las delicias de los amantes del misterio de nuestro tiempo. El temor, considerado de justo, se había apoderado de él, de su mujer, hijos y criados.
El vecino de Peñafiel Lorenzo López compró al matrimonio formado por Diego Martínez Bernal y Ana de Gracia una casa en la parroquia de Santa María de Mediavilla en la misma Peñafiel. Ambos eran vecinos de Ayllón. Debía de pagar la nada menospreciable suma de quinientos ducados en dos plazos. Sin embargo, Lorenzo terminó por llevarlos a juicio ante la Real Chancillería de Valladolid en 1590, pues le habían vendido un domicilio con duendes, trasgos y diablos. Nadie se atrevía a subir solo a los altos del domicilio, ni tampoco a entrar en una bodega que se consideraba que el diablo había convertido en suya.
Por mucho que nadie había visto a ningún duende, el tema acabó ante la Real Chancillería de Valladolid. Como incluso los más letrados no se mostraban nada escépticos con tales criaturas, se admitió la denuncia. Al fin y al cabo, vender una vivienda con un problema no declarado podía invalidar el correspondiente contrato. Más de un espabilado podía invocar a los duendes para desandar el camino y no cumplir con lo acordado.
Para deshacer toda sombra de picaresca, se llamaron a varios testigos, antiguos inquilinos de las dichosas casas, que no sintieron ni padecieron tan molestas presencias. Así lo declararon Agustín Díez (el hijo de quien las edificó), el platero Gabriel de Segovia o Francisco García Zapatero, arrendador de la pequeña bodega, un espacio que no se consideró muy a propósito para morar algún diablo.
Ahora bien, con el tiempo la mujer de Francisco García Zapatero, Catalina Núñez, presentó otra versión. Pariente de Ana de Gracia, dijo haber sufrido en el brazo un azote del duende cuando convalecía de cuartanas, que por si fuera poco no se privaba de tiznar el suelo ni de hacer castillos de naipes. El temor se apoderó de ella, y llegó a sostener que había conseguido la vivienda por la mitad de precio al contener tan perturbadora presencia.
Más allá de las creencias de las personas de finales del siglo XVI, a veces compartidas con las del presente, vemos que la vivienda no sólo ha dado que hablar y sentir a las atribuladas gentes de nuestros días.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA REAL CHANCILLERÍA DE VALLADOLID.
Pleitos Civiles, Varela (F), Caja 3305, 5.

