UNA ISLA DISPUTADA, LA SICILIA MUSULMANA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

23.08.2020 10:37

                En el siglo VIII, Sicilia era una isla de cultura griega, donde se habían acogido muchos partidarios de adorar a las imágenes religiosas, en contra de la iconoclastia promovida por ciertos emperadores bizantinos.

                No era un mundo cerrado, sino abierto al agitado Mediterráneo de la época, en el que la expansión del Islam estaba cambiando varias cosas. El almirante Eufemio (un gran aristócrata siciliano) se proclamó emperador en Siracusa en el año 823 y llamó en su ayuda a los musulmanes del Norte de África (los aglabíes de Ifriqiya), que desembarcaron en el 827.

               Comandaba la armada musulmana Asad ibn al- Furat y sus planes eran muy distintos a los de Eufemio, que terminó asesinado por la guarnición bizantina de Enna. Fracasaron ante Siracusa, falleciendo su comandante de resultas de la peste, pero en el 831 conquistaron con ayuda de contingentes andalusíes Palermo, llamada ahora al-Medina.

                Desde este centro de poder fueron avanzando por Sicilia. Sus campañas distaron de ser un paseo militar, especialmente en el área oriental, donde el peso de lo griego era más notorio. Mesina cayó en el 842 y en el 857 o el 858 Cefalú. Con la ayuda de una traición se hicieron con el control en el 860 de la fortaleza de Enna o Castrogiovanni, en el interior siciliano.

                Constantinopla no miraba con indiferencia los avances musulmanes en la estratégica isla y no dejaron de mandar refuerzos en la medida de sus fuerzas. También muy comprometidos por los musulmanes en el Sur de la península Itálica, las fuerzas navales bizantinas no pudieron rechazarlos. Se ha reprochado a los anteriores emperadores de la dinastía isáurica (701-802) de  no haber atendido debidamente al poder marítimo.

                En el 878 los musulmanes lograron conquistar Siracusa, finalmente, y el grueso de las fuerzas bizantinas abandonó Sicilia. Los últimos núcleos de resistencia de Taormina y alrededor del Etna pervivieron hasta comienzos del siglo X.

                Como en otros puntos del Mediterráneo musulmán, la conquista fue seguida del asentamiento de nuevos grupos de población. A cambio del pago de tributos (al principio más moderados que bajo los bizantinos), se mantuvieron las comunidades cristianas. Los musulmanes introdujeron en la isla cítricos como la naranja y el limón, la planta del algodón y la caña de azúcar, lo que potenció la agricultura. Se ha sostenido que paralelamente Sicilia acusó problemas de deforestación, en parte causados por la voraz ganadería caprina.

                Los aportes demográficos y el desarrollo agrícola animaron el comercio de una Sicilia enclavada en una encrucijada mercantil de primer orden. Acudieron hombres de negocios del mundo islámico y de la Italia cristiana, floreciendo Palermo como un gran emporio.

                Los gobernantes musulmanes de Sicilia rindieron pleitesía a los aglabíes suníes, pero al ser desplazados por los chiíes fatimíes a principios del siglo X las cosas se complicaron. Aquéllos pugnaron desde el 917 para hacerse obedecer en la isla, topándose con una dura rebelión bereber en Agrigento entre el 937 y el 941. Depositaron en el 948 el gobierno en las manos del emir Al-Hasan Al-Kalbi, el fundador de la dinastía kalbí, finalmente desvinculada de dependencias exteriores.

                Tuvo que enfrentarse Al-Hasan con la coalición formada por los omeyas de Córdoba (enemigos de los fatimíes) y los bizantinos. Atacó en el 952 las posiciones calabresas de los bizantinos, que en el 956 lanzaron una fallida invasión de Sicilia. Se alcanzó una tregua temporal en el 960, estallando una nueva revuelta en Taormina dos años después. En el 964, año de la muerte de Al-Hasan, los bizantinos tomaron temporalmente Mesina, pero encajaron a continuación una importante derrota.

                Los musulmanes no perdieron oportunidad y lanzaron importantes ataques contra los bizantinos en Calabria y Apulia en la década de 970. Con un imperio bizantino comprometido en otros frentes, el emperador Otón II (el monarca de tierras alemanas que pretendía serlo también de las italianas) marchó a Calabria contra los musulmanes, los sarracenos. Casado con la princesa bizantina Teófano, aprestó un fuerte ejército, que fue derrotado en la batalla de Stilo del 982.

                La rivalidad con los bizantinos prosiguió, a despecho del comercio, que atacaron en el 1038 con fuerzas mercenarias normandas. La Sicilia musulmana asistió a la fragmentación política en cuatro cadiazgos, como el de Siracusa, que han sido comparados con las taifas andalusíes del siglo XI. En el 1065 se impuso la unificación del poder islámico insular, pero desde hacía cinco años estaban emprendiendo acciones allí por cuenta propia los normandos, los futuros señores de Sicilia que someterían a tributo a los musulmanes y harían uso de las posibilidades de su legado.

                Bibliografía.

                Michele Amari, Storia dei musulmani di Sicilia, Florencia, 1854.

                Alex Metcalfe, The Muslims of Medieval Italy, Edimburgo, 2009.

                Frederic P. Miller-Agnes F. Vandome-John McBrewster, Emirate of Sicily, Alphascript Publishing, 2010.

                Jeremy Johns, Arabic Administration in Norman Sicily. The Royal Diwan, Cambridge, 2002.