VALLADOLID, EL COMERCIO Y LA LEY.

27.03.2018 08:54

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                Entre 1601 y 1606 la sede de la corte española abandonó Madrid y se estableció en Valladolid, que bien pudo convertirse en la futura capital de España. La decisión ha sido habitualmente explicada por los intereses del valido de Felipe III, el duque de Lerma, aunque lo cierto es que Valladolid era una de las grandes urbes de Castilla desde siglos antes. Allí tenía su asiento la Real Chancillería, el alto tribunal de justicia real que hasta doña Isabel I alcanzó todo el territorio castellano.

                A finales del siglo IX y principios del X nada parecía augurarlo, al enclavarse en una zona amenazada por el poder islámico situado al Sur del sistema Central. La Tierra de Campos, de grandes posibilidades agrícolas, se fue abriendo a la colonización agrícola de las gentes del reino de León, cuyas autoridades terminaron organizando el territorio según unas pautas específicas en la llamada repoblación. El área vallisoletana de terrenos arcillosos beneficiados por las aguas del Pisuerga y el Esgueva, rodeada de cerros, acogió en el siglo X un enclave rural que se dotaría de una muralla de ocho puertas. La localidad tuvo éxito y al comienzo del XI su población llegó a rebasarla.

                La conquista de Toledo y el dominio de los pasos de la serranía favorecieron el crecimiento de núcleos como el vallisoletano, encomendado por Alfonso VI al conde Pedro Ansúrez, del círculo de Alfonso VI. A finales del XI estableció su palacio e iglesia fuera del recinto amurallado, entre los brazos del Esgueva, en una zona (la de San Martín) llamada a crecer a lo largo del siglo XII y que acogería una comunidad mudéjar de larga vida.

                El comercio cobró fuerza, y entre 1152 y 1156 se estableció una feria general, que Alfonso X potenciaría sobremanera al disponer anualmente dos celebraciones feriales de quince días, con exención de portazgos. Valladolid enlazó mercantilmente el Norte y el Sur de Castilla, el reino de Portugal y la Corona de Aragón. Su riqueza creció, y en 1296-1302 pudo alzar una nueva muralla. En 1464 el rey Enrique IV le otorgó el mercado franco semanal de los martes, pero por aquel entonces ferias como las de la cercana Medina del Campo ya le habían arrebatado el cetro de la vida comercial castellana.

                Semejante circunstancia no condenó a Valladolid a la decadencia, pues entre comienzos del XV y del XVI su población pasaría de 7.500 a 30.000 habitantes. En la localidad se establecieron personas acaudaladas y relevantes nobles, cuando ya se había desarrollado una potente oligarquía propia al modo de otras ciudades castellanas, con familias como los Niño, Villandrando y Tovar. En el área de San Martín linajes nobiliarios como el de los Vivero dispusieron sus residencias palaciegas. Valladolid también fue escogida por los Estúñiga, Enríquez, Guzmán y Sandoval. Grandes rentistas y perceptores de juros, se convirtieron en grandes consumidores de objetos suntuarios.

                En tan rica plaza contó con rastro o punto de venta privilegiado la Audiencia, la Real Chancillería. Como afluía el vino forastero por aquel punto, el municipio vallisoletano se indignó, y en 1400 tuvo que poner paz Enrique III, pues su alto tribunal bien merecía su atención.

                Bajo los Trastámara se intentó fortalecer la autoridad regia, la de tipo cesarista, por encima de la de los grandes magnates. La administración de justicia era una de las preciadas atribuciones del poder real, y en las Cortes de Toro de 1371 se consideró la necesidad de tal tribunal, que se concretó en la Audiencia establecida en Valladolid en 1390. Se confirmó en 1489 la Real Chancillería. En 1494, con la creación de la de Ciudad Real (trasladada a Granada en 1505), su radio de acción se reduciría al Norte del Tajo.

                En el palacio de los Vivero (donde celebraron secretamente su matrimonio doña Isabel y don Fernando en 1469) terminó estableciéndose la institución. Con independencia de su concejo local, la Real Chancillería llegó a juzgar ciertos litigios entre los vecinos. Los vallisoletanos apreciaron el valor del estudio de las leyes a la sombra de aquélla, pues contaron con Universidad desde la Plena Edad Media y con imprenta desde 1481. Castilla era un territorio que acataba la ley escrita, y desde el siglo XIII los escribanos públicos habían adquirido relevancia en Valladolid, sustituyendo al testigo colectivo del concejo. Los regidores concejiles tuvieron que doblegarse ante los corregidores, como en otros puntos, al igual que los anteriores merinos.

                En esta Valladolid de leyes y de comercio, donde vendría al mundo un 21 de mayo de 1527 Felipe II, su complejidad etno-social fue perdiéndose entre 1492 y 1610. Su comunidad judía había sido muy activa, y cotizado el espacio de su judería. El convento agustino poseyó allí unas sesenta casas, que acensó, y temió que se las embargaran tras la expulsión de 1492. En 1515 la reina doña Juana encomendó todavía a sus mudéjares, dada su pericia como carpinteros, que apagaran los incendios. El de 1561 fue terrible, y el mismo Felipe II volvió a encargarles (ahora oficialmente moriscos) de tal cometido. La trayectoria vallisoletana nos muestra que la imagen de la Castilla acostumbrada a labrarse la fortuna a botes de lanza es como mínimo claramente insuficiente.

                Víctor Manuel Galán Tendero.